Por Andrés Pascual
Yo no simpatizo con la persona Barry Bonds por su carácter revanchista y porque no tiene un adarme del sentido del carácter heroico para la sociedad.
Bonds pertenece al tipo de estrella deportiva al que le resulta muy difícil dejar en “hold” sus penas y sus complejos y entender el papel que la Providencia le ha asignado y, como los tiempos no están para juegos, pues esa inadaptabilidad a su papel obligatorio, le aleja de otros que, como él, de su misma raza incluso, comprendieron pronto y bien en qué ángulo social deberían ubicarse, positivamente hablando.
Hasta 1997, Bonds se proyectaba como uno de los mejores jugadores de la historia, no completos, sino mejores, por la forma como desarrollaba el bateo y la velocidad en las bases. No como Willie Mays, pero sí una gran cosa.
El artillero prometía una carrera de alrededor de 550 jonrones, 1700 impulsadas y 500 bases robadas, a fin de cuentas, soberbia y de genuino inmortal. Pero cometió la imprudencia de estimularse, de reactivar el hambre a una edad en que se está repleto de sensaciones espectaculares e infló, en 4 ó 5 años, sus guarismos, luciendo mucho mejor que en su período de esplendorosos 25-35 años.
¿Cuántas veces utilizó sustancias prohibidas? Nadie lo sabe, porque si algo ha quedado demostrado es que, por razones incomprensibles, se le ha escondido al público y a la parte de la prensa que no entró en el contubernio, más de una prueba positiva, ¿La culpa? Del triunvirato Major Leagues-Sindicato-Dueños de clubes. Responsables de todo este asunto por intereses que no vale la pena repetir.
El acontecimiento, circo mediático, en que han convertido el asunto Bonds, con un juicio civil casi ley marcial, con acusaciones a lo Bernard Maddoff, a mi modo de ver, no es justo ni prudente, porque esta no debe ser una situación que ponga a un individuo al borde de la prisión, aunque participe el Congreso, incluso Lincoln si resucita.
Hay formas de controlar y ejemplarizar la peligrosa espiral de los esteroides que, digan lo que digan, todavía no está ni en vías de solución: expulse para siempre al jugador con una sola ofensa; bórrelo del libro de récordes si los impuso y proscríbalo de cualquier relación con el beisbol para siempre. Todo lo anterior significa que nunca estará en Cooperstown.
Si algunos no están conformes, que creen su propio sistema de tratamiento de estos pecadores, con un Salón de la Fama irregular para esta familia disfuncional. Pero ni sugiera la prisión para ninguno relacionado con el caso, porque eso sí son otros cinco pesos y, los que deberían estar tras las rejas, si acaso, los responsables únicos del problema, no han escuchado nunca ningún tipo de acusación en instancias respetables de jurisprudencia que les quite el sueño.
Pie de grabado: Lo de Barry Bonds no es más que un penoso circo mediático |