Por Andrés Pascual
Hay una norma que huele a conspiración contra los peloteros cubanos negros que no actuaron en Grandes Ligas y es la de hacer todos los All-Star hispanos posibles; incluyo la selección del mejor pitcher, mejor bateador… con jugadores que actuaron en las Mayores; así dejan fuera a más de 6 propiedad exclusiva de la mayor de Las Antillas… posible por la escasez de cubanos relacionados con la prensa y me refiero a ESPN y cosas así, como en los propios clubes del Beisbol Organizado en otras funciones; o por el absoluto desconocimiento de los cubanos que trabajan en diarios de gran tirada como los de Miami. Es una forma de congraciarse con las otras nacionalidades que no tuvieron, acaso por eso les interesa poco, participación de interés ni clase, salvo algunos pocos, en la pelota mal llamada independiente para proyectarse como jugadores de actuaciones memorables.
El circuito sepia americano contempló, por las razones que fuera, a muy pocos jugadores que no fueran de origen cubano; incluso la única nacionalidad latinoamericana que poseyó clubes en ese beisbol fue la cubana; todavía más atrás, en 1911, el Dr. José Enríquez logro realidad su sueno de constituir el primer club en el beisbol americano solo con peloteros cubanos, el Long Branch, que jugó para la liga New York-New Jersey y ganaron el campeonato en 1913 con Luque y Miguel Angel González en el róster, a 18 1/2 juegos del segundo lugar.
Otro detallito que se emplea mucho es el de “Rod Carew es el mejor bateador hispano de todos los tiempos…” ¿Por qué?
La barrera racial fue tan injusta que, hasta hoy, tenemos que seguir, por lo menos nosotros los cubanos, aguantando esos paquetes y nadie mira hacia atrás.
Roberto Clemente fue una estrella de su tiempo; sin embargo, en el tipo de beisbol que le tocó jugar, el criollo Cristóbal Torriente hizo lo mismo que él: lo mejor en el rightfield, pero más bateador.
Pelotero de cinco herramientas, bateador de bolas malas, el zurdo de la ciudad de Cienfuegos fue capaz de arrancar elogios como el de C. I. Taylor, manager del Indiannapolis A.B.C, que dijera una vez: “Si ves a Torriente por la acera de enfrente puedes decir, sin exageración, que ahí va un team de pelota…”
Muchos años después de 1920, Frankie Frisch dijo:”Yo estaba en La Habana con Babe Ruth y otros doce jugadores de los Gigantes de Nueva York; ocurrió cincuenta años atrás y todavía lo recuerdo claramente, sobre todo a Cristóbal Torriente, un tremendo bateador zurdo que jugaba en los jardines. Creo que yo actuaba en tercera en cierto momento cuando bateó de rolling hacia mí y, por instinto, mire el guante buscando la pelota, que no estaba; sino había hecho un hueco profundo a centímetros escasos de donde cubría; la bola, que casi nadie pudo ver, continuó viaje rumbo al leftfield. Tuve suerte de que no fuera de frente. Torri no solo es uno de los bateadores de más poder que haya visto, sino que chocaba con la pelota como cualquier otro super-bateador y eso es lo que fue, un super-bateador. En aquellos días, Torriente era la verdadera estampa de un pelotero. Nos hubiera gustado sobremanera traerlo a las Grandes Ligas…”.
En el Chicago American Giants, de Rube Foster, el tremendísimo outfielder era el bateador de poder, el clutch hitter que no fallaba, por lo que el manager podía contarle a la prensa después que: “…Hombres rápidos, que se embasaban, como Jelly Gardner, Jimmy Lyons, Dave Malarcher o Bingo DeMoss iniciaban el derrumbe de la oposición con sus rollings y su velocidad para ganar bases extras…entonces venía Torriente, con su clase y su determinación. Yo siempre decía, “llega que atrás viene Torri y él terminaba la frase con vamos, que de cerrar me encargo yo y se encargaba como nadie ni con la seguridad que lo decía…”
Cristobal Torriente era reconocido como un bateador que disparaba verdaderos cañonazos hacia todos los ángulos y su poder al bate se comparaba con Josh Gibson: en el primer Almendares Park, donde las cercas estaban a más de 500 pies, disparó jonrones que cayeron detrás de las bardas sin bola viva, sin bates especiales ni, mucho menos ,esteroides.
Según Bob Williams, un ex short stop del beisbol sepia, en la temporada de 1920, mientras jugaba para el Chicago American Giants, Torriente disparó una línea que le dio a un reloj de 27 pies de altura por encima de la cerca del centro del terreno, por lo que las manecillas se dispararon y comenzaron a girar alocadamente sin dirección. Los batazos del cubano eran normalmente de entre 450, 480 pies según quienes pudieron verlo.
