En 1944 los Browns de San Luis valían algo más en el mercado que los Alacranes del Almendares; a fin de cuentas, el club añil, símbolo eterno de la verdadera pelota cubana, era propiedad de 10 millonarios que tenían más dinero cada uno que el dueño del equipo instalado en Missouri.
Sin embargo, ese año ganaron la Liga Americana y perdieron la Serie Mundial contra los Cardenales.
¿Cómo pudo ganar aquel club sin ningún astro en su plantilla? Sencillamente, porque en la pelota gana el que mejor juegue y no el que más nombres “importantes” incluya en su róster ni el que más haya abultado su nómina en la primavera…
El Cleveland de este año tiene al mejor shortstop de la actualidad en el venezolano Asdrúbal Cabrera, completo, en la línea de los grandes de la posición que engrandecieron Aparicio, ayer; Concepción, después y Vizquel siempre. Pero ningún otro jugador puede coquetear con lo mejor y más completo de esta campaña en esa novena; entonces, ¿Por qué ganan?
Porque el team-work, el dar lo mejor de sí de cada uno a través del juego alegre, seguro y agresivo, han cambiado la cara del equipo.
¿Bueno y…los Piratas, que coquetearon con la cima de su división hasta que la escalaron al derrotar a otro club “sorpresivo” en la campaña, el Cincinnatti? Por lo mismo…
Alguien que sabe lo que dice, veterano glorioso del micrófono, me dijo que “esta pelota está loca”, yo no lo repito afirmativamente, porque sería minimizar la actuación de los clubes que no solo están jugando un buen beisbol, sino que alegran la competencia y amplían las esperanzas de su público natural; los que, además, ponen en entredicho el desempeño irresponsable y poco serio de los nombres con salarios enormes que, por la apatía que demuestran muchos, por lo que frustran rutinariamente, parece que se los roban.
Quizás estén jugando por encima de sus posibilidades, pero han demostrado en el terreno que la determinación y la pasión no puede faltar en la buena actuación, se gane o no: sin pasión no hay juego; entonces sería un crimen demeritar las actuaciones de esas franquicias al sugerir que la pelota está “desequilibrada” y, después, tratar de aplicarle un electroshock deportivo de crítica destructiva dirigida al fanático hasta crear un estado de opinión peligroso y conflictivo.
Sin embargo, para recordarnos en qué tiempo estamos, hace una semana un campo corto de nombre grande fildeó un rolling con un out y se dirigió hacia segunda para forzar al corredor que nunca existió, porque la primera estaba desocupada; después, ese mismo jugador volvió a fildear y, en vez de efectuar el disparo a primera, salió corriendo con la bola en la mano en una especie de competencia, bruta y de mal gusto, a ver quién llegaba primero si el corredor o él.
No hay jugadores ni en Pittsburg ni en Cleveland ni en Cincinnatti que hayan jugado así este año; posiblemente tampoco en el San Luis Browns de 1944.
Para ganar en este juego no cuenta la posibilidad de ser elegido mañana a Cooperstown: se juega bien o no se gana, como quiera que se llame un jugador y por encima de lo que gane.
Asdrúbal Cabrera, la gran estrella del Cleveland de hoy |
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