BRISTOL -- Y el día finalmente llegó, sin remordimientos ni ingratitudes.
Llegó el momento de colgar los spikes a los 45 años de edad, después de 2,968 juegos y 12,013 veces que te paraste en el plato para ver un pitcheo. ¿Se dice fácil no?
Quizás muchos no entienden el peso de estos números y lo quiero ilustrar de esta manera: En la historia de las Grandes Ligas un total de 17,940 hombres han jugado en este nivel desde 1876, de los cuales sólo 2,115 han nacido fuera de los Estados Unidos.
Ningún otro extranjero ha jugado más que tú en este nivel y entre esas casi 18 mil personas que han tomado un turno en el mejor béisbol del mundo, sólo 11 acumulan más partidos.
Esas manos de seda que a tantas personas levantaron de sus asientos con expresiones de asombro, alegría y frustración, sólo cometieron 183 errores en 11,961 oportunidades. En un deporte donde se paga por fallar en la mayoría de las ocasiones, hacer bien el trabajo en 98.5% de las veces durante 24 años es una señal de extrema disciplina y seriedad.
Hiciste jugadas que nunca se habían hecho; entre ellas mi favorita, cuando con extrema facilidad podías leer y atrapar un elevado corriendo de espaldas al plato. La lograste incluso en tu último partido, con el 13 en la espalda. La hiciste incluso con el inclemente sol de Maracaibo abrazando con sus poderosos rayos el cuero de la bola en pleno medio día.
Rompiste marcas que parecían irreales hechas por nombres que lucen extremadamente lejanos y que hoy se encuentran estrechamente ligados al tuyo en las páginas doradas de la historia.
Tu talento fue capaz de inspirar generaciones en las bondades del deporte, la disciplina, la constancia, la humildad y sobre todo la integridad en un juego cuyas reglas y tradiciones han llegado a ser manchadas.
Establecerse en esa cofradía llamada Grandes Ligas no es algo que logra cualquiera que se pone un uniforme de fino acabado. Hay demasiadas barreras que superar y que no obedecen órdenes de pausa cuando la jornada de trabajo acaba para ser retomadas el día siguiente.
Este mundo es una constante competencia contra el acecho del oponente, contra los deseos de los compañeros, contra el escrutinio de la prensa especializada, contra la pasión de los fanáticos, contra el orgullo propio y contra el cuidado físico personal, donde la verdadera meta es la supervivencia a largo plazo para asegurar una estabilidad económica suficiente que garantice la tranquilidad individual, un aspecto que tiene perfecta lógica si consideramos que mientras unos se pasan la juventud preparándose mediante el estudio o aprendizaje de un oficio para desarrollar una función por el resto de sus vidas, los peloteros profesionales invierten este tiempo "jugando" para ofrecernos un espectáculo de alta calidad.
El problema es que no se sabe por cuánto tiempo.
Para la gran mayoría de los que escogen esta vida, es como subirse a una montaña rusa con los ojos vendados: Parece divertido pero no todos lo aguantan, no saben a dónde van en medio de subidas, bajadas y vueltas, ni mucho menos saben cuándo acaba.
Lo que parece un juego, no lo es. Es una realidad muy seria.
En simples términos deportivos este proceso se traduce a la capacidad que tenga un jugador de contribuir con las victorias de un equipo mediante su rendimiento. Ahí está la clave de la longevidad y te la tomaste muy en serio.
Omar, cuando firmaste para jugar con los Marineros de Seattle y los Leones del Caracas la meta era simplemente alcanzar las Grandes Ligas y vivir de un oficio para el cual naciste, pero al dejar fluir la magia de tu guante como modo de supervivencia te elevaste a una categoría superior a muchos de los que compartían el terreno contigo. ¡Ahí afloró tu talento!
Y cuando alcanzaste la madurez para comprender el impacto y proyección de esa magia en el terreno, asumiste el rol de forma auténtica de ser un ejemplo de la juventud que sigue este deporte y en especial la de nuestros países. Tampoco fallaste. ¡Ahí comenzó tu grandeza!
Esa es nuestra gente, la que hoy en día está urgida de ejemplos reales de cómo se obtienen resultados en la vida a través del trabajo honesto y dedicado. Para ellos, el número 13 representa todos estos valores.
En el ocaso de una de las mejores carreras en el deporte profesional nos demostraste que la humanidad va por encima de todas las críticas. Y es que después de pasar una juventud completa luchando para alcanzar un sueño tan remoto e improbable para un "chamo" venezolano, ¿Cómo va a ser fácil darle la espalda a una meta cuando finalmente se alcanza?
¿Quién es juez para decirte cuando es el momento de desprenderte de algo que está en tus manos y que con tanto sacrificio conseguiste?
¡Si yo estuviese en tus zapatos sigo jugando hasta los 70 años!
Pero la mejor verdad del mundo la dijo Héctor Lavoe..."Todo tiene su final y nada dura para siempre". Así lo decidiste y saliste del terreno con la frente en alto, sin dejar absolutamente nada por hacer, con la conciencia limpia por siempre dar lo mejor y honrando a aquellos que antes de ti portaron esos números que usaste en tu espalda: a Jackie con el 42, a David con el 13, a Luis con el 11 y a Chico con el 17. Calzaste sus zapatos y lograste superar sus hazañas. Junto a ellos ya eres una leyenda, un inmortal.
Ahora se cierra una etapa que me hace sentir viejo al recordar apenas como si fuese ayer tu debut, mientras tú mantienes esa juventud que irradiaste hasta el último día y quedará para siempre en los recuerdos de quienes te apoyamos, te adversamos y te respetamos en un terreno y fuera del mismo.
En nombre del béisbol, su historia, de todos los aficionados de América Latina y en especial de nuestro país Venezuela, hoy especialmente, te damos las gracias por todas esas memorias donde dejaste a tu bandera siempre "bien parada" y confiamos que lo seguirás haciendo en tus futuras aventuras.
¡Muchas gracias Omar...y nos vemos en Cooperstown!
PD: El equipo de softbol de ESPNDeportes necesita un campo corto.
Leonte Landino / ESPN
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