Junto a Jelly Gardner y Jimmy Lyons formó el mejor outfield del circuito negro en toda su historia y, como jardinero derecho, tenía manos extraordinarias para fildear, tan buenas que lo usaron, a pesar de ser zurdo, en segunda, en el short y en tercera, su brazo era un verdadero cañón y, si no triunfó como pitcher (récord 15-5) en Ligas Negras, se debió a su extraordinaria clase como bateador; la velocidad del cienfueguero era comparable a la de los tres mejores en el beisbol de entonces, un verdadero super-pelotero de las tan manoseadas cinco herramientas.
En 1918 se unió al Chicago Americans Giants y quitó del jardín central a Oscar Charleston, que tuvo que irse al left. Ese año el cubano tuvo su bautizo contra pitchers big leaguers en tierra americana cuando enfrentó a los Piratas de Pittsburgh, bateándole cuatro hits en dos juegos a Jack Quinn y Dave Jones.
Un año más tarde, en La Habana, jugando para el Almendares, en un tour por la Isla contra los Bucaneros, bateó de 18-11, incluyendo un triple, 4 dobles y 2 jonrones a Leo Cadore, Hal Carson, Elmer Ponder y Jeff Pfeffer.
A los Piratas les siguió el escuadrón All-Americans de Jack Quinn, Torriente terminó la serie con .359 y cuatro jonrones, todos para empatar o decidir juegos y uno de ellos, conectado a John “Mulo” Watson, épico, de una distancia superior a 550 pies del home.
Torriente, Gardner y Jimmy Brown fueron una especie de playboys para el club Chicago American Giants, amaban la vida bohemia, hasta altas horas de la madrugada, por lo que Fóster acostumbraba a multarlos y suspenderlos si tenían un mal día; no obstante, una vez reconoció que eso no pudo hacerlo sino dos veces con el cubano, que no acostumbraba a “días malos” con frecuencia ni por el alcohol ni por el cansancio ni, mucho menos, por lesiones, que le ocurrían muy raramente y nunca graves.
En 1921 bateó .302 y contribuyó decisivamente a que su club ganara la recién instaurada Serie Mundial de Ligas Negras contra el Bacharachs de Dick “Cannonball” Redding: con la serie empatada a tres, decidió con el más largo jonrón jamás bateado en Dyckman Oval, en el Bronx, que puso el marcador 6-3 a favor de los Americans Giants en el sexto, entonces se hizo cargo del box y cerró el juego con tres escones. Ese año con otro enorme estacazo en Shibe Park, Filadelfia, eliminó al Hilldale -posterior equipo de Martín Dihigo-, con score de 5-2. Torriente fue chambion bate en Ligas Negras y su promedio de por vida fue de.339, acumuló averages de .400 ó más y por encima de .370 varias veces; en la Liga Cubana, su .351 es el más alto de todos los tiempos, seguido por otra extraordinaria injusticia de Cooperstown, Alejandro Oms, con .350.
En 1952, el editor deportivo del Pittsburgh Courier, Wendell Smith, escogió el más grande outfield negro de todos los tiempos: Monty Irving, Oscar Charleston y Cristóbal Torriente; pero, para Cum Posey, el zurdo cubano era el mejor de todos, En “La Otra Mitad de la Historia del Beisbol”, John B. Hollway, luego de entrevistar a muchos estrellas negras de hasta finales de la década de los cuarentas, llega a la conclusión de que: “…Cristóbal Torriente fue el mejor jugador salido de Cuba que no jugó en Grandes Ligas; mejor que Dihigo, porque bateaba y corría más y con el poder de dos privilegiados: Babe Ruth y Josh Gibson. Era un jugador defensivo sin igual en el jardín derecho; pero jugaba como el mejor en el centro; podía dominar como pitcher y no hacía errores ni en segunda ni en tercera, a pesar de su condición de zurdo.
En 1969, el cronista cubano Pedro Galiana, que vio a Torriente y a Dihigo en sus mejores momentos en este país, dijo: “Eran tan completos como cualquiera de los buenos de ayer o de hoy; pero el mejor pelotero cubano fue Cristóbal Torriente, sin discusión, que yo los vi a todos, en Cuba y aquí…”
John H. Lloyd, apodado “el Honus Wagner sepia” porque en nada era inferior su juego al del estrella de los Piratas de Pittsburgh declaró, en 1947: “El cubano Torriente, de 5’9 más o menos y 195 libras, corría más que yo, tenía el brazo de Meusel y fildeaba como Tris Speaker, ¿Bateando? Busca el mejor que haya y así lo hacía. En Cuba soltó un rolling al short stop que no me dio tiempo a colocarme bien, me golpeó el tobillo y levanto un fly de más de 30 pies de alto, cuando caí al suelo, pensé que me había arrancado el pie y de milagro no me lo arrancó…”
Definitivamente, si para los americanos Satchel Paige cuenta como el mejor pitcher de todos los tiempos y ponen a Gibson a discutir el mejor bateador, ¿Cómo se llama la política de no hacer lo mismo entre hispanos para “separar” y desconocer a los cubanos, que no pudieron jugar en el Beisbol Organizado, de ocupar iguales galardones entre los latinos? Yo lo sé, allá usted si no lo entiende así.
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