Hialeah, Florida.- Por Andrés Pascual.-Una imprudencia, una irresponsable y peligrosa imprudencia es festejar que un jugador de pelota alcance una de las marcas consideradas de mayor cuantía en las grandes ligas “en su carrera profesional”; es decir, incluyendo hasta los placeres de su país…bastante tenemos con el pisoteo de los nombres legendarios sin sospechas, que impusieron sus números en la Serie Mundial a los que, todos los días, les escamotean su importancia histórica ante el jugador que los logró “en postemporada alargada por los playoff”, algunos con más de 4 veces las oportunidades de bateo y con el estimulo ajeno a la naturaleza humana que, mejor, ni recordar.
Hace poco escuché en un show de ESPN en español la información de que Hideki Matsui logró el jonrón 500 de su “carrera profesional”. Con carácter serio, ¿Se le debe abrir espacio de alguna importancia a semejante “marca personal”? En Japón sí, no lo cuestionó…
Voy a comenzar por reclamar respeto para los números que el nivel de Grandes Ligas han hecho históricos, capaces de poner en Cooperstown el nombre de un jugador que los logre en…las Grandes Ligas; aunque, cuando se decidieron a abrirle espacio a los negros en el Salón de la Fama, no se encontró mejor ataque a la política de segregación que manosear a cualquier hora los 800 jonrones de Josh Gibson y, posiblemente, los más de 600 juegos ganados por Paige, ambos dudosos, porque las ligas negras eran de calendarios muy cortos y el Chimpancé hubiera necesitado más de 30 años para lograrlos y no los 17 en que en que los consiguió. Además, esos guarismos contemplan las ligas del Caribe, la Mejicana y hasta el taco en una esquina de Washington Heights. Por lo que es una irreverencia cualquier homenaje al competidor que sobrepasó los moldes porque actuó en un nivel muy inferior en todo a las Ligas Mayores.
Martín Dihigo, Conrado Marrero y Orlando Peña ganaron más de 300 juegos cada uno en su “carrera profesional” ¿Y qué? ¿Quién lo pregona? ¿Cuántos lo saben?
Durante la década de los veinte, hubo un pitcher del champion cubano, apodado “Ardilla” Morera, que tenía por costumbre viajar al interior de la República a reforzar equipos municipales de cualquier pueblo por 4 pesos; por regla general, llevaba a un outfielder al que apodaban Evangelio “El Maromero”, creo que de Arroyo Arenas o Artemisa, no recuerdo, como segundo refuerzo.
El caso es que Evangelio, que se embasaba con frecuencia y corría mucho, cuando salía al robo de una base saltaba por encima del infielder que debía tocarlo, caía detrás y resultaba quieto. Jamás se convirtió en motivo folclórico del juego, como ocurrió con el famoso jonrón de 605 pies de Gibson en la Baulander de Santa Clara, que nadie vio; pero, si rueda por aquí con seguridad, es porque Charles Monfort alega haberlo medido con su padre; sin embargo, mucho después de conectado y llevando la cinta hasta donde algunos fanáticos calculaban que había caído.
En el beisbol japonés es rutinario que triunfen descartes de las Grandes Ligas, peloteros que no pudieron imponerse aquí y se fueron rápido; o envejecidos que, al perder sus facultades, nada tenían que hacer en este nivel: Maury Wills, Larry Doby, Zoilo Versalles, Alex Cabrera, Karim García, Orestes Destrades…eso debería ser el mejor referente para contener el aluvión de comentarios sobre los 868 jonrones de Sadaharu Oh.
Los 500 jonrones, los 300 ganados, las 500 robadas, las 1500 ó más empujadas…deben ser motivo de festejos solo cuando se alcancen en las grandes ligas, cualquier otra recordación festinada ajena a los estadios de este nivel, no solo es una contaminación; sino una falta de respeto.
Hace poco escuché en un show de ESPN en español la información de que Hideki Matsui logró el jonrón 500 de su “carrera profesional”. Con carácter serio, ¿Se le debe abrir espacio de alguna importancia a semejante “marca personal”? En Japón sí, no lo cuestionó…
Voy a comenzar por reclamar respeto para los números que el nivel de Grandes Ligas han hecho históricos, capaces de poner en Cooperstown el nombre de un jugador que los logre en…las Grandes Ligas; aunque, cuando se decidieron a abrirle espacio a los negros en el Salón de la Fama, no se encontró mejor ataque a la política de segregación que manosear a cualquier hora los 800 jonrones de Josh Gibson y, posiblemente, los más de 600 juegos ganados por Paige, ambos dudosos, porque las ligas negras eran de calendarios muy cortos y el Chimpancé hubiera necesitado más de 30 años para lograrlos y no los 17 en que en que los consiguió. Además, esos guarismos contemplan las ligas del Caribe, la Mejicana y hasta el taco en una esquina de Washington Heights. Por lo que es una irreverencia cualquier homenaje al competidor que sobrepasó los moldes porque actuó en un nivel muy inferior en todo a las Ligas Mayores.
Martín Dihigo, Conrado Marrero y Orlando Peña ganaron más de 300 juegos cada uno en su “carrera profesional” ¿Y qué? ¿Quién lo pregona? ¿Cuántos lo saben?
Durante la década de los veinte, hubo un pitcher del champion cubano, apodado “Ardilla” Morera, que tenía por costumbre viajar al interior de la República a reforzar equipos municipales de cualquier pueblo por 4 pesos; por regla general, llevaba a un outfielder al que apodaban Evangelio “El Maromero”, creo que de Arroyo Arenas o Artemisa, no recuerdo, como segundo refuerzo.
El caso es que Evangelio, que se embasaba con frecuencia y corría mucho, cuando salía al robo de una base saltaba por encima del infielder que debía tocarlo, caía detrás y resultaba quieto. Jamás se convirtió en motivo folclórico del juego, como ocurrió con el famoso jonrón de 605 pies de Gibson en la Baulander de Santa Clara, que nadie vio; pero, si rueda por aquí con seguridad, es porque Charles Monfort alega haberlo medido con su padre; sin embargo, mucho después de conectado y llevando la cinta hasta donde algunos fanáticos calculaban que había caído.
En el beisbol japonés es rutinario que triunfen descartes de las Grandes Ligas, peloteros que no pudieron imponerse aquí y se fueron rápido; o envejecidos que, al perder sus facultades, nada tenían que hacer en este nivel: Maury Wills, Larry Doby, Zoilo Versalles, Alex Cabrera, Karim García, Orestes Destrades…eso debería ser el mejor referente para contener el aluvión de comentarios sobre los 868 jonrones de Sadaharu Oh.
Los 500 jonrones, los 300 ganados, las 500 robadas, las 1500 ó más empujadas…deben ser motivo de festejos solo cuando se alcancen en las grandes ligas, cualquier otra recordación festinada ajena a los estadios de este nivel, no solo es una contaminación; sino una falta de respeto.
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