BEISBOL 007: Gracias, Jackie / Ignacio Serrano

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martes, 15 de abril de 2014

Gracias, Jackie / Ignacio Serrano

Jackie Robinson, las Ligas Negras y una era que no se debe olvidar. Rescato este artículo que publiqué hace un año, en homenaje al inmortal de las luchas civiles y del beisbol


Una imagen sorprendente aparece apenas uno entra al Museo de las Ligas Negras, en Kansas City.

Detrás de una cerca de alambre gris, puede verse un diamante de beisbol, y en el diamante, las figuras en bronce, tamaño natural, de las principales estrellas que animaron aquellos circuitos, antes de que Jackie Robinson, Branch Rickey y los Dodgers de Brooklyn ayudaran decisivamente a derribar la barrera racial.

"Sólo podrán entrar al diamante al final del recorrido", nos advirtió Bob Kendrick, por entonces director de Mercadeo del pabellón. "Para pisar el campo, es necesario primero conocer la historia".

El Museo de las Ligas Negras es un pequeño, conmovedor y entrañable lugar, ubicado en la ciudad donde jugó una de las principales divisas de aquel beisbol, ya desaparecido: los Monarcas.

He allí uno de los efectos, uno de los menos dramáticos efectos, de la influencia de Robinson en el deporte de Estados Unidos. Los Reales de Kansas City tomaron ese nombre al nacer, en 1969, como tributo a la escuadra por la que pasó Satchell Paige y de la que el propio Robinson fue shortstop, en 1945.

Un pasillo conduce hacia el interior del museo. Durante algunos metros, hay que caminar por él, con el diamante en escala a la izquierda y una gigantografía a la derecha.

La enorme fotografía complementa la congelada escena en bronce, en la que Paige se dispone a lanzarle al no menos grande Josh Gibson, el "Babe Ruth negro", o como lo asegurara el propio Ruth, "el mejor bateador que haya existido".

La gigantografía es una foto real. El camarógrafo la tomó viendo desde la raya de fair hacia la tribuna. Decenas de personas están sentadas, hombres y mujeres, viendo un encuentro. Ahora miran los bronces.

"Es la fotografía de una tribuna en algún parque de las ligas negras", explicó Kendrick. "¿Ya notaron el detalle?".

Sí, lo notamos. Era evidente. No sólo había hombres y mujeres. También había negros y blancos.

"En las tribunas no había barrera racial", sonrió Kendrick, con un guiño.

Al menos dos venezolanos jugaron en las Ligas Negras. Carlos "Terremoto" Ascanio, inicialista de los Yanquis Negros de Nueva York, en 1946, y Vidal López, que entre 1923 y 1929 vio acción en por lo menos 11 juegos como lanzador de las Estrellas Cubanas del Este, un equipo nómada, que iba de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, disputando encuentros y pagando a sus peloteros con lo que recogían a través de la boletería.

Aquellas primeras décadas de las Ligas Negras fueron las más difíciles. A la frustración de no poder participar en la gran carpa, por una iniciativa que Cap Anson lideró a finales del siglo XIX, se sumaban las difíciles condiciones económicas.

"El salario era bajo y ridículo", aseguró el legendario cubano Martín Dihigo a su hijo Gilberto, en el libro Mi padre el inmortal. "Podían jugar maravillas y si no había asistencia no se recolectaba. Una vez, no llegó al dólar el dinero que recogieron después de pagar a los árbitros y al anotador".

Grandes figuras de aquellos circuitos visitaron Venezuela.

Algunos, como Dihigo, vinieron a jugar en la Serie Nacional o la Primera División. Manuel "Cocaína" García, uno de aquellos grandes jugadores, adoptó este país como el suyo.

Otros vinieron a los encuentros de exhibición que se realizaron aquí. Algunos más, como Roy Campanella, estuvieron en los inicios de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional.

Campanella aprendió a hablar castellano en sus visitas al Caribe. También conoció a Alfonso Carrasquel, y la amistad que surgió entre ambos le permitió ser una ayuda crucial para el Chico en su primera experiencia en el norte, recién firmado por los Dodgers, como el propio shortstop relató entre risas a Milagros Socorro en su hermoso libro Con la V en el pecho, que Ediciones B acaba de reeditar.

Las Ligas Negras evolucionaron y en los últimos años, al parecer, mejoraron sus condiciones. Es inevitable sentir nostalgia y deseos de revivir aquello, al terminar el recorrido por el museo y empezar a caminar entre las estatuas de bronce.

Pero la hermosa forma mediante la cual los curadores reflejaron la historia del apartheid que sufrió el beisbol no oculta las tremendas injusticias, las horas buscando un hotel donde aceptaran huéspedes con sangre africana en sus venas, la imposibilidad de hacer una carrera en la gran carpa, los escupitajos que otros jugadores soltaban a Robinson, cuando éste pasaba cerca, y los insultos, y la humillación, y la inconmensurable injusticia de no aceptar como iguales a una parte de la población.

Robinson no fue el único ni el primero en luchar contra todo eso. Pero su papel en la batalla no violenta que protagonizó resultó fundamental.

No se suponía que fuera él quien rompiera la barrera. Ese rol correspondía a Paige, porque su bola de fuego era una garantía de éxito y Rickey no podía permitirse que el jugador que quebrara la barrera racial resultara un fracaso deportivo.

Fue ese motivo, paradójicamente, el que llevó a los Dodgers a descartar a Paige y preferir a Robinson. El lanzador cumplió 40 años de nacido en 1946. Aunque todavía ponchaba a sus oponentes con la recta, la edad no garantizaba que tuviera el mismo dominio en las grandes ligas.

Mariano Rivera no fue el único que esta semana usó el 42 en las mayores. El panameño es el último que queda del grupo que vestía ese número cuando la MLB decidió retirar el 42 en homenaje al infielder de los esquivadores y su formidable aporte a la lucha por los derechos civiles.

Cuando Rivera se retire, nadie más podrá usar ese número, excepto cada 15 de abril, cuando decenas de bigleaguers se enfundarán camisetas con ese dorsal, en recuerdo de uno de los más grandes luchadores del deporte.

No mucho tiempo después de su adiós, el propio cerrador de los Yanquis verá cómo el equipo también colocará el 42 junto a su apellido en las paredes del parque, porque su lustrosa carrera merece un homenaje similar.

Será una feliz coincidencia, porque Rivera también es negro.

De haber nacido hace 100 años, hipotéticamente, la mejor recta cortada de todos los tiempos no habría podido lanzar en las mayores.

Gracias, Jackie.

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