Por Andrés Pascual
Cuando el tirano pretendió brindar cátedra sobre béisbol, en una de sus cantaletas diarias llamadas "reflexiones" escribió que Cuba tenia, prácticamente, que aprender a jugar a la pelota y "…jugar como Japón; pitchear como lo hacen los japoneses…" La cosa es tan grave que, aparentemente, tendrán que combinar lo japonés con lo holandés a ver qué pasa.
Es increíble que este atorrante diga semejantes estupideces sin ningún tipo de pena; sin embargo, ese comportamiento, ridículo de marras tan repetidas es, más que estupidez, la mala idea y la utilización de las circunstancias para manipularlas a su favor y en contra del béisbol, que nadie lo dude.
Si ayer el propio Castro sugirió jugar "a lo japonés" por dos banderillas que le clavaron en el lomo los nipones durante el último clásico con Ichiro en el line-up, ¿Por qué no escribe ahora, que lo rutinario es apostarle en contra?
Antes era un pecado perder con colegiales americanos, porque representaban al imperialismo en el terreno; hoy la tortilla se viró de tal forma que tiene que comérsela quemada: el flagelo se amplió a la categoría "profesionales"; contra profesionales, aunque de circuitos menores los verdugos, menudo y trágico problema el que tienen en el horizonte los peloteros castristas y el béisbol como deporte; porque, si algo saben allá los que conducen por el camino de la estupidez supina al pueblo con propósitos de manipulación ideológica, es que más nunca se podrá hablar de fuerza cubana en la pelota…
¿La culpa? De la tiranía, del comunismo…que saquen cuentas chinas ahora sobre esta o aquella superioridad de un sistema sobre otro aplicado al deporte, como hacían cuando le ganaban a equipos de peloteros incipientes de Estados Unidos; o a grupos de amigos de países hispanos que compraban un pasaje y la iban a pasar bien en un campeonato que la prensa castrista le presentaba al público adoctrinado como "el Juego de Estrellas de Grandes Ligas de 1933"; o como la serie decisiva de tres juegos jugada en la Tropical en 1946 entre Habana y Almendares.
Pero el momento no es de celebrar nada; yo diría que, como cubanos que sí amamos a Cuba de verdad y de frente, que nos duele Cuba; como cubanos que veneramos el deporte nacional como lo más grande que le sucedió al entretenimiento en la Isla en toda su historia; por lo menos, si no se ha de llorar con lágrimas francas esas derrotas, ha de abrírsele espacio a la meditación en la más seria actitud posible por un solo motivo: como que esas derrotas del equipo de Castro están cerrando el ciclo del béisbol en el país; tal vez entonces sea el momento de escuchar un réquiem dedicado a la leyenda que fue la pelota cubana, en el estado terminal e irreversible del enfermo desahuciado, que digo, condenado…
Ya no hay pitchers como este en Cuba, Rogelio García
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