El olvidado caso de Robert Marcano
El emergente
Columna publicada en El Nacional, el viernes 20 de julio de 2018.
Ignacio Serrano
El Salón de la Fama del beisbol venezolano se prepara para recibir una nueva promoción de inmortales. Los miembros del Comité Contemporáneo tenemos la tarea de evaluar a los 23 candidatos propuestos y votar antes del 31 de julio. Pero también es tiempo de recordar a las figuras postergadas, cuyo nombre pudiera ser evaluado por el Comité Histórico.
Hablemos de Robert Marcano.
La vida fue injusta con este infielder, que murió tan prematuramente. Debería tener 67 años de edad. En cambio, se fue a los 39, en 1990.
Nació en El Clavo, en el estado Miranda, y a pesar de las lagunas que existen en su biografía, fue uno de los peloteros más importantes para Venezuela en el siglo pasado.
Marcano fue un prospecto que encontró tapiado su camino en el sistema de granjas de los Ángeles de California. Ya en 1973 era figura en la LVBP. Durante dos campañas, coincidiendo con su llegada a Triple A, fue uno de los mejores bates criollos de nuestra pelota invernal, incluyendo un average de .307 en la campaña 1973-1974. Es cierto que su estatus en el circuito local no llegó a compararse con sus compañeros Oswaldo Blanco, Ángel Bravo o Enzo Hernández, estrellas de los Tiburones en ese tiempo. Pero esa relativa discreción tuvo su origen en aquello que motiva esta columna.
El mirandino fue vendido a finales de 1974 a los Bravos de Hankyu. Ningún venezolano había jugado en Japón. No existía internet, la comunicación habitual se hacía por cartas escritas en papel que tardaban semanas en llegar. Para llamar al exterior, debíamos esperar horas a que un servicio de CANTV llamado “el 122” hiciera contacto con el número de destino y nos avisara que podíamos hablar. El Juego de la Semana era la única forma de ver las Grandes Ligas, y consistía en un encuentro grabado los sábados que transmitía Venevisión los domingos.
Fue en esa realidad que Marcano recibió la noticia que cambiaría su vida. Pudo negarse. Pero en medio de la incertidumbre, aceptó la aventura. Y lo que siguió fue una de las carreras más brillantes que un pelotero importado ha conseguido en la exigente NPB, el circuito donde después triunfaron Roberto Petagine, Alexander Ramírez, Alex Cabrera y José López.
“El Japonés”, como le bautizó la prensa local, disputó 12 zafras allá. Disparó 1.418 hits y empujó 949 carreras, incluyendo el liderato en 1978 con 98 empujadas. Sus 232 cuadrangulares quedaron como un récord para extranjeros en el archipiélago, hasta que en los años 90 le fue arrebatado. Ningún otro criollo, ni siquiera el gran Antonio Armas, sumaba tantos vuelacercas en un circuito como él en la NPB, al despedirse en 1985 (Armas rebasaría esa cifra en las Grandes Ligas para 1986).
Cuatro veces fue seleccionado para el equipo nipón ideal, cuatro veces ganó el equivalente al Guante de Oro como intermedista en ese beisbol, tres veces consiguió el anillo en la Serie de Japón.
Jugar allá redujo su actuación acá. Sus apariciones en la LVBP empezaron a espaciarse. Y su tempranera desaparición impidió que se creara una leyenda alrededor de él. De haber sobrevivido a Petagine, Ramírez o López, habría sido entrevistado cientos de veces para hablar sobre sus herederos.
Esa leyenda sí existe en el país asiático, donde aún recuerdan su grandeza. Y ya es tiempo de hacer justicia en el país donde nació.
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