Por Andrés Pascual
El problema de los millones y el contrato multianual se puede convertir en un dolor de cabeza de anjá para el club “que metió la pata” con un pelotero que, de pronto, no rinda para lo que le dan, sino, como en el argot callejero, ni para “2 pesetas”.
En el capitalismo no se puede responder al salario sin actividad laboral, por lo que en el beisbol no se puede sentar a un jugador que gane millones porque atraviese una mala racha transitoria o con ribetes de eternidad, sencillamente, tiene que jugar.
Esto es parte de la condena que deben cumplir los que cometieron el sacrilegio de pretender cubrir con millones de dólares a muchos jugadores, porque veían multiplicarse quién sabe por cuánto sus propias ganancias, “tiro por la culata” o retrato en vivo de la forma como hace decadente y malo al llamado “mejor beisbol del mundo”, comparándolo con la era previa a 1975, el contrato a largo plazo.
Y, como que todavía en Triple A no se produce la espiral millonaria de las Grandes Ligas, pues ningún pelotero asegurado bajo condiciones de contrato multianual, por cantidades más que fabulosas fuera de lugar, puede ser enviado por bajo rendimiento a ese circuito, porque, sencillamente, “ese dinero no es de Triple A”.
¿Cuántos jugadores del beisbol moderno han demostrado en el terreno que “les robaron” el dinero a la Organización que los contrató, a través de un agente libre pícaro apoyado en la miopía de la gerencia?
Se pudiera hacer una enciclopedia con todas las posiciones bien cubiertas como referencia permanente a este desastre, que los es.
A través de los últimos 20 años, se ha podido comprobar que el contrato multianual es una grosera pieza de la maquinaria que perjudica al beisbol de Grandes Ligas, porque puede producir sentimientos peligrosos en el afortunado que linden con la apatía, el desgano y la vagancia, del que no se podrán desprender por las regulaciones legales y porque nadie ajeno se hace cargo de “un muerto de esa categoría”
Si se revisan los guarismos de más de 20 jugadores que han gozado o gozan de ese tipo de beneficio, logrado con anuencia absoluta de los