Por Andrés Pascual
Cuando se cita al mejor pitcher de todos los tiempos, pocos nombran a Denton Cy Young (foto), el hombre que hizo una rutina ganar juegos -y perderlos-, durante la llamada “era de la bola muerta”, que fue decretada verdaderamente cadáver a partir de 1920.
A través del tiempo, se ha dado una idea equivocada de esa época al manejarla como de dudosa clase atlética; no, nadie debe confundirse, la etapa soberbia y magnifica entre 1901 y 1919 se jugó un beisbol brillante y violento, solo que la pelota no estaba hecha para batear jonrones que, a fin de cuentas, convirtieron al pasatiempo en un fraude en los últimos 20 años; además de condición pecaminosa del juego, que desembocó en el escándalo de los esteroides.
Antes de 1920 ya existían todos los lanzamientos de rompimiento que se usan hoy: el tornillo, el nudillo, el tenedor, la empalmada, la curva a tres cuartos (slider), la curva, el cambio de velocidad…pero, por si fuera poca la complejidad del pitcheo, se utilizaba legalmente el spitball o lanzamiento de “saliva”, más difícil de batear y más peligroso que cualquier recta de 100 millas por hora, tanto que, el único muerto por golpe con un lanzamiento contabilizado hasta hoy , fue por uno de ese tipo.
Después de 1920, año en que abolieron el uso, hubo 6 pitchers de ambos circuitos a los que les permitieron continuar empleándolo, bien porque era su mejor disparo, bien porque era el único de que disponían, además de una recta de regular interés..
El pitcher derecho Cy Young se inició en 1890 con el Cleveland, entonces Liga Nacional, hasta 1898; jugó con San Luis, también del viejo circuito, en 1899 y 1900.
A partir de 1901 hasta 1908, con los Frijoleros de Boston, empezó su historia legendaria durante 9 campañas, en que regresó a Cleveland por dos años y otro más con los Medias Rojas; 22 temporadas de trabajo que produjeron números como 511 juegos ganados, máximo de todos los tiempos; 316 perdidos, también suma mayor en Grandes Ligas; promedio de limpias de 2.63 y 2803 ponches, que no son suficientes para encabezar esos departamentos de por vida; 815 juegos abiertos y 749 completos, números buenos para liderar y promedio de bases por bolas con respecto a 9 innings de actuación de 1.5; además, 3.4 ponches cada esos nueve episodios de trabajo monticular. Es decir, que el arma principal de Young fue el control sobre sus lanzamientos.
Aunque el pitcher derecho acapara muchos de los records de pitcheo con fabulosas temporadas, a la hora de seleccionar un serpentinero abridor idílico, incluso de su era, los nombres pueden ser Pete Alexander o Cristy Mathewson; pero no he leído nunca que alguien escoja al primer gran estrella de los Medias Rojas como la selección idónea para encabezar la rotación de un juego estelar extemporáneo.
Tal vez, a pesar de sus records, no lo consideran tan efectivo como algunos otros; porque, a fin de cuentas, ganó y perdió muchos y, aunque tiene un magnifico promedio de carreras limpias por juego de 2.63, otros lo tienen mejor y el dominio en el pitcheo, la efectividad absoluta, la brinda el promedio de carreras limpias.
La entrega de los premios Cy Young, como casi todo lo que es motivo de selección-elección en Grandes Ligas, se sale de las fronteras de la injusticia para caer en brazos del relajo organizado e instituido.
Nadie adivina qué patrones emplearán, una temporada cualquiera, para seleccionar al lanzador que obtendrá el premio al mejor pitcher: a veces alguno ha dominado los departamentos de efectividad, de entradas, de juegos completos, de ponches; pero se quedó corto por dos ganados de otro que, además de separarse por una carrera completa del primero, se lleva el premio a su vitrina particular, luego ¿Cual es el nombre de tal horror? ¿Injusticia? No, Cy Young que, a fin de cuentas, desde su creación en 1956, la mayoría de los distinguidos han sido los que más ganen en la campaña.
A través de la historia, grandes lanzadores han militado durante toda su vida o casi toda, en equipos pobres defensiva y ofensivamente, detalle que les hizo huérfanos del titular mañanero; porque, por lo general, su club no encabezó nunca el estado de los equipos.
Solo los grandes cronistas, como Dan Daniels en Estados Unidos o el venerable Pedro Galiana en Cuba, tenían por costumbre revisar la actuación semanal de pitchers como Robin Roberts o Ted Lyons.
Lo peor para los grandes pitchers de equipos débiles: por lo general lanzan contra el mejor del club contrario, porque nadie se entrega gratis y, la posibilidad de que el equipo batee menos contra un pitcher dominante, es más grande que la salida del sol diariamente.
A fin de cuentas, el Premio Cy Young, que fue un pelotero que no se menciona a la hora de escoger lo mejor del pitcheo por nadie en particular, se facturó para premiar al lanzador que más gane; o, por lo menos, eso ha sucedido la mayoría de las veces… Como todo en el beisbol moderno, desde hace más de 15 años, se ha violado sin contemplaciones.
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