Por Andrés Pascual
El caso cubano es especial: una tiranía que le corroe el tuétano a la nacionalidad, que ha sido capaz de dividir el país con toda intención a efectos de obstaculizar la unidad necesaria para combatirla y todavía la apoyan ¿Elementos que utiliza? Todos…
Como que Cuba es un país en el que no hay un ripio de libertades ni de soberanía individual, no le aplica el gastado concepto de separación de lo político de lo deportivo, bueno y efectivo en las sociedades libres, en las cuales el factor mediático nunca se haya visto censurado, como en la sociedad cubana, durante medio siglo.
El castrismo no habla de sus abusos ni de los problemas que han ocasionado la decadencia del, una vez, deporte nacional en la Isla a extremos ridículos; entonces, ¿Debe permanecer indefensa la pelota cubana, los peloteros cubanos, porque simpatizantes del sistema, bien encubiertos como desafectos, quieran oír o leer otra cosa? No, el que quiera que no se mezcle lo político con lo deportivo, en una versión muy libre de adaptación, que lea el exiguo, famélico y mentiroso ariete contra la verdad, el Granma, o el Nuevo Herald.
El beisbol cubano y la parte que lo merece de esa población que sufre y espera, necesita voces favorables que condenen a la tiranía desde todos los frentes, gústele o no a quien sea.
Por ser este un país de amplio concepto de la libertad, las opciones sobran; entonces, cuando le moleste el ataque a Castro, que se supone que le sacó del país por razones válidas, si fuera verdad, pase la página y diríjase a otro tema y a otro autor. Es una sugerencia.
Los administradores y dueños de la Liga Cubana, con intención o sin ella, nunca contribuyeron a la división de la sociedad desviando hacia una guerra regional el fanatismo por provincias, los clubes de aquellos torneos se confeccionaban, cada uno, con peloteros de todas las provincias (foto Almendares 1949, puede observar a los orientales Willy Miranda, Sojito Gallardo o Tata Solís, junto al habanero Vicente López, además de a Octaivo Rubert).
El castrismo lo impusieron fuerzas propias para destruir al país, para cambiarle hasta la forma de caminar al cubano en virtud de intereses muy ajenos al normal funcionamiento de la relaciones fraternales: elemento de importancia capital, a fin de permanecer por siempre jamás como dueño hasta del aire que se respira, fomentó la división más absoluta entre los cubanos, punto de partida en la forma como se ha podido someter al esclavismo a toda la población y crear la duda y la desconfianza entre los individuos, arma de contención de la obligatoria unidad organizada para combatirlo.
Mientras más tiempo pasa más se conocen las interioridades del castrocomunismo y menos espacio le queda a la especulación y cualquier juicio, por descabellado que haya sido, emerge como una verdad contundente.
El experimento ha sido terrible, tanto en lo moral como en lo material; todo se ha hecho con la mala voluntad de estos hunos de no tan reciente edición a estas alturas que, al revés de los verdaderos, no voltearon la espalda ante la civilización romana, acaso sobrecogidos por la diferencia cultural convertida en abismo infranqueable; no, estos se quedaron a pisotear con sus patas asquerosas y a destruir con sus garras cochinas a una nación que merecía mucho más de lo que el destino le puso en el camino.
El formato de Series Nacionales tiene que haber sido elucubrado dentro de los cánones con que diseñaron la división de la sociedad cubana por especialistas del aparato político y de la seguridad del estado castristas. No hay otra forma de verlo, porque ha disparado en espiral y en niveles nunca sospechados un odio brutal entre el oriente y el occidente del país
La guerra fratricida, de sentimientos sucios y bajas pasiones entre habaneros y orientales, es uno de los crímenes del castrismo a su favor, con apoyo absoluto en el juego de pelota: aparentan dos naciones en guerra a muerte por circunstancias de nivel radical-extremista.
La pelota, con la representación de cada provincia en las series de Castro, es un teatro de enfrentamientos que escapa al terreno de juego y se proyecta sobre la población en su totalidad.
Al tirano no le interesa la pelota; pero odia tanto a La Habana como a Oriente con un tipo especial de odio que abarca a la República.
La Habana y Oriente son dos provincias de tanta importancia histórica en la lucha por la libertad de Cuba, que no pueden considerarse enemigas entre sí, debido a que este enfrentamiento se alimenta diariamente desde hace 50 años, se ha complicado la lucha y la posibilidad de alcanzar la libertad del pueblo.
Industriales, Serranos, Vegueros, Santiago, Ciego de Avila…han sido, a través del beisbol y parte de la estructura ideada para liquidar la unión necesaria, laboratorios ideológicos devenidos pruebas contundentes de hasta dónde puede llegar una dictadura experimentando con el odio impuesto; a fin de cuentas, esos equipos de pelota fueron, son y serán el elemento ambivalente que, de una parte, con febril fanatismo, se sigue por una población a la que le queda muy poco espacio de juicio propio.
De la otra, representan un arma más del castrocomunismo contra la posibilidad de que el cubano, en medio de la hermandad más absoluta, se reconozca en cada cual, se una y cree las bases del cambio radical que adecentará y recuperará al beisbol y a la República para sí.
Después de meditar sobre el asunto, ¿Persiste en la idea creada para aplicar en el periodismo de pueblos libres de “separación del deporte de lo político”? Si responde afirmativamente, recuerde que “lo político” es patrimonio de las sociedades democráticas, en las que el voto es libre, secreto y sin imposiciones…
Entonces, vuélvase a preguntar, ¿Dónde quedaría Cuba si me opongo, quién sabe por qué razón, a la denuncia contra quien la oprime? ¿Que clase de reclamo patriótico creíble y honesto puedo hacer trascender al abrazar esa conducta?
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