Por Andrés Pascual
Aun en medio de la prohibición impuesta de la historia del beisbol profesional previo a 1962, todavía algunos cubanos de generaciones recientes son capaces de nombrar ex jugadores como Méndez, Marrero, Dihigo y un par más.
El hecho de haberse perdido completamente el conocimiento sobre las formas de comportamiento del profesionalismo, sobre sus intereses y proyecciones, hace que el cubano atribuya la fuerza de aquella pelota al hombre que brilló en el terreno; incluso, fuera de Cuba, pocos tienen en cuenta que, lo que se logró antes de 1962, no es responsabilidad del jugador…
La grandeza de nuestro beisbol, su patriarcado absoluto, su clase sin cuentos ni exageraciones está asentada en las bases en que se constituyeron “las oficinas” de aquella pelota: presidentes de ligas, dueños de clubes, j’ de relaciones publicas, promotores, tesoreros, vocales…hasta la prensa nacional.
Todo el mundo habla de Méndez, pero casi nadie de Abel Linares y la historia del juego en que Torriente dio 3 jonrones por el Almendares y Ruth solo dos como refuerzo de los Gigantes de Nueva York, se recrea constantemente como joya de la tradición oral cubana, pero del nombre del dueño de los Alacranes, que le pagaba a los jugadores cubanos y que hizo lo mismo con el Bambino, nadie se acuerda.
Es norma que se utilice al Santa Clara como ejemplo de la fuerza del beisbol nacional durante los 20’s, un equipo repleto de estrellas negras como Oms o Paige; pero, ¿Quién conoce a alguien considerado entre los grandes promotores de la historia del espectáculo cubano, uno de los hombres más conocedores del juego en Cuba, propietario de los Leopardos, que respondía al nombre de Emilio de Armas?
La famosa serie corta que decidió el campeonato 1946-47 quedó incrustada en la memoria del pasatiempo nacional con la frase del pitcher zurdo del Almendares, Max Lanier, al también zurdo cubano Agapito Mayor y aquello de “Sal y gana hoy, que yo me encargo mañana”; sin embargo, detrás de la franquicia añil estaban los 10 millonarios que constituían la directiva del Vedado Tennis Club de la capital.
¿Cuántos recuerdan o saben que el Almendares, por el valor inversionista, hubo un momento en que valía más que los Carmelitas del San Luis de la Liga Americana? Eso fue posible por el nivel económico de sus propietarios, por su amor al juego y porque fueron capaces de poner su talento de hombres exitosos en el negocio ajeno al estadio, en función del deporte nacional.
Algo para refrescar: el Almendares y el Habana pertenecían al hombre considerado el responsable del empuje definitivo del beisbol cubano, por haber derrotado en la competencia por el público habanero al balompié, Abel Linares. Después que murió, su viuda se mantuvo operando con asesores las dos franquicias; sin embargo, en la transición de los 30’s a los 40’s, decidió venderlas y, al primero que se las ofreció, fue al legendario Miguel Angel González, que solo compró a los Leones del Habana, pero le propuso a Adolfo Luque la compra de los Alacranes, lo que Papá Montero rehusó. Entonces se la propuso al Dr. Julio Sanguily, uno de los miembros de la Junta Directiva del Vedado Tennis a que me referí antes.
La viuda Linares pedía 10.000 dólares por cada equipo, que le fueron dados por el Dr. Sanguily quien, en la próxima junta de la institución Vedado, le dijo a los 9 miembros restantes: “Acabo de comprar el Almendares a nombre de todos por la cantidad expuesta, denme cada uno los 1,000 dólares de vuelto que es un gran negocio...
Ciso Camejo, Alfredo Pequeño, Arturo Bengochea, Mike González, Bobby Maduro, el grupo del Vedado… eran millonarios al servicio del beisbol cubano. Fueron los verdaderos responsables de colocar a Cuba, a través de más de 70 años, en niveles de privilegio para el Caribe y solo en segundo lugar después de Estados Unidos.
Fueron capitalistas triunfadores que jugaban al ganador, costara lo que costara, para quienes el beisbol era realmente una pasión como fanáticos que, para hacer lo que lograron, se rodeaban de asesores altamente competitivos y tenían al Beisbol Organizado como primera referencia; por su éxito con las Grandes Ligas, este nivel los tomó como ejemplo y le sugirió al resto de países de desarrollo relativo del área la creación de la Confederación de Países del Beisbol Profesional de Invierno en 1948.
Sin ellos no hubiera sido posible hacer la leyenda del beisbol nacional: ni Dihigo, ni Bellán, ni Mayarí Montalvo, ni Champion Mesa, ni Torriente, ni Miñoso, ni Camilo, ni Oliva, incluso ni Kendry Morales ni Alexis Ramírez hubieran podido hacer lo que hicieron o hacen…
Fueron los verdaderos artífices del beisbol nacional; por supuesto, son una clase mucho más difícil de encontrar, cada uno por separado, que un club de beisbol competitivo en todos sus departamentos.
Únicamente son posibles en sociedades capitalistas abiertas sin miedo ni al trabajo ni a la competencia y sin imposiciones o participaciones políticas de tiranías. Para conseguirlos donde les erradicaron o no existan, se necesitan varias generaciones de curtido social.
En la Cuba de hoy pueden enviar a los peloteros adonde sea; pero el lugar que alcanzó el pasatiempo, con su legendario champion a la cabeza, nunca más se podrá reeditar; porque ya no existen en la Isla hombres como aquellos.
Pie de grabado: Bobby Maduro es la referencia obligada a la hora de analizar la clase administrativa que hizo al beisbol cubano |
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