La semana pasada se produjo la ceremonia de retiro del # 31 de los Bravos en una solemne ceremonia en el Omni CNN Center de Atlanta, lo de “solemne” , porque, cuando se trata de los virtuosos de cualquier deporte, de esos que demostraron con su faena y su conducta que la superestelaridad sí existe, por decadentes que sean los tiempos, el hálito de respeto, místico casi, cubre la fiesta, con esa rara combinación de la alegría con la tristeza porque, sin dudas, no se volvera a ver en acción a un inmortal de factura clásica y genuina.
Gregg Madduxx lucía gafas fuera del terreno, se vestía con respeto y elegancia, como hace un catedrático de cualquier universidad, hablaba como los profesores y era un verdadero maestro desde el box en Grandes Ligas…Nadie podría pedir más gloria que la que acumuló este hombre; ni más inteligencia; ni más astucia. No solo es el último de los grandes; sino el mejor en los últimos 20 años, que llegó al béisbol de hoy como un regalo de la Providencia, para recordarle a todo el mundo que, en medio de la apatía, el desgano, la vagancia, la poca clase profesional y moral de que hacen galas los peloteros de hoy, siempre habrá un titán para recordarle al decepcionado que, aún, puede encender el televisor y disfrutar de una faena memorable en el deporte de las bolas y los strikes. Ya no estará más el tremendísimo pitcher en el béisbol activo y, lo peor, independientemente de que todavía hay buenos pitchers, como ese, lamentablemente, ninguno.
Cada actuación de Gregg Madduxx era una clase maestra, un banquete para el fanático conocedor que, por lo mismo, aprecia como ningún otro departamento del juego el de la serpentina, si cabe, lo más próximo a “científico” que hay en el pasatiempo.
El sello del pitcher, al que acaban de retirarle el número de su jersey los Bravos de Atlanta, era el de un lanzador de indudable factura de la “vieja escuela”, con el concepto de que el control es el arma fundamental de un pitcher y la localización de los envíos de Madduxx era impecable, pero control no es buscar y producir strikes por el centro; sino en el lugar en el cual el bate no alcance la esféride y, todavía, le quede la sospecha al umpire de que era tan buena como para colocarle una banderilla al bateador. En el caso dE Madduxx el centro era sorpresivo, para retratar sin esperarlo el artillero.
Lanzador de recursos, que agarraba la pelota hasta con tres y cuatro dedos, si bien no poseÍa esa velocidad espantosa de que hacÍan gala Clemens y Randy Jonson, su recta, en el orden de las 89-93 millas, se movía “como rabo de lagartija”, tanto que, al tirarle, le conectaban mal; además, tiraba un buen slider, buena curva y un sinker efectivo. Pero eran su increíble control y su cambio de velocidad lo que contribuyeron, en mayor medida, a construir la leyenda.
Competitivo de la gorra a los spikes, lo demostró en cada salida al montículo cerrandole espacio a a los bateadores contrarios continuamente y defendiendo su territorio con los dientes, de tal forma bueno fildeando que era, ni más ni menos, que un quinto jugador de cuadro que se hizo merecedor de 18 guantes de oro.
En los discursos dedicados al gran pitcher, se habló de que pertenecía a una “escuela” de los Bravos de Atlanta en el departamento del pitcheo, al lado de Tom Glavine y John Smoltz; todavía yo no sé la razón por la que se empeñan en usar términos ni confiables ni ortodoxos con respecto al caso, sencillamente, ese club tuvo la suerte de contar con tres pitchers de factura inmortal a la vez, que les caracterizó la seriedad, la moral, la clase profesional y que hicieron, en la relación con su público, un contrato de inviolable importancia, condiciones todas olvidadas por el representante del pitcheo de una era que no puede competir con la clasificacion Triple A del ayer de gloria, maestría y vergüenza profesional salvo 4 ó 5 buenos pitchers que quedan; entonces, a la manera de los grandes del ayer, se dieron a la tarea de lucir su grandeza cada juego de cada temporada en que actuaron para el Atlanta, haciendo el 75 % de la brillante y grandiosa historia del club durante 13 campañas.
En esto de hacer coincidir grandes pitchers en una etapa, los Bravos, con la rotación Madduxx-Glavine-Smoltz, repitieron los momentos de grandeza que gozaron los fanáticos que asistían al County Estadio durante los cincuentas, cuando estuvieron asentados en Milwakee y encabezaba el staff el increíble Warren Spahn, el tremendísimo zurdo que decía que nunca le importaba la zona de strikes del árbitro de turno detrás del home, porque se conformaba con doce pulgadas.
A Spahn le acompañó en aquella rotación, inolvidable para los fanáticos que tuvieron la dicha de verlos, Lew Burdette, un pitcher derecho que descartaron los Yanquis de Nueva York que les ganó tres veces en la Serie Mundial de 1957 a los Mulos de Mickey Mantle, Yogi Berra y Whitey Ford.
Si algo distinguió a Greeg Madduxx como pitcher, fue que no se le podía adivinar, jamás los bateadores lo hicieron “avisados” contra este fenómeno y, uno de los pocos, acaso el único que le bateó como quiso, fue su equivalente de grandeza y clase en el departamento del bateo: Tony Gwynn.
Madduxx debutó con los Cubs de Chicago el 3 de septiembre de 1986 y apareció en su último juego de Grandes Ligas el 27 de septiembre de 2008. Cuatro clubes le tuvieron como parte oficial de sus staffs: los Cachorros, los Bravos de Atlanta, los Dodgers de Los Angeles y los Padres de San Diego, pero fue en sus siete años en el Chicago y en sus 13 con Atlanta, que se insertó, por derecho propio, entre los mejores pitchers de la historia.
Con los Bravos, desde 1993 hasta el 2003, gano 194 juegos y 3 premios Cy Young. En toda su carrera acumulo 355-227 con 3.16 de promedio de limpias por juego; apareció en 5008.1 innings y ponchó a 3371 bateadores con solo 999 basas por bolas y 35 blanqueadas; de 740 juegos que abrió, completó 109.
La descripción mas justa de Gregg Madduxx la hizo en la ceremonia de retiro de su glorioso número 31 su “viejo manager de mil batallas” con los Bravos, Bobby Cox, cuando dijo: “…Si lo que me preguntan es quién es Gregg Madduxx, para mí, el más inteligente, el más astuto, el competidor por excelencia y, como Mickey Mantle, el compañero inigualable…”
Definitivamente, el mejor pitcher de su era, al que ni los delincuentes del esteroide pudieron imponérsele…mucho mejor que cualquiera, como quiera que se llame.
Autor: Andrés Pascual /Cronista Cubano del diario de Las Americas de Miami
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