Por Andrés Pascual
A la palabra crítica se le teme más que al Diablo en la prensa del sector deportivo miamense; sin embargo, su significado, tan infantil como contundente es, “ejercicio del criterio”.
En la ciudad, con respecto a los Marlins, lo normal es que se describa un juego, que se exagere el valor de un recién llegado a un puesto en el que sustituyeron a otro igual o mejor; o que, cuando el club, como ahora mismo, amenace con romper cualquier récord negativo como perdedores, no se encuentren palabras para presentar la hecatombe por medio del análisis adecuado, realista y aceptable para los lectores, que saben mucho y son mayoría.
Este año, que he comentado poco sobre el club y no se ha publicado aquí, sin embargo, he tenido alguna razón “mirando hacia adelante”.
Es porque se hacen amistades entre la dirección, incluso en la gerencia, o por relaciones paisanistas que conspiran contra la credibilidad y el objetivismo, que se pierde la perspectiva del cronista, que está ahí para ayudar al fanático a que comprenda lo que, por sí mismo, no puede.
Claro que resulta difícil decir, entender o publicar algo que se necesita tiempo para comprobarlo, pero ese es un riesgo que hay que correr, de otra forma ni Shirley Povich ni Dan Daniel tuvieran trascendencia desde hace más de 70 años.
A la mano la indisposición de la oficina para rellenar “huecos” peligrosos con el jugador de actuaciones notables, capaz de erigirse en el líder que no tienen y que contribuya al team work como Dios manda, ¿Qué queda? Con guerrillas se desgasta al contrario, pero no se puede ganar una guerra, a pesar de Napoleón y la campaña de Rusia, o de Tito y Mijailovich durante la Guerra Mundial II en Yugoslavia: esto es pelota, son las Grandes Ligas y lo que cuenta es el cash, como decía Luis Sarría en el boxeo: “no tirandito, no ganandito”, aquí, si no hay dinero, a pesar de las sorpresas, la victoria se pone más lejos que un jonrón de Mickey Mantle a la zurda.
Los Marlins están preparados para dar guerra sin ilusiones de campeonato, a fin de cuentas, tienen un equipo joven, con jugadores con condiciones que, al modo mío de ver las cosas, en el futuro, con algún refuerzo adecuado; cuando adquieran más experiencia para asimilar la derrota y el slump de alguno de sus mejores bateadores, pues podrán dar batalla por el primer lugar; hoy no, porque nunca clubes casi novatos, sin la contribución obligatoria del veterano que estabilice situaciones peligrosas en el estado de ánimo, han podido ganar en este nivel.
Con un manager sin experiencia de dirección en Grandes Ligas, con un trainer de bateo también nuevo en el nivel, se esfuma cualquier posibilidad: 100 % de inexperiencia no le abren las puertas al 50 % de postemporada.
En el caso de Edwin Rodríguez, está sucediendo algo que comenté en algún momento: no puede ser exitoso el manager híbrido de sistema, es decir, que aplique groseramente el concepto “librito”, más docto para la gradería, más estable, que levante menos pasiones y que desazone poco; tanto como el intuitivo, que pone nerviosos al público, a la gerencia y a medio mundo, porque crea, como en el ajedrez, que inició una combinación que fructificará 15 jugadas después; no, aquí son 9 en el terreno y 9 innings si no hay empate.
Recuerde esto: el pitcher abridor de 3.00 clp por juego o menos, si admite 3 y tiene dos en bases, ya explotó; es un error dejar que lo maten a palos, aunque el relevo no sea confiable, o se provocará la hecatombe personal del individuo al ponerle el promedio histórico una ó más carreras por encima de lo que trabaja, con el consiguiente malestar general de todo el equipo.
Recurrencias de este tipo crean las condiciones que afectan a toda la novena. Si continúan dirigiéndolos así, pudieran tener problemas mucho mayores cuando se deslome completamente el pitcheo y, con este, la defensa del cuadro.
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