Por Andrés Pascual
Roger Maris fue un pelotero famoso sin
etiqueta inmortal, en su caso, nadie puede decir que no esté en el recinto por
piñas racistas o de otra índole: en 1961 bateó 61 jonrones bajo una lluvia de criticas
injustas, pero con ese guarismo solamente no se le puede elegir por méritos
especiales a una casa que, para que no queden espacios sin contaminar, la nueva
hornada con derecho al voto busca pisotear a como dé lugar.
Maris no es material de Cooperstown,
aunque haya impuesto un récord que, más injusto aún, debió transitar tres
décadas con un absurdo asterisco por lo de los “8 juegos más producto de la
expansión”, mientras, en 1961 también, Sandy Koufax rompió el de ponches para
el viejo circuito, impuesto en 1903 por CRISTHY MATTHEWSON y nunca se opacó con ningún
símbolo extremista. Yo supongo que el puritanismo se originó en que no es lo
mismo “Matty” que Babe para el beisbol, digan lo que digan…
Sin embargo, con un asterisco, con dos ó
con tres debería vivir cualquier referencia que se haga al récord de hits
conectados de Ichiro, beneficiado también por los 8 juegos extra en los
calendarios.
El japonés fue 77 veces al bate más que
George Sisler (en la foto) y superó la marca del ex inmortal 1era base del San
Luis Brown por 8 solamente.
Por su promedio general en 1922, por su
clase superior como bateador, el infielder Carmelita quizás hubiera conectado
30 hits más que los 254 que derrumbó Susuki con 262. En buen español, todavía
el récord absoluto estuviera en poder del padre de Dick.
El outfielder Jim Piersall fue un
pelotero famoso que se popularizó por sus arranques fuera de control.
El Loco, porque actuaba de forma irresponsable
y sin que ningún tipo de alternativa pacificadora pudiera ponerlo a buen
recaudo de la crisis de insanidad, lo mismo agredía a un contrario sin razón
aparente que se sentaba en unas de las bases de los monumentos a sus inmortales
que erigieron los Yankees en el outfield (antes estaban en zona fair) y se
quedaba dormido.
Como jugador no tiene récord para
convalidar con la inmortalidad su popularidad casi negativa durante varios años
de peregrinar por las Grandes Ligas.
Famosos fueron Leon Wagner, Colavito,
Roy Sievers, Hank Bauer, Mike García y muchos otros, sin embargo, tampoco
pudieron pasar con nota excelente la prueba que la categoría divina exige.
Posiblemente el 4to bate del Cleveland,
que jugó en el ocaso de su carrera con los Yankees, Rocky Colavito, haya sido
más popular que aquel jonronero de los Piratas, que solo jugó 11 campañas, pero
promedió más de 30 jonrones por año y más de 100 impulsadas, quien, pese a que
lo demoraron como es costumbre por los electores, no lo pudieron dejar fuera
del Salón: Ralph Kiner.
A principios de los 80’s, la “familia”
beisbolera creyó que la Fernandomanía presagiaba un boom mexicano para el
Beisbol Organizado: descartada la vuelta de Cuba a las Grandes Ligas y sin que
Rafael Ávila iniciara la cantera dominicana con la importación del sistema
academia, iniciado por él mismo para los Dodgers, la popularidad de Valenzuela
despertó expectativas sobre cuántos otros jugadores, tan buenos como el pitcher
de Los Angeles, pudieran haber estado empacando en el país vecino para
someterse a tan riguroso examen, aprobarlo y no solo hacer el grado, sino
brillar como lo hacía el zurdo con el club de Tom Lasorda. A fin de cuentas,
pese a que, desde entonces han llegado buenos peloteros aztecas a los circuitos
mayores, para lo que se les consideró hipotéticamente fueron espejismos lo que
vieron.
Con Ichiro sucedió lo mismo, aunque peor
a fin de cuentas, porque los jugadores japoneses han demostrado no ser tan
buenos como los mexicanos y solo el outfielder del récord de hits hace la
diferencia.
Con los nipones no se puede crear un
estado sólido de valores en el mercado americano a pesar del empecinamiento,
porque no son suficientemente brillantes como para apoderarse de un espacio ni
de relativa importancia en la vanguardia del juego por esta parte del mundo.
Eso sí, le han robado el dinero a las
Grandes Ligas como nadie, porque ninguno vale lo que les han pagado por jugar
con un 10-20 % menos de calidad que el caribeño en sentido general.
Las ligas japonesas son circuitos para
descartes del Beisbol Organizado, en las que juegan los que ya no pueden aquí;
incluso brillan los que nunca pudieron actuar para un club de Liga Mayor.
George Sisler
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