BEISBOL 007: hall of fame

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domingo, 9 de enero de 2011

Cooperstown le abre sus puertas al boricua Roberto Alomar



Aficionados y Fanáticos al "Rey de los Deportes": a los 6 años de edad ya jugaba pelota a nivel competitivo y con jóvenes que tenían hasta 11 o 12. Las ventajas de contar con un padre beisbolista, pero también de facultades prodigiosas que desde muy temprana edad se dejaban ver por parte del pequeño Roberto Alomar.
Se acostumbró pronto a vivir en los diamantes y no en cualquiera de ellos, sino en los mismísimos escenarios de Grandes Ligas, y conviviendo con peloteros como Craig Nettles, Lou Piniella, Catfish Hunter y Thurman Munson cuando su padre Sandy fue cambiado a los Yankees a la mitad de la década de los 70´s.
Firmado apenas a los 17 por la organización de los Padres de San Diego para luego consolidarse como uno de los mejores intermediaristas de todos los tiempos en Toronto, Baltimore y Cleveland, Alomar regaló lances maravillosos prácticamente todos los días, pero vivió un par de momentos intensos que marcarían su gran carrera. El primero de ellos en el cuarto juego de la Serie de Campeonato de la Liga Americana en 1992, cuando conectó cuadrangular en el noveno inning ante el cerrador Dennis Eckersley para empatar un encuentro en el que los Blue Jays perdían por cinco carreras en el octavo episodio pero que terminaron ganando dos innings después del estacazo del puertorriqueño, que sería nombrado a la postre el Jugador Más Valioso de esa serie.
El segundo, del lado negativo, fue el incidente aquel del escupitajo al umpire John Hirschbeck, que en su momento no solo fue severamente criticado, sino que le acarreó una suspensión de cinco juegos, pero que más tarde terminaría en una sólida y estrecha relación entre ambos personajes, a grado tal de que Hirschbeck ha sido de los principales voceros favorables a la elección de Roberto al Salón de la Fama.
Desplegó su calidad a lo largo de 17 temporadas en las mayores. Vivió en el mismo estadio durante sus cinco campañas en Toronto, gracias a las facilidades del entonces Skydome, que contaba con hotel integrado y en el que se hacía precio especial a Roberto, que no tenía una de esas habitaciones con vista al terreno de juego, solamente porque él mismo no lo consideraba necesario, pero que sí poseía una habitación con línea telefónica privada y en la que se le dio permiso expreso de decorar a su gusto, utilizando sus propias obras de arte. Después de todo, como él mismo lo llegó a mencionar, no había nada más cómodo que tomar un ascensor y cruzar al jardín central para llegar al clubhouse. El beisbol era su vida, su todo.
Ya convertido en un millonario, no solo hablando de dólares, sino de satisfacciones brindadas a la afición, se convirtió también en un personaje atractivo para las "publicaciones del corazón", con sus constantes romances con gente de la farándula, los espectáculos y el medio deportivo. ¿Quién no recuerda la época en que su novia era la tenista Mary Pierce? Llegaron a estar comprometidos, y frecuentemente se le veía al boricua en los torneos tenísticos en Francia y Australia, mientras la Pierce aparecía de manera constante en los juegos de los Orioles.
Después de todo, muchos estrellas de la pelota han tenido también esa clase de relaciones sentimentales, desde Joe DiMaggio en su época, hasta el propio Alex Rodríguez en nuestros días.
Pero tras pasar por todas esas facetas, por todos esos uniformes, por esa gran cantidad de momentos que incluyen dos anillos de Serie Mundial en Toronto, la clave en el éxito de Roberto fue un consejo que le diera su padre Sandy y que nunca olvidó y siempre practicó: "Hay que seguir siendo la misma persona aún cuando llegues a las Grandes Ligas. El hacer buen dinero no debe cambiar tu personalidad y nunca dejes de jugar fuerte".
Hace un año, "Robertito", como lo llaman sus allegados y sus compañeros, tenía preparada una gran fiesta en su residencia neoyorquina para celebrar su elección al Salón de la Fama, pero lamentablemente el champagne tuvo que quedarse en el hielo.
Hoy, en lugar de preparativos, hubo un viaje a Toronto, el sitio de sus más grandes glorias y donde llegó a tocar el cielo. El sitio en el que el parque se convirtió literalmente en su casa. El sitio que lo ha recibido justamente hoy, a tiempo para conocer que será, merecidamente, parte del recinto de los inmortales.