Por Andrés Pascual
Martín Dihigo fue uno de los cinco mejores y más completos peloteros cubanos de la primera mitad del siglo pasado; en Estados Unidos le llaman de cinco herramientas al que mantenga en niveles idénticos el corrido de las bases, el brazo poderoso, el fildeo en niveles estelares, el bateo y la inteligencia. Le acompañan Cristóbal Torriente, Lázaro Salazar, Silvio García y Alejandro Oms, aunque el último tenía el brazo de promedio a pobre.
Ni Bienvenido Jiménez ni Pablo “Champion” Mesa, porque no bateaban como los mencionados, ni Esteban “Mayarí” Montalvo, un fenómeno fugaz que solo duró con condiciones superestelares cuatro años. Al Inmortal lo citan como mejor jugador versátil que el juego haya conocido.
Si algún beisbol le quedó a la medida a quien el cronista cubano Adolfo Fonst apodó El Inmortal hace más de 75 años, fue el mejicano: nadie brilló tanto ni con tanta intensidad como el matancero, en tierra azteca, primero en lograr algunos de los récordes individuales para un nivel de juego que, durante la etapa que le tocó, era competitivo.
Tan grande fue el impacto de este jugador, que se le considera factor de importancia de primer orden en la evolución del beisbol mexicano a partir de 1938.
A pesar de que desde los 20’s la presencia cubana en la pelota de México era de interés y clase, rubricada por Agustín Verde, considerado de “los padres” de ese beisbol, Alcibíades Palma, Lolo Correa, Agustín Bejerano o el increíble Ramón Bragaña, no fue sino hasta la llegada de Dihigo para la campaña de 1937, que un jugador, de absoluta categoría inmortal, se desplazó por los difíciles diamantes de aquella pelota con la maestría que le llevó a Cooperstown y que, por su juego en la patria de Juárez, también le convertiría en una de las reliquias más preciadas del Templo situado en Monterrey.
En 1937, con la cooperación del pitcheo magistral de Martín y de su despiadado bateo, el Aguilas de Veracruz se imponía en el circuito que, desde ese momento, se vistió de largo como pasatiempo de fuerza indudable y se convertiría en la verdadera segunda casa del pelotero cubano.
El primer gran resultado de Martín Dihigo en juego sencillo en la Liga Mexicana, ocurrió el 15 de septiembre de 1937 en el parque de la ciudad de Veracruz, cuando dejó sin hits ni carreras al Nogales, juego que concluyo 4-0 por el club de Jorge Pasquel; además, Dihigo contribuyó con sencillo y doble de dos carreras a su victoria. La trascendencia de este partido resultó porque fue el primer no hit no run que se lanzó en el circuito.
La manaña del domingo 18 de mayo de 1938, en el inexistente parque Delta de la capital, se convirtió en el fundador del “Club de los 6-6”, al batear cuadrangular, doble y cuatro sencillos en la victoria del Aguilas sobre el Agrario 10-3.
El sábado 29 de julio de 1939, en Veracruz, derrotó al entonces Carta Blanca de Monterrey 3-2 con 16 ponches propinados y cuando, una semana después, en apertura consecutiva el 5 de agosto abanicó a 18 bateadores de los Alijadores de Tampico en victoria 6-3, se convirtió en dueño absoluto del récord de más ponches propinados en dos aperturas consecutivas, no solo para la Mexicana, sino para todo el beisbol; pero el Libro Rojo de marcas del juego homologó injustamente (remember Finlay y el Nobel), el del Meteoro de los Indios de Cleveland Bob Feller, que, ese propio año, el 10 de septiembre, dejó con la carabina al hombro a 10 bateadores de los Medias Rojas de Boston y el 2 de octubre a 18 de los Medias Blancas de Chicago totalizando 28 ponches, 6 menos que los 34 del Inmortal cubano.
Dihigo fue una de las figuras más destacadas y trascendentales del beisbol cubano, un ídolo genuino dentro y fuera de la Isla, sin dudas, el pelotero más importante de la Liga Mejicana en el período 1937-45; es decir, en el momento justo que más necesitaba ese circuito a un pelotero de clase semejante.
Nadie ha prestigiado mas el calificativo de Inmortal que Martín Dihigo, que lo fue de verdad y así se le reconoce en cualquier lugar donde tuvieron el privilegio de disfrutar de su juego increíble.
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