El ejemplo de Marco Scutaro
El emergente
Ignacio Serrano
Evan Boyd, analista de STATS Inc., empresa recopiladora en la MLB, buscaba información sobre los Medias Blancas de Chicago cuando se topó con un dato que le causó asombro.
“No podía creerlo cuando lo vi”, escribió Boyd en Twitter. “Los promedios de embasado más elevados contra los Medias Blancas, desde la Era de la Bola Viva, con un mínimo de 150 apariciones en el plato, corresponden a: Babe Ruth con .493; Ted Williams con .449; MARCO SCUTARO con .448; Lou Gehrig con .446 y Jimmie Foxx con .445… así es el beisbol”.
Ruth, Williams, Gehrig y Foxx son cuatro leyendas, miembros del Salón de la Fama y ejemplos a la hora de buscar a los bateadores más dañinos en la historia.
Scutaro es el protagonista del documental A player to be named later, que se traduce como “El pelotero a ser nombrado después”, la figura que a menudo surge en las Mayores, cuando un equipo pacta un cambio y la otra divisa acuerda enviar posteriormente a un jugador de poca monta.
El yaracuyano sorprendió a muchos cuando en 2002 fue subido por los Mets de Nueva York. Tenía 26 años de edad y poco futuro por delante, a pesar de haber cumplido con el sueño de graduarse en el mejor beisbol del mundo.
La carrera de Scutaro realmente comenzó un poco después. Como nunca dejó de entrenarse, de trabajar y de creer, en 2004 se convirtió en un nombre habitual en el lineup de los Atléticos de Oakland, donde ganó fama por su dedicación y versatilidad. Para 2009, contra todo pronóstico, se había convertido en el shortstop titular de los Azulejos de Toronto. Entre 2010 y 2012 fue figura de los Medias Rojas de Boston y los Rockies de Colorado. Finalmente, vivió sus mejores tiempos con los Gigantes de San Francisco, cuando los rocosos lo enviaron a la bahía en un cambio de mitad de zafra.
El nativo de San Felipe fue el Jugador Más Valioso en la Serie de Campeonato de la Liga Nacional, en 2012. Ganó un anillo de Serie Mundial unos días después. Fue seleccionado para el Juego de Estrellas en 2013. Tenía 37 años de edad cuando por primera y única vez fue al Clásico de Julio. Un caso tan asombroso como feliz.
Una lesión en el cuello le impidió seguir brillando en los diamantes. Apenas fue a batear 13 veces en 2004 y finalmente colgó los spikes, imposibilitado de jugar por los severos dolores originados en la columna vertebral, que le llevaron al quirófano sin poder volver. Dejó para la historia el ejemplo de su extraordinaria carrera: no importa lo que digan los críticos o los scouts, lo más importante es el deseo de llegar, la constancia, esa fuerza que nace en el corazón y que sirve para conquistar los más inexpugnables desafíos.
De vez en cuando aparece alguien como Scutaro. Un jugador como Omar Infante, el eterno utility que un día logró un puesto en el Juego de Estrellas y empezó, desde allí, lo mejor de su camino, ya como pelotero de todos los días.
Todo eso vino a nuestra cabeza cuando escuchamos a Jesús Aguilar exculpar a los Indios de Cleveland, la organización que nunca le permitió consolidarse en la MLB. “Les agradezco, porque me hicieron fuerte mentalmente”, aseguró a MLB Central. “Mientras no me dieran una oportunidad, yo iba a seguir intentándolo, haciendo lo mío”.
Aguilar, como antes Scutaro o Infante, va rumbo a la temporada de su vida. Y es así, porque nunca se rindió.
Columna publicada en El Nacional, el viernes 29 de junio de 2018.
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