Por Andrés Pascual
Moe Berg fue un catcher de reserva y de bullpen durante 15 campañas en Grandes Ligas; no se destacó como un gran jugador, porque fue peor que mediocre como bateador, pero sí un gran receptor defensivo.
Ameno, culto y educado, judío de padres rusos emigrados a Estados Unidos a finales del siglo antepasado, vino al mundo en Nueva York, el 2 de marzo de 1902.
Se dice que la famosa frase del cubano Mike González, “good field, no hit”; o, “bueno a la defensa, no al bate”, la escribió en un reporte sobre Berg a mediados de los 20’s.
Moe Berg es una figura fascinante, enigmática y extraña de la historia contemporánea de Estados Unidos: graduado de Leyes en Princeton durante la era de Albert Einstein en la docencia en el alto centro, su avidez por los textos originales le convirtieron en filólogo-políglota, estudios que realizó aquí y en la Sorbona de París.
Sin embargo, el erudito acostumbraba a responderle a los que se sorprendían por su cultura y elevado desarrollo intelectual: “…de nada me sirven ni las leyes ni las lenguas cuando entro al home a batear…”
En una oportunidad, alguien dijo delante del inmortal Ted Lyons que “Berg aparenta algo diferente…”, a lo que el lanzador ripostó con “Moe es diferente, no aparenta…”
El beisbol lo introdujo en Japón, en 1873, un profesor visitante, pero se convirtió en pasión después que vieron jugar a peloteros de las Grandes Ligas, que visitaban el país agrupados en All Stars y, sobre todo, después que vieron a Babe Ruth conectar 13 jonrones en una de esas giras.
En 1934, un Todos Estrellas formado por Ruth, Gehrig, Gheringer y Foxx, que incluyó a Moe Berg, entre otros, visitaron al País del Sol Naciente para su gira rutinaria.
Sin embargo, el catcher se entretuvo en actividades ajenas al diamante, una de ellas, desde el techo del hospital en el que había dado a luz una hija del embajador americano, con una cámara especial ajustada a una de sus piernas, fotografiar los alrededores de la ciudad y de los posibles complejos y bases militares japonesas. Siete años antes del ataque a Pearl Harbor, un pelotero nombrado Moe Berg, espiaba los movimientos del despliegue militar nipón en la capital. Antes de que la Rosa de Tokio iniciara su campaña sicológica radioléctrica contra los americanos.
En 1939, su último año como bigleaguer, Berg comentó con preocupación, en el bullpen de los Medias Rojas de Boston, “…uno aquí, bromeando; Europa al borde del incendio y este país a las puertas de la confrontación, tal vez por el lado Oeste…”
En 1939 y 1940, Berg se mantuvo como coach de beisbol; pero, después del bombardeo a la base aérea norteamericana del Pacífico, se le seleccionó para que leyera en japonés un mensaje al pueblo nipón, en el que les decía, entre otras cosas, que era una estupidez entrar en guerra contra Estados Unidos, por lo que el presidente Roosevelt le felicitó. Desde ese momento, se inició la labor de infiltración de Moe Berg en las filas enemigas.
De 6’1 de estatura, trigueño, siempre vistió de traje, corbata negra y camisa blanca. Hablaba y escribía 8 lenguas, entre ellas, la rusa, la francesa, la italiana, las eslavas, alemana y español. Fue su alto perfil intelectual lo que le permitió servir a su patria en el difícil, peligroso y oscuro mundo del espionaje durante la 2da. Guerra Mundial.
La primera asignación importante del espía fue durante principios de 1942, en que se le destacó en algunos países de Latinoamérica, por la relevancia que cobraba la propaganda hitleriana, como Argentina, Chile, Uruguay o Brasil.
Poco después, comenzaría la peligrosa misión de gran relieve del ex catcher, al descender en paracaídas en Yugoslavia, para tratar de localizar posibles científicos nucleares nazis en Alemania y los movimientos en los laboratorios en que se trabajaba el llamado “agua pesada”.
Alli le escuchó decir a uno de esos científicos que “Estados Unidos no está ni remotamente cerca de nosotros en esto”. Entonces la información sobre el arma atómica se convirtió en obsesión para Roosevet. Un mensaje de Berg calmó parcialmente al presidente: “todavía no, pero en 6 meses la tendrán…” lo que aceleró los planes para los bombardeos quirúrgicos a objetivos especiales dentro del Tercer Reich.
Otro objetivo del espía fue localizar a científicos disgustados con Hitler, contribuir a sus deserciones y hacerlos salir hacia países aliados.
Moe rehusó recibir la Medalla al Mérito Civil, por su labor en el frente antifascista, a riesgo de su propia vida. Ni su hermano conoció la actividad que hizo que muchos le consideraran traidor hasta que concluyó la guerra.
Tampoco se sabe si, después del conflicto, continuó en operaciones con la oficina de Servicios Estratégicos, célula originaria de la CIA. Berg nunca habló del asunto.
No se casó, pero tenía una amiga íntima en Inglaterra que le relacionaron como compañera sentimental.
En Cooperstown está la medalla que le rechazó a Truman, en 1946, como trofeo de incalculable valor para el beisbol y para la historia patria.
En una oportunidad, el cronista Dan Daniel, como Moe, judío, escribió: “…si no hubiera sido real, nadie hubiera podido crear un carácter semejante”.
Durante los 50’s, Casey Stengel dijo, “Ese es el tipo más extraño que haya estado en el beisbol jamás”.
El 29 de mayo de 1972, tras una caída en su apartamento, en Newark, murió Moe Berg. Tenía 70 años.
Pie de grabado: Moe Berg fue un hombre de verdadero alto principio. |
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