BEISBOL 007: Tributo a Dámaso Blanco en su exaltación al Salón de la Fama del béisbol venezolano

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viernes, 22 de noviembre de 2013

Tributo a Dámaso Blanco en su exaltación al Salón de la Fama del béisbol venezolano


El día de su debut "tenía el corazón en la boca, porque me tocó jugar en tercera base, delante de un campocorto de nombre Alfonso Chico Carrasquel, mi ídolo de toda la vida en el beisbol. Cada vez que volteaba el Chico estaba detrás de tercera, en el hueco, sobre la grama interior, a dos pasos de segunda base. Era increíble cómo se movía por toda esa zona entre segunda y tercera. A veces llegaba hasta detrás de la segunda base, agarraba la pelota y lanzaba a primera como si nada". La emoción de Dámaso llegaba a niveles insospechados: en una ocasión estaba en el ambiente el toque de pelota por la antesala, y Dámaso veía tanto los movimientos del bateador como hacia el campocorto. El Chico le indicaba con la barbilla que se enfocara en jugar adentro. Dámaso se adentraba en la grama interior pero instintivamente miraba hacia donde cubría Alfonso Carrasquel. Cada vez que regresaban al dugout, Dámaso buscaba sentarse lo más cercano a Carrasquel. En una ocasión le preguntó qué tan adelantado debía jugar un campocorto con el cuadro adentro. El Chico se lo quedó mirando. "Pero tú eres tercera base". "A veces también juego short stop y tengo la duda de si el bateador va a dragar la pelota o va a batear duro". El Chico se pasó la mano entre los labios y la barbilla, y se quedó mirando a Dámaso. "Si quieres, cuando se presente esa situación mira hacia el segunda base y después hacia el shortstop, y de acuerdo a donde estén ellos tienes que encontrar la ubicación que más te convenga, porque el tercera base es uno de los que tiene que estar más atentos a cualquier jugada de toque y a la vez tener los reflejos para regresar si cambian la seña". Dámaso seguía segundo a segundo cada movimiento del Chico. Cuando éste casi se daba cuenta, Dámaso se volteaba y empezaba a silbar. "¿Qué te pasa, novato? ¿Es que nunca has visto a un pelotero hacer su rutina?" "Sí, pero nunca lo había hecho con el pelotero que ha sido mi ídolo de toda la vida". El Chico se sonrió y dio dos palmadas en el hombro de Dámaso. "No es para tanto". "Pudiera decirse que la de 1963 fue mi mejor campaña en Ligas Menores. Con el equipo Fresno. Bateé creo que 180 hits, para una temporada de ligas menores son bastantes, me parece que fui líder de la liga. Creo que fui tercer mejor bateador de la liga con .330. El lider bate fue un dominicano que se llama o se llamó, Vidal Nicolás, creo que bateó .340. Entre los mejores bateadores estaban Joe Morgan (sí, el de la Gran Maquinaria Roja), Paul Blair, el centerfielder de los Orioles a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta cuando jugaron tres Series Mundiales seguidas. Ese año también fui líder en carreras anotadas y me eligieron como short stop en el Todos Estrellas de la liga. Con el Fresno llegamos terceros en la tabla". "Al terminar el juego del 24 de mayo del Phoenix AAA, me fui al dugout y, luego de ducharme, tomé mis pertenencias y me fui al apartamento donde residía. El inmueble fue rentado por Dave Kingman. Lo había cancelado hasta el final de la temporada. Cuando lo subieron a Grandes Ligas me dijo que si quería me podía quedar allí. A eso de las 9 de la mañana siguiente me llamaron al apartamento. Era el propietario y gerente del equipo de Phoenix, Rosy Ryan. Quería que fuese a la oficina del equipo en el estadio. Cuando colgué el teléfono pensé: 'Coño, me cambiaron o me van a bajar o a botar, porque ya había dejado de ser ese prospecto'. Ya yo era un pelotero de la organización que había jugado en 1970 y 1971 allí mismo en AAA. Era un pelotero que podía jugar short stop o segunda base, dependiendo de la necesidad del equipo en ese momento. La secretaria me dijo que pasara y allí estaba Rosy Ryan en una oficina austera. Las primeras palabras que me dijo fueron: 'Has estado muchos años con nosotros'. Dentro de mí me decía: 'Beerro, por muchos años quiere decir que ya es suficiente'. Entonces hizo mención a mi perseverancia y mi buen comportamiento. Ryan era un tipo muy seco e inaccesible. Intercambiaba muy pocas palabras con él. Él había jugado con los Gigantes de Nueva York, creo que en los años 30. (Rosy Ryan. New York Giants 1919-1924, Boston Braves 1925-1926, New York Yankees 1928, Brooklyn Dodgers 1933.) 'Has sido un pelotero útil y finalmente tu esfuerzo se ve compensado. Te unirás al equipo de los Gigantes, en Atlanta'. Antes de eso me había preguntado. '¿Tienes ropa en tintorería? ¿Tienes alguna cuenta en un banco?' Ante eso uno se pregunta '¿Para que me puede preguntar esto?' Ése es el preámbulo para informarte que te cambiaron, o te bajaron, o te botaron. Lo menos que imaginaba era que me habían subido a Grandes Ligas. En ese momento tendría un promedio como de .250 o .260. No estaba haciendo nada espectacular. El 26 de mayo, en el octavo inning de un juego que ganaban los Bravos 9-2, salí a correr en primera por Ed Goodson. Cuando llegué a la almohadilla, había una leyenda en la pizarra que anunciaba mi debut en la Gran Carpa, el inicialista Hank Aaron me dijo: `Good luck boy'. Después me quedé toda la temporada con el equipo grande. Mi primer hit en Grandes Ligas se lo di a Tom Phoebus de los Cachorros de Chicago el 11 de junio de 1972. Había entrado a sustituir a Chris Speier, en el quinto inning, a quién habían expulsado junto al manager por discutir un strike cantado.

Las cuitas del béisbol

Posted: 21 Nov 2013 06:54 AM PST

Una de las razones esenciales por las que disfruto mucho el béisbol, es que me hace reflexionar sobre parte del esquema mental que utilizo en la vida en general para afrontar situaciones difíciles. Aunque ignore muchas cosas que están ocurriendo en el terreno de juego y el dugout, siempre hago el ejercicio de asumir el trabajo del manager, en esos juegos complicados donde molesta ver como las decisiones pasan a cierta distancia de la victoria. Entonces es fácil decir "si yo fuera el manager hubiera hecho esto". Anoche, en el cierre del octavo inning conversé a distancia con Luis Sojo. C.J. Retherford comenzó el inning con doble a la pared del jardín central. Le pregunté porqué dejaba a Gabriel Alfaro si tenía al zurdo Carson en el bull pen y venía a batear el zurdo René Reyes. Caminé cien mil veces la distancia entre el televisor y el patio. Buscaba una explicación apropiada para entender porque Alfaro recibió el sencillo de Reyes. Casi me saqué el anular y el índice izquierdos cuando con el juego 5-4, Alfaro continuó y concedió boleto a Javier Herrera. Traté de tranquilizarme porque desconozco las interioridades que llevan a un manager a tomar tal o cual decisión. Intentaba ubicarme en las decisiones que tomo en mis ocupaciones laborales, el riesgo de cometer errores, los factores externos que pueden influir en las decisiones. Por momentos entendía a Sojo. Sólo que esa pasión por ver al equipo ganar te hace ver el juego desde el dugout de tu sala. Me costaba entender como iba a traer a Yoel Hernández a relevar, si lo había utilizado el martes ante el Caracas y tenía en el bull pen a Carson quién había hecho un buen relevo el domingo en Margarita. ¿Dónde quedaba la lógica de rotar adecuadamente al personal? El ejercicio de observar a Salvador Pérez enfrentar a Yoel Hernández resultó desesperante, quizás le iba a dar el batazo al mejor pitcher del mundo, la tristeza de ver aquel sencillo al jardín izquierdo, me hizo querer estar enfundado en aquel uniforme, para traer a lanzar a Carson, no ante Pérez sino ante René Reyes. Si el hit llega allí, igual se ponía el juego 5-4. Lo que habría que ver es como Carson iba a trabajar a Javier Herrera y luego a Pérez. Un ejercicio doloroso que ilustra porque el béisbol desde su aparente lentitud, acelera todas las neuronas de sus seguidores, el ritmo del juego permite distintas visiones. En caso de que las decisiones del manager resulten desacertadas, siempre habrá infinitas visiones de periodistas, aficionados, fanáticos. Para unos desde la frialdad de su análisis, para otros desde la pasión de sus emociones. Anoche mientras apagaba el radio luego de aquella tormenta perfecta en medio del extrainning, por un momento imaginé el ambiente en el dugout magallanero, el semblante de Sojo, los rasgos de Alfaro, la respiración de Hernández, la mirada de Carson. Todos querían ganar, los adversarios también. Todos dieron lo mejor de sí. Por un momento intenté calzar los zapatos de Sojo y aunque reconocí que es una gran responsabilidad, toda la noche resultó una pesadilla donde Carson venía a relevar a Alfaro luego del doble de Retherford y nunca llegó a soltar la pelota para lanzarle a Reyes. 

 Alfonso L. Tusa C.

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