BEISBOL 007: Miñoso

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sábado, 13 de agosto de 2011

RAZONES DE UNA INJUSTICIA: MIÑOSO Y COOPERSTOWN


Por Andrés Pascual

      Nunca, cuando he escrito sobre el caso Miñoso y Cooperstown, lo he hecho sobre la base de establecer paralelos basados en, “el mío es mejor…” no, los jugadores que se emplean para “compararlos” con El Idolo de Perico en cuanto a la estancia debida de “ellos o yo” en el recinto sagrado, son merecedores del lugar que ocupan; el problema es que el cubano debe estar allí y, desde esa posición, es que se debe organizar la “protesta”.
      Hay que tener en cuenta que, con la excepción de Larry Doby, primer negro en jugar en la Liga Americana que firmó a los 23 años en 1947, el resto que comparan con el cubano sufrió también del “síndrome de la edad”, porque debieron estar 8, 9, quizás 10 años antes en los circuitos mayores y, en el caso de Campanella, lo obligó al retiro el trágico accidente que le dejó parapléjico; por lo que el tremendísimo bateador solo actuó en 10 campañas; Jackie Robinson vio acción en otras 10; pero, por si fuera poco, un pelotero del que nadie habla, que también llegó tarde y que la fractura de una pierna le redujo las habilidades, Luke Easter, nunca se ha considerado con posibilidades.
         En Grandes Ligas, en el período 1949-54, conectó jonrones bestiales de más de 400 pies, como uno en Cleveland a 477, igualado por Mickey Mantle en 1953. Easter nació en 1915 y falleció en 1973 asesinado por un ladrón.
         Todavía queda un exponente al que se le hizo justicia en el en el grupo del 2006 y que solo jugó meses con los Carmelitas del San Luis y me refiero a Willard “Home run” Brown, considerado el gran bateador negro de los 40’s y el de más poder de jonrón.
         Y está afuera un cubano que, posiblemente, haya sido mejor bateador que todos los mencionados y ni en el grupo amplísimo del 2006 logró que se le hiciera justicia: el Caballero Alejandro Oms. Parece que, por la extrema y sospechosa miopía de estos personajillos del Comité de Veteranos, Oms estará ausente por siempre.
       Tal vez haya más injusticias de las que uno cree y hasta blancos, como Cecil Travis, Babe Herman o Lefty O’Doul, con números sobrados, faltan.
       El caso Miñoso tiene tela por donde cortar que a muchos no les gustaría escuchar: primero, que sus números son insuficientes, sin entrar en comparaciones con los que ya están allí; segundo, que estuvo poco tiempo en Ligas Negras (así, “negras”, que la construcción “de color”  es ofensiva, porque no define “persona” y  su traduccin en inglés sería “COLORED”) y, tercero, que por el capricho de alcanzar décadas como jugador, cayó del promedio de .300, necesario si no hay más de 1,500 empujadas, 500 jonrones u otros guarismos combinados para poder vivir con comodidad y esperanza.
      Como he escrito siempre cada vez que he abordado el caso Miñoso y Cooperstown, si bien sus números no son impresionantes, se mantuvo 8 años en el exigido “carácter de liderazgo”; lideró varios departamentos ofensivos a través de los 50’s; ganó Guante de Oro y asistió a más Juegos de Estrellas que Peruchín Cepeda (no lo comparo con el boricua)
     Pero, más importante: su pimienta, su juego siempre agresivo de pie en el acelerador, a matarse, de traje sucio, su pasión, su entrega absoluta por la franela y su magnetismo personal, facetas que identifican al inmortal, son las razones para que esté en Cooperstown.
     Sin embargo, a mi modo de ver, Miñoso no estará nunca en Cooperstown (a menos que ocurra el tan manoseado “milagro), porque no integra la legión de ex jugadores de raza negra que, como recalcitrantes de la sociedad americana y amparados en el liberalismo más absoluto y radical, todavía no perdonan civilizadamente el pasado.
     Miñoso nunca ha hecho quórum en esta estúpida forma de racismo moderno que es el revanchismo; entonces, ¿Qué queda, si no considerar al criollo un permanente Tío Tom de las circunstancias?
    Minoso es un hijo de su patria libre y la dictadura castrista, tan protegida por los liberales de aquí, blancos y negros, lo masacró económicamente al robarle todo su dinero invertido.
    Por tal razón, el Idolo Nacional Cubano del Béisbol no ha cerrado filas nunca al lado de quienes pretendieron destruirlo.
    Desde Hank Aaron (que ha viajado a Cuba a legitimar a la tiranía) hasta el último negro que integra el Comité de Veteranos, más otros blancos, le han cobran así lo que, como actitud de decencia; incluso patriótica, han hecho degenerar en sumisión al blanco.
       Ojala que no; pero, si esto es como pienso, Miñoso solo será un inmortal en el corazón de los cubanos; ante circunstancias como estas, Cooperstown es un lugar muy insignificante para acoger la grandiosidad, la vergüenza y la moral de un jugador como Minnie.




Miñoso es un inmortal, quieranlo o no los Padrecitos del recinto

viernes, 12 de agosto de 2011

El laberinto de Orestes Minnie Miñoso

El pelotero tiene méritos suficientes como para entrar al recinto de los inmortales tanto por el Comité de Veteranos de Grandes Ligas como el comité especial de las Ligas Negras.



El boricua Roberto Alomar acaba de entrar al salón de la fama de las Grandes Ligas y se convierte en el latino número 12 en llegar a Cooperstown y su meritoria calificación hace que uno se pregunte cuándo llegará Orestes Miñoso.
Llegar al salón de la fama del béisbol de Grandes Ligas para el cubano Orestes Miñoso hasta el momento es como si atravesara un laberinto que lo aleja de esa estancia inmortal y dilata su entrada más que ganada.
Año tras año algunos aficionados se preguntan entre consternados y rabiosos: ¿Qué tiene que mostrar el Minnie para ser elegido en Cooperstown?
Y sus preguntas rebotan, se apagan, se pierden dentro de ese laberinto implacable que le cierra el paso a esa leyenda y en el que la Asociación Americana de Cronistas del Béisbol (Baseball Writers Association of America) y El Comité de Veteranos tienen sin lugar a dudas la respuesta definitiva por ser los que controlan la llave para penetrar ese deseado salón.
Mientras que Jackie Robinson es mencionado como el indiscutible pionero que contribuyó a romper la odiosa barrera racial que impedía a los peloteros negros desempeñarse dentro del llamado Big Show, el hecho de que Miñoso fuera el primer negro latino en hacerlo pasa inadvertido por lo general y muchos aficionados incluso desconocen.
Saturnino Orestes Armas Arrieta, el “Cometa”, el “Charro negro”, “Mr White Sox” o sencillamente el hombre que conjuga todos esos nombres: Minnie Miñoso, es sin dudas un pelotero extraclase de las cabezas a los pies; por algo el mítico mánager de los yanquis de Nueva York, miembro del Salón de la fama, Casey Stengel, afirmó de manera rotunda sobre su calidad: "Ojalá lo tuviera en mí club. No me preocuparía por la pérdida de Joe DiMaggio. Es como si fueran dos o tres jugadores plasmados en un solo esqueleto humano".
La afirmación del “viejo profesor”, como llamaban a Stengel, no resulta exagerada. Miñoso fue un portento en Grandes Ligas y sus números finales reflejan su calidad, pero no el colorido y entrega que exhibía en sus apariciones, las cuales por cierto llegaron a siete décadas- cinco en Grandes Ligas y dos en ligas independientes- los cuales provocaron que su promedio final no sobrepasen los 300.
En su carrera activa bateó para 298 con 186 jonrones, 1023 carreras impulsadas, 1136 anotadas, 1963 hits, 336 dobletes, 83 triples, 205 bases robadas, 814 bases por bolas y recibió 192 pelotazos. Nueve veces Todos estrellas y tres Guantes de Oro. Líder en tres ocasiones de bases robadas y triples y diez veces en recibir pelotazos. Estos son sus números fríos.
Pero detrás de esas frías, pero convincentes estadísticas se encuentra un pelotero de gran colorido, que llenó estadios con solo mencionar su nombre y quien, en su primer año de Grandes Ligas con las Medias Blancas de Chicago, terminó en segundo lugar de la ofensiva del circuito americano con un promedio de 326, líder en triples con 14 y máximo estafador de bases con 31.
Lo increíble es que Miñoso tiene méritos suficientes como para entrar al recinto de los inmortales tanto por el Comité de Veteranos de Grandes Ligas como el comité especial de las Ligas Negras, ya que en ambos circuitos intervino con calidad indiscutible como un nombre digno de ser tenido en cuenta y sin embargo sigue olvidado.
La ceguera e incapacidad de ambos comités para descubrir los valores de Miñoso hace recordar aquella vieja sentencia del pequeño corso Napoleón Bonaparte cuando dijo: “Cuando quiero que un asunto no se resuelva lo encomiendo a un comité”.
Durante un aparte con el simpático y ocurrente Miñoso, antes de la ceremonia que lo encumbró en Republica Dominicana al salón de la fama del béisbol latinoamericano, donde tuve la satisfacción y el honor de representar a mi padre Martín Dihigo, rememoraba su paso por las Ligas Negras y se preguntaba por qué no lo tomaban en cuenta tampoco por esa vía al ser uno de los últimos jugadores que saltó de esas fuertes lides hacia las Grandes Ligas.
En 1946 consiguió dentro de las Ligas Negras 306 de average y un año después con los New York Cubans colaboró con su bateo (294) y su rapidez en las bases, junto a los brazos fuertes de Luis Tiant padre y Martín Dihigo para ganarles la Serie Mundial de Color a los imponentes Cleveland Buckeyes. En noviembre del 2005 el comité especial de las Ligas Negras lo colocó en una boleta y no obtuvo los votos de historiadores y académicos.
Su llegada a la gran carpa fue en 1949 con los Indios de Cleveland, equipo que no le ofreció muchas oportunidades y donde solo apareció en 16 oportunidades al plato, pero la diosa fortuna inclinó la balanza y el muchacho que cortaba caña en Perico y soñaba con emular las hazañas de su ídolo Martín Dihigo fue transferido a  Chicago en 1951 por una triple negociación de Atléticos con Indios y Medias Blancas.
Su debut fue en tercera base y al bate conectó un largo batazo de jonrón. Ese primer año de accionar completo en Grandes Ligas terminó con promedio de 326, líder en triples (14), máximo estafador de bases (31), 10 jonrones, 76 impulsadas y 112 anotadas.
Por lo pronto mientras se deciden a elevarlo a Cooperstown, ya el Minnie pertenece a los salones de la Fama de México, la Serie del Caribe (2005), Cuba y el Latinoamericano con sede en Altos de Chavón, Republica Dominicana.
El exitoso mánager y miembro del salón de la fama, Bucky Harris aseguraba a los cuatros vientos en la época activa de Miñoso que “el sueño, el ideal de un manager de pelota, es tener a nueve hombres como Miñoso en su team”.
Esperemos con los dedos cruzados que alguna vez cuando los expertos se reúnan y deliberen no vuelvan a dejar quejosos a los miles de aficionados que esperan la elección de Miñoso.
Ojalá que esos expertos le acaben de entregar a Orestes Miñoso la llave de salida del laberinto que le entorpece su merecida llegada al templo de los grandes del béisbol de las Grandes Ligas. Él lo merece.
AUTOR:
Gilberto Dihigo


Orestes Miñoso


    

viernes, 29 de abril de 2011

LA SERIE MUNDIAL FUE DIFICIL PARA VARIOS LATINOS




Por Andrés Pascual

      Un pelotero es un ex ligagrande si actuó los años suficientes para merecer el retiro.
      La mayoría de los jugadores cubanos de los 20’s, los 30’s, los 40’s y algunos de los 50’s ó los 60’s, están en la categoría de no ligamayoristas en carácter oficial; lo mismo ocurrió con la mayoría de hispanos que accedieron a las Grandes Ligas desde que lo hiciera el azteca Melo Almada, en 1933, hasta los 70’s.
      La primera mitad de la década de los cuarentas fue relativamente pródiga en jugadores de la Mayor de Las Antillas de poca acción en las Grandes Ligas; porque se les utilizó como reemplazo de los jóvenes americanos que eran enviados al Servicio Militar. Incluso eran peloteros de poco servicio en Ligas Menores y, algunos, en edad francamente descartable bajo situaciones normales; pero eso no importaba mucho en medio de la Segunda Guerra Mundial.
      De esa forma lograron vestir uniformes de las Mayores Isidoro León, Santiago Ulrich, Moín García, Mosquito Ordeñana, Regino Otero, Luis Suárez y varios más.
      Para aquellos cubanos y algún que otro hispano, la única posibilidad de jugar en una Serie Mundial estaba relacionado con actuar para un club poderoso como Yanquis, Cardenales, Gigantes o Dodgers.
      Después de 1945 (en que por poco se cuela el inicialista cubano Regino Otero con los Cachorros de Chicago), el boricua Luis Rodríguez Olmo tuvo la suerte de jugar para el Brooklin, que ganó en 1947 y ser perfectamente elegible por fecha.
     Cuando Orestes Miñoso se convirtió en el primer jugador de raza negra, cubano e hispano, en jugar en Grandes Ligas en 1949, se inició la era en que la clase demostrada en Ligas Menores decidía la promoción al beisbol de las Mayores más que el experimento de tapar un hueco por urgente necesidad de poco tiempo.
     Pero Miñoso, de larga y fructífera carrera en Grandes Ligas, no pudo asistir al Clásico de Octubre, porque el Chicago Medias Blancas no ganó sino hasta 1959 y, lamentablemente, el cubano fue cambiado al Cleveland a finales de 1958, jugó todo 1959 con la Tribu y 1960 lo sorprendió, otra vez, enfundado en la franela del club de la Liga Americana que representa a la Ciudad de los Vientos…Mala suerte.
      El torpedero cubano Willy Miranda tampoco pudo jugar en la Serie Mundial de 1953, con los Yanquis, porque no fue elegible por tiempo de juego. De la vieja guardia, Héctor López se “puso las botas” con los Mulos desde 1960. Y Roberto Clemente también con los Piratas.
      Otro jugador estrella hispano, Victor Pellot Power, tampoco tuvo acceso al Clásico Otoñal, porque ni Kansas City ni Cleveland fueron grandes contendientes y, en 1954, el boricua no estaba en este club, como sí el mejicano Beto Avila. Tony Taylor y Orlando Peña, con 19 y 14 temporadas, tampoco respiraron el beisbol de Octubre en el terreno de juego, sino por televisión desde la comodidad de sus casas.
      Irónicamente, el receptor cubano Rafael Noble, que apenas calentó el banco de los Gigantes de Nueva York, se metió un ponche contra el zurdo Ed Lopat en 1951.
     Ni Humberto Fernández, ni Chico Carrasquel, ni Haitiano González…pudieron asistir al evento; pero el zurdo cubano Marcelino López se montó en el “cabú” y, con el brazo lesionado, asistió con el Baltimore en 1970.
     El también cubano José Tartabull, acompañó al Boston, en 1967, como jardinero y con este el pitcher Josè “Palillos” Santiago, de Puerto Rico.
    Y Marichal y los hermanos Alou estuvieron en 1962 con los Gigantes. En 1961, el torpedero cubano Leo CÁrdenas le dio un biangular en tres turnos a Bill Stafford, de los Yanquis, jugando con Cincinnatti. También Julián Javier acompañó 3 veces al San Luis a la competencia.
     Nadie puede dudar que, el hecho de la sempiterna presencia de los Yanquis en  Series Mundiales durante los 50’s, era un escollo, porque este club no acostumbraba a contratar hispanos con frecuencia, en el caso de Willy Miranda, como suplente y por muy poco tiempo; entonces quedaba un solo club para ocupar plaza que, como fueron los Gigantes, los Dodgers y los Bravos de Milwakee, con plantillas jóvenes, pues el hispano estaba resignado a firmar, para poder jugar rápido en Grandes Ligas, con clubes poco competitivos. Aunque Sandy Amorós actuara para el Brooklin y Félix Mantilla y Terín Pizarro para los de la ciudad cervecera en las de 1957 y 58; además de Aparicio con los Medias Blancas del 59.
    Por eso el Washington se llevó a Camilo Pascual, a Pedro Ramos y a Miguel Fornieles, los tres mejores prospectos del pitcheo cubano durante los 50’ y, por eso, debutaron tan jóvenes (con 20 años).
    El colmo de la mala suerte lo tuvo Pedro Ramos, a quien contrataron los Yanquis a finales de la temporada de 1964 como relevista y les ayudó decisivamente a obtener el banderín; sin embargo, no pudo estar en la Serie Mundial por inelegibilidad de fecha; 4 años antes, el zurdo boricua Tite Arroyo, sí jugó con los inquilinos del Bronx en el Clásico.
   Hoy la presencia hispana en Series Mundiales no es de “salvar la honra”, sino abrumadora a veces: la expansión y el incremento de la clase del jugador regional, hacen la diferencia y, como que no solo los Yanquis son favoritos y los Dodgers casi un equipo marrullero, de muchas expectativas y poco cumplimiento, con unos Mets de Nueva York que se las traen, pues cualquier jugador hispano, aun sin rango de estrella, se puede llevar a su casa el anillo de ganador; o el dinerito necesario de perdedor en el evento.

Pie de fotografia: Miñoso tuvo mala suerte en 1959