En mi larga existencia en el mundo del béisbol, he visto cosas que me han llamado la atención, por su carácter peculiar. En la pelota de Minas de Matahambre jugó un ruso, por las décadas del cuarenta y el cincuenta del siglo pasado, quien según palabras de mi padre, defendió el short stop como nadie, incluyendo al genial Willie Miranda y al no menos prodigioso Germán Mesa. También lanzaba, a más de noventa millas, como se mide hoy, otro corpulento y violento al que le decían «El Moro». En segunda teníamos un japonés, Nilo Uratsuka, de buenas manos, veloz, sobre todo para la percepción de nuestros ojos, dada sus cortas extremidades. Ni uno era una cosa ni el otro la otra. «El rusito» solo conoció Cuba, vino de brazos para acá. El «Moro de Quinto», hijo de un fornido minero, no tenía ni ápice de aquellas tierras; ni qué decir de Uratsuka, jamás ha visto Japón, si no es en películas o por televisión; nació en Cuba. La anécdota que les contaré es de originalidad tal, que si alguien recuerda algo parecido, le ruego me lo haga saber. Se trata de un gallego rancio, de hablar con la zeta, que dirigió equipos de pelota, nada más y nada menos que en uno de los circuitos amateurs más fuertes de antes de 1959: la Liga Pedro Betancourt. La tierra matancera es fértil en azúcar, petróleo, viandas y el turismo, con ese Varadero irrepetible; también lo es en béisbol. De allí brotaron dos de los más grandes peloteros de siempre: Martín Dihigo «El Inmortal» y Orestes «Minnie» Miñoso. Hecho el comentario inicial, vayamos al meollo de la cuestión. Mi tío, Ramón (Mon) Goenaga, me contó que en los primeros años de la década del cincuenta, en el pueblo de Perico, Matanzas, había un equipo que competía en los primeros niveles. Entre las personas con cierto poder adquisitivo hacían colectas semanales para pagar viajes, comidas y otros menesteres, a peloteros que reforzaban el team. Por aquellos días les llegó la noticia que en el antiguo central Álava –hoy México–, cerca de San José de los Ramos, había un pelotero joven que prometía mucho. Allá fueron a verlo, le ofrecieron siete pesos por semana; el muchacho viajó a Perico para luchar por integrar el equipo. Al “negrito” -su piel tenía ese color- lo probaron en tercera base; no llenó los requisitos. Después en el short y en segunda; no era lo que buscaban. Nemesio Acosta, recolector del dinero, se reunió con el manager y los fanáticos contribuyentes, dentro de los que estaba mi tío; había que darle la mala noticia al muchacho del central Álava, convencido que sus sueños comenzaban a hacerse realidad. La conversación fue más o menos así: Mira muchacho, tú tienes futuro, pero estás muy verde, vas a necesitar tiempo y nosotros no podemos seguirte manteniendo por acá. El jovencito lo oyó con humildad, mirando al suelo. Poco a poco levantó la cabeza, miró desconsoladamente al gallego–manager, tenía una esperanza, un aliento. El gallego manager, cuando vio los ojos suplicantes del “negrito” le dijo: —Mira muchacho, tú estás verde, no tienes posibilidades. Ante la insistencia lacrimosa y para no dejar margen a equivocación, tajantemente sentenció: —Para serte franco, el día que tú seas pelotero yo voy a ser cura o sacristán. Frase final. Recogió sus cosas y se marchó, sin decir palabra alguna, respetuoso. Pasó un tiempo relativamente corto; con la excepción del gallego–manager, los participantes en aquella conversación en forma de ultimátum, fueron hasta el Grand Stadium de La Habana, hoy Latinoamericano, para ver un juego entre los eternos rivales: Almendares y Habana. Allí estaba, jugando regular, en el tremendo team, nada más y nada menos que el “negrito” rechazado en Perico por un equipo de mucha menor categoría. Al verlo, todos corearon su nombre. Se identificaron como “la gente de Perico”. El peloterazo los distinguió en las graderías, sobre el dugout de tercera; les contestó que después iba a saludarlos. Al concluir el juego se acercó a los periquenses. Sus primeras palabras fueron:—¿Cómo está la gente de Perico? Vengan acá ¿Aquel gallego que era manager todavía está allá? Respuesta afirmativa. —¿Y ya se hizo cura? Ahora fue negativa. —Bueno, díganle que ya soy segunda base del Almendares, que este año voy para Las Mayores y él ni siquiera ha llegado a sacristán. Evidentemente, la profecía del gallego–manager no se cumplió. No pudo adquirir el olfato beisbolero que está en la sangre del cubano. Le hubiera ido mejor profetizando toreros, porque aquel negrito era, nada más y nada menos, que el sensacional Tony Taylor, cuya combinación alrededor de segunda base hizo época junto a Willie Miranda, y es uno de los pocos cubanos que bateó más de 2 000 hits en las Grandes Ligas. Así de anecdótica, pintoresca, sublime y genuina es la pelota cubana desde hace siglo y medio. |
Autor: Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga