El pueblo a 100 kilómetros de Caracas, en la parroquia Caruao, en Vargas, han salido más de dos docenas de peloteros profesionales: cuatro de ellos llegaron a las ligas mayores. Todos se apellidan Escobar.
Los promedios (*), que son la sal de este deporte, indican que uno de cada 100 mil venezolanos llega a jugar en las Grandes Ligas. En La Sabana -y sólo por ahora- esa ecuación es de uno por cada 500.
Un poco más, un poco menos.
El primero de ellos es un hombre de 43 años, que trabaja como scout (cazatalentos) de las Medias Rojas de Boston y conserva nítido en su memoria el 17 de mayo de 1988, día de su debut con los Gigantes de San Francisco. Es un recuerdo, sin embargo, con sabor agridulce.
"Fue un éxito, un logro, pero siento que faltó algo", dice Ángel Escobar.
El Nacional recogió la noticia del ascenso de Escobar -Nené en La Sabana, tierra también de apodos- en una nota de dos párrafos en su edición del 15 de mayo de 1988 en la página B-2: "...y subieron al jugador del cuadro venezolano Ángel Escobar del Phoenix en la Liga de la Costa del Pacífico en Triple A". El pelotero estaba en Edmonton, Canadá, donde jugaban una serie de tres partidos. "Me lo dijo el trainer, a las seis de la mañana me fui en taxi al aeropuerto y de allí a San Francisco", cuenta.
Pasó las nueve entradas en la banca. Y cuando el juego concluyó, llamó a su casa en La Sabana. "Papá, ¿a qué no sabes dónde estoy?", fue lo que oyó como saludo Oscar Santiago Escobar después de tomar el auricular. "Fue una alegría inmensa", dice ahora el padre sentado en las humildes gradas del aseado estadio que lleva su nombre.
Escobar sólo tomaría tres turnos en las Grandes Ligas.
En uno de ellos dio el único hit de su estadística. "Fue a Kevin Gross, un lanzador de los Filis", precisa. Lo que en el argot beisbolero llaman "tomarse un cafecito". Tenía apenas 23 años --los había cumplido el 12 de mayo-- y antes de llegar a los 30 ya se había retirado, después de jugar con Magallanes, Cabimas y Águilas Del Zulia. "A uno se le cae el ánimo", suelta.
Fue apenas el 48º venezolano en uniformarse en un campo de las Ligas Mayores.
Nené Escobar colocó, además, a La Sabana en la geografía de la pelota nacional.
Inició el camino. Más bien fue un recodo, porque el comienzo tiene otra fecha: un día de septiembre de 1963, cuando se fundó el equipo San José de La Sabana. "Para nosotros esa es la raíz", señala Oscar Santiago Escobar, padre de una larga prole de muchachos, de los que destacarían en la pelota Nené y Oscar (Cacho), que llegó a la categoría AA en Estados Unidos y que es actualmente coach de los Cardenales de Lara.
Hasta los inicios de los sesenta, La Sabana era un pueblo aislado. La carretera se construyó, a duras penas, con el advenimiento de la democracia.
Antes, todo el tránsito era fluvial en enormes barcazas que transportaban gentes y productos hacia y desde La Guaira. Ubicado en un promontorio rocoso, este poblado que ocupa unas 12 hectáreas, es el de mayor elevación en el área de Barlovento. Sus habitantes se dedicaron por años a la pesca y al cultivo de cacao y caña de azúcar. También había algo de ganado y palmeras a montón. (**) "Ahora la mayoría de la gente trabaja en dependencias oficiales", expresa Miguel (Miguelón) Escobar, otro de la saga, que entrena el equipo de beisbol en el Colegio Universitario de Caracas. Hasta 1966, la electricidad se ponía desde las 6 de la tarde hasta las 11 de la noche. Media hora antes, anunciaban con una campana, la misma que usaban para llamar a misa, que se iba a apagar el motor.
Fuimos los mejores.
Oscar Santiago Escobar atendió la cita periodística como si fuera una partida. Se vino con dos pitchers de aquellos años que ellos reviven gloriosos.
Francisco Pole Mariño y Vicente Chente Cardona, de 67 y 59 años de edad respectivamente. "Con éstos le ganábamos a OSP", dice el viejo Escobar, manager del conjunto. Los equipos de La Guaira -primero en categoría A y luego AA-no querían jugar en La Sabana porque era muy lejos.
"La vía, cuando la hicieron, estaba cruzada por quebradas. Íbamos en un autobús y a veces los muchachos se tenían que bajar a empujar", relatan casi a coro. Salían a las 5 de la mañana para jugar al mediodía en Naiguatá. El equipo duró 20 años y la memoria colectiva de estos ex peloteros les dice que nunca terminaron más abajo del segundo lugar. "Ni siquiera terceros", acota Escobar.
Otros peloteros del San José se destacarían en la muy vital pelota aficionada de la época.
"El papá de Kelvin, Juan Escobar, fue un gran lanzador. Y el papá de Alcides, que se llama igual, un tremendo bateador", dicen. Este último llegó a ser , según cuentan, tercer bate de Urbanos, uno de los equipos clásicos de la pelota AA caraqueña, de la que salían los jugadores para la selección nacional. "A Alcides, Neneíto para todos, la mafia de Caracas nunca lo tomó en cuenta", dice Miguelón Escobar. Pero la vida pone las cosas en su lugar: su hijo, la última joya de la cantera Escobar, fue el líder bate del campeonato profesional 2009-2010. El 16 de diciembre, ambos, padre e hijo, cumplieron años. El más joven, tiene 23 y lleva 2 de ellos jugando en las ligas mayores. Más que un cafecito y hablan maravillas de él.
Tres años después de la breve pasantía de Ángel Escobar, otro sabanero --si fuera permitido el adjetivo-- se estrenó en las Grandes Ligas con los Indios de Cleveland. José Chelo Escobar, tío de Kelvin y Alcides Escobar, quienes a su vez son primos hermanos, debutó el 13 de abril de 1991.
Jugó 10 partidos y en 15 turnos dio 3 hits. Este segundo Escobar no era un muchacho, tenía 30 años. "Alcides juntó las manos de Chelo con el bate del papá", comenta Miguelón, suerte de cronista beisbolero del pueblo, que lleva cuenta, aunque imprecisa, de los nacidos en La Sabana que han sido peloteros profesionales. "Calculo que han firmado a unos 25 o 26 muchachos", apunta.
El primero de todos ellos fue Néstor Mendible, a finales de los sesenta. Un pitcher del que el grupo rememora un juego en clase A en el que ponchó a 21 rivales. "Era fantástico", dice Oscar Santiago Escobar. Lo firmó La Guaira como a Romualdo Romo Blanco, otro lanzador. Y más recientes, las figuras del extinto San José mencionan a Rainer Laya, Joel Cartaya y Dioniso Díaz.
Pero hay toda una generación en pleno desarrollo. Entre ellos, dos muchachos de 23 y 21 años de edad, Rodolfo Cardona y Luis Daniel Cardona, hijos de Chente, que se suman al grupo y resumen su aún breves carreras. "A mi me tomaron los Piratas en la regla 5", dice el primero, y eso, la regla 5, le garantiza ir a entrenamiento de grandes ligas. El otro, también es de Piratas e irá a la categoría donde juegan los novatos.
Un rato después, se agrega el último firmado en La Sabana con el apellido Escobar, un fornido joven de 19 años de edad, que se desenvuelve como receptor y fue reclutado por los Marineros de Seatle.
Vive para la pelota. Para quienes aman la sociología, buscar la razón a tanto pelotero nacido en esta comunidad, pudiera ofrecer suficiente información para una tesis de grado, o un trabajo de ascenso universitario. "Para los jóvenes no hay mucho qué hacer aquí", asoma como sencilla explicación el viejo Escobar, que muy muchacho emigró del pueblo y se formó como maestro en la escuela normal Miguel Antonio Caro, en Catia.
Pero volvió. "Ese era mi sueño, regresar", dice y su mirada apunta hacia la estructura de la escuela Manuel María Villalobos, pegada al estadio, de la que fue maestro y director. Ahora, con su esposa Otilia y próximo a los 80 años que cumplirá el primero de mayo, descansa del ajetreo caraqueño en la placidez de La Sabana.
En casa de Isvelia Blanco, la madre de Alcides Escobar, enclavada en el corazón del pueblo, hay movimiento. Se preparan para celebrar un cumpleaños. No esperan visita y menos de la prensa, pero accede a conversar de su hijo.
"Siempre estaba jugando pelota, desde la mañana hasta la noche. Está en la cama no paraba", dice.
En 2002, cuando Alcides aún no había cumplido los 16 años de edad, lo firmaron. "Su papá y yo nos dejamos, pero nunca quisimos quitarle el deporte", sigue Isvelia, divorciada de Neneíto Escobar y unida ahora a José Juan Escobar. La familia siempre trató de que el joven siguiera sus estudios.
"Antes de que lo firmaran, Alcides raspó nueve materias en tercer año. Le dije que lo iba a llevar para la guarnición militar. ¡Y cómo lloraba!", recuerda el padrastro, que en los últimos 12 años ha trabajo como conductor de la línea Rústicos de la Costa. Alcides, con el susto en el cuerpo y la ayuda de una maestra, pasó todas las materias. Pero lo suyo no eran los libros.
"Es un muchacho todavía, pero de un gran corazón y para nada echón", destaca la madre, que tramita un permiso en el hospital central José María España donde es enfermera para viajar con su hijo a Milwaukee, la casa de los Cerveceros, el equipo que convirtió a Alcides en el cuarto grandeliga de La Sabana.
La vivienda de Isvelia está pegada de la de Keyla Escobar, la hermana de Kelvin casada con Ronald Acuña, otro pelotero del pueblo. Doblando la esquina, está la casa de Chelo Escobar, y en la otra punta de la cuadra se ve la enorme discoteca EscoBar, de la que es dueño Kelvin, el lanzador con más de 100 victorias en las mayores y que este año buscará con los Mets de Nueva York regresar a play, luego de dos años de lesiones e infortunios.
El pitcher también sostiene el funcionamiento de la escuelita de beisbol, que con sólo cinco años de vida, ya prepara el relevo peloteril.
El último de la camada se llama Vicente Campos y es un espigado joven de 17 años de edad y casi un metro 90 de altura, hijo de Edis Carnota, sobrina de Isvelia, la madre de Alcides. Por su firma, los Marineros de Seatle pagaron 115 mil dólares en diciembre de 2008. La recta se la han medido a 94 millas por hora. Pero en la casa hay otro joven que sigue el mismo rumbo. Tiene 16 años de edad, la misma estampa, las mismas ganas. Se llama José Gregorio Campos y no podía faltar el apodo. Le dicen Titi.
Kelvin Escobar |
Alcides Escobar |