BEISBOL 007: Chicago y el adiós de los Adorables Perdedores

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miércoles, 26 de octubre de 2016

Chicago y el adiós de los Adorables Perdedores

Chicago y el adiós de los Adorables Perdedores

El Emergente
Ignacio Serrano

Hubo un tiempo en que Chicago fue La Meca del beisbol. Los Cachorros y los Medias Blancas ganaron consecutivamente las series mundiales de 1906, 1907 y 1908. Entre 1906 y 1919 ambos equipos se combinaron para asistir ocho veces al Clásico de Octubre.

Un siglo de sequía tuvo la segunda ciudad más importante de Estados Unidos. Un siglo con algunos momentos de esperanza, como en 1945, cuando los oseznos ganaron la Liga Nacional, o 1959, cuando los patiblancos conquistaron la Americana.

A lo largo de esta insólita espera, que los Medias Blancas terminaron en 2005, al ganar con Oswaldo Guillén; mientras generaciones de aficionados veían pasar sus vidas enteras sin celebrar una corona, los Cachorros se forjaron un nombre que por décadas ha latido en el pecho de sus aficionados y la prensa de la urbe: los Adorables Perdedores.

Fue esa una de las grandes diferencias que siempre separaron a los equipos de la Ciudad de los Vientos. Mientras los Sox eran la clase obrera, con un gris estadio enclavado en la industrial zona sur, los Cubs eran los “Cubbies”, los cachorritos, los dueños de un parque donde siempre se jugaba de día, el único sin colchonetas protectoras en el outfield, para permitir que la hiedra siguiera decorando los jardines.

El Wrigley Field, dicen los lugareños, era el bar más grande del mundo por aquellos años 70 y 80, cuando Harry Caray se asomaba desde la caseta de transmisión para cantar el himno de la pelota, el Take me out to the ballgame, cada séptimo inning.

Nuestra generación creció cerca de todo eso, porque la estación WGNTV era una de las pocas formas que existían de ver beisbol a diario en esos tiempos sin internet y con antenas parabólicas.

Quizás por eso, cada cuarentón o cincuentón que es seguidor de los diamantes lleva un poco de los Cachorros en su corazón, en este lado del mundo.

Puede que la versión 2016 de la divisa ubicada en la zona norte siga siendo adorable. La hiedra, el estadio centenario, sus uniformes casi sin cambios, las caras jóvenes del roster, los pintorescos locales que rodean el lugar, todo eso ayuda. Pero la cara de la franquicia está dando un cambio crucial, independientemente del resultado de la Serie Mundial.

Theo Epstein llegó con ese objetivo al alto mando de la franquicia. Logró algo semejante en Boston, cuando acabó con la Maldición de Babe Ruth, pero allá completó un roster que ya tenía figuras. Su labor, en este caso, ha sido casi desde cero.

Sesudo sabermétrico y dirigente visionario, Epstein fortaleció el sistema de ligas menores, fue agresivo en las firmas internacionales, forzó la barra para traerse al manager Joe Maddon, hizo cambios brillantes y apuestas con el ojo abierto que los demás no tenían, como al adquirir a Anthony Rizzo o Jake Arrieta.

Ni siquiera necesitó sumar súper estrellas en el mercado de agentes libres; acaso Jon Lester, porque Ben Zobrist no era tal cosa.

Es una maquinaria balanceada, con peloteros experimentados, pero sobre todo con jóvenes como Kyle Schwarber, el puertorriqueño Javier Báez y el novato venezolano Willson Contreras.

El mejor gerente, con el mejor manager de la MLB, formando el mejor equipo, que obtuvo el mejor récord.

No importa lo que pase contra los Indios de Cleveland. Los Adorables Perdedores de ayer prometen ser ganadores en los años por venir.

Publicado en El Nacional, el miércoles 26 de octubre de 2016.

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