Por Andrés Pascual
Chet Brewer, de larga trayectoria en casi todo el Caribe, estuvo contratado a principios de los 30’s por un club de Ligas Menores, pero el Comisionado de ese circuito anuló la firma del pitcher negro.
Jimmy Claxton, otro pitcher, perforó la barrera racial por dos meses con el Oakland Oaks de la Costa del Pacífico en 1918.
Para integrar al beisbol no solo era un obstáculo el racismo con su Pacto de Caballeros; sino que existía otro de vital importancia: el alquiler de los estadios de las grandes ligas a los clubes de ligas negras cuando aquellos estaban jugando como visitantes.
Los dueños sabían que la integración produciría un éxodo de estrellas negras hacia el beisbol de los blancos, lo que traería como consecuencia un sensible debilitamiento hasta su desaparición del circuito sepia y, con este, la del fanático de esa pelota, que se trasladaría hacia los terrenos de las Mayores; por lo tanto, los magnates de las Grandes Ligas perderían la fuente de ganancias que generaba la renta de sus instalaciones. Además, el 80 % de los peloteros negros, que eran la cantidad que no podría jugar en el Beisbol Organizado de inmediato, perderían sus ingresos para el sustento.
Varios dueños de equipos de Grandes Ligas creían que, una parte considerable e importante para el negocio del público blanco, sería renuente a asistir al estadio para disfrutar del experimento. Si bien varios apostaron al triunfo del ensayo, otros lo consideraban como un posible fracaso peligroso si se practicaba.
Pero el hombre que siempre tuvo confianza en el éxito del pasatiempo integrado fue Branch Rickey, quien entendía a qué se atendría; por lo que fue capaz de hacer el intento en el momento preciso y no cuando lo pretendió el periodista negro Wendell Smith, que le solicitó al presidente Roosevelt un decreto integracionista del beisbol y recibió como respuesta “eso está fuera de lugar ahora…”, o el tan manipulado “políticamente incorrecto”.
Por su propio carácter, por su personalidad y por sus condiciones humanas, fue que Rickey se lanzó a lo que, en aquel momento, podía ser un vacío de dudas y conclusiones.
Nadie describió mejor a Branch Rickey en su real capacidad de acción y pensamiento que el notable cronista deportivo del St. Louis Post-Dispatch, Red Smith: “jugador, manager, ejecutivo, abogado, predicador, vendedor de caballos, orador, innovador, esposo, padre, abuelo, campesino, lógico, oscurantista, reformista, financiero, sociólogo, cruzado, padre confesor, amigo y luchador”.
Así fue Branch Rickey, el hombre que perforó el Muro Racial casi desde que se unió al Brooklin en 1942; porque fue el año que inició la escalada comenzando con la revisión de los peloteros negros disponibles para el gran acontecimiento; el individuo que inventó el sistema de sucursales o fincas que, incluso, pretendió una tercera liga mayor, el hombre capaz de imponerse a cualquier obstáculo para engrandecer el pasatiempo que amó como nadie.
Pie de grabado: Nadie hizo más por el beisbol que él |