Por Andrés Pascual
Aparentemente, el slogan de la campaña de Obama por la presidencia de Estados Unidos ha pegado, como marca registrada por lo que se repitió, en muchos otros sectores del país: el cambio también llegó a las oficinas del Beisbol Organizado y, su sentido del contrasentido, se le aplicó a los estatutos del Juego de Estrellas, para lo que se creó una comisión que incluye hasta a Tony Larussa.
Un jugador más y van 34; el bateador designado hasta en la sopa y lo que venga... ¡Que fildee el de atrás, que también cobra!
El Juego de Estrellas fue un acontecimiento tan esperado por la fanáticada como la propia Serie Mundial, cuando aquello, el beisbol tenía verdadero significado para el pais, al extremo de que, Franklin D. Roosevelt, lo mantuvo en horario diurno durante el difícil periodo de tiempo de guerra, como estandarte de la moral nacional.
Entre 1959 y 1962 se celebraron dos juegos por temporada, con entradas y audiencias radiotelevisivas increíbles. Era la época de la cláusula de reserva y al fanático se le respetaba como lo que es, el único Rey del Pasatiempo.
Pero, ¿Qué queda de aquello? Memorias. Perdón, la memoria es inservible cuando se está ante una situación como la actual; en que están hundiendo al beisbol en las narices de todos y, como si con nadie fuera, todos contentos.
Selig decretó blackout o suspensión de un juego en empate a siete carreras, porque, “se acabaron los pitchers de cada club” ¿La alternativa? Un jugador más que ni lanzador sería.
Sin embargo, nadie habla de los 30 minutos que demoró el inicio de una Serie Mundial, para colocar un anuncio de campaña política del entonces candidato Barack Obama, mácula permanente sobre los hombres de Bud Selig por siempre jamás.
La pelota americana es una colosal mentira que tiene indigestados a los que desean orden, clase profesional y respeto.
A fin de cuentas, el Juego de Estrellas de las Mayores de esta época no es competitivo ni en el nivel de aquellos enfrentamientos de muchachos de dos barrios, en cualquier pueblo cubano o de otro país, a los que en la Isla le llamábamos “pitenes”; estos fantoches de lo que alguna vez llamaron “mejor beisbol del mundo”, ni juegan con la pasión con que jugaban aquellos jovencitos ni sienten el pasatiempo como lo que debe ser: parte de su corazón. Así que, por ahí, calcule a los que mandan.
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