La primera estrella del beisbol cubano conocido internacionalmente.
Autor de un juego perfecto en diez innings jugando para los Cuban Stars.
Autor de un juego perfecto en diez innings jugando para los Cuban Stars.
Cuando el 31 de octubre de 1928, en el transcurso de un desafío entre los equipos de la Habana y Cienfuegos, en el segundo Almendares Park, se daba a conocer la muerte de José de la Caridad Méndez, el béisbol cubano despedía a
uno de sus grandes de siempre, el hombre de quien los magnates de la pelota norteamericana lamentaron el oscuro color de su piel. Porque, de no haber nacido negro, aquel fenómeno de lanzador que fue Méndez hubiera triunfado en Grandes Ligas, como años más tarde lo hiciera otro inmortal del montículo: Adolfo Luque.
El Diamante Negro -así lo llamaron- nació en Cárdenas, en la occidental provincia de Matanzas, Cuba, pero se dio a conocer como torpedero en un campeonato libre que se jugaba en Sancti Spíritus (centro) y de allí llevado al Club Almendares de la pelota profesional cubana. Para muchos era sorprendente que un joven con un biotipo de 5.7 pies y 160 libras de peso, tirara la bola tan duro desde el hueco de la media luna cuando solo contaba con 16 años, y ya figuraba como jugador estelar del equipo Vesubio de Cárdenas.
Se destacó en conjuntos como el Patria de Sagua la Grande, en 1906 y el Remedios en 1907 en el Campeonato de Las Villas en los que participó principalmente como torpedero. Debutó en 1907 con el club Almendares en la Liga Cubana de Béisbol Profesional. Con la camiseta del Almendares lanzó el primer juego completo frente a un conjunto matancero en el Estadio Palmar de Junco. En ese partido de exhibición, previo al inicio de la campaña regular, no permitió carreras y recibió el visto bueno de los propietarios como miembro de la alineación regular. Se destacó rapidamente, ya en 1908 participó en el campeonato cubano con nueve triunfos sin derrotas, con seis juegos completos y 58 ponches propinados en 15 partidos lanzados.
Por la fuerza de su brazo derecho, José de la Caridad Méndez fue convertido en lanzador, llegando a ser uno de los grandes pitchers de su tiempo. Entre el 15 de noviembre y el 24 de diciembre de 1908 eslabonó una cadena de 45
escones consecutivos, de ellos 25 frente al poderoso Cincinatti, de la Liga Nacional, equipo de las llamadas Mayores al que dejó en sólo un hit la primera vez que lo enfrentó.
Llevaba Méndez 25 hombres retirados consecutivamente cuando el bateador de turno sacó un machucón por segunda que ganó categoría de hit, privándole del hechizo del Juego Perfecto. Fueron estos los primeros ceros del gran total de
45, cuya racha quebraría el Club Habana el día 24 de diciembre. Sobre la memorable actuación de Méndez frente al Cincinatti, el periódico habanero El Mundo titulaba al día siguiente: “PRIMER GRAN TRIUNFO DE UNA NOVENA
CUBANA SOBRE OTRA DE LAS GRANDES LIGAS DE ESTADOS UNIDOS”. El texto abundaba: “Ayer obtuvo el Almendares la victoria más gloriosa que jamás haya alcanzado una novena cubana, consiguiendo triunfar sobre un club de la Liga Nacional, el Cincinatti, que venía obteniendo triunfos desde el día en que , terminada su Liga, emprendió viaje hacia el sur…Veintiocho victorias llevaba en forma consecutiva, tocándole en suerte al equipo azul (el Almendares) poner solución de continuidad a tan larga cadena de éxitos. Ayer millares de personas pasearon a Méndez fuera del parque”.
En las Ligas Negras de Estados Unidos, Méndez no sólo brilló como lanzador de excepcionales resultados. Por dominar a la perfección el idioma inglés, por su buena preparación y experiencia beisbolera, llegó a dirigir a los Monarcas de Kansas City, el más reputado equipo de aquel circuito “en el cual sólo la pelota era blanca”.
Como piloto de Los Monarcas, los llevó a ganar la Serie Mundial Negra frente al Hilldale, acreditándose incluso dos victorias como lanzador, no obstante haber visto pasar sus mejores días. Méndez tenía 41 años de edad cuando, enfermo de tuberculosis y en la mayor pobreza, murió en La Habana el 31 de octubre de 1928. Sepultado en una fosa común, se le trasladó más tarde a un panteón familiar.
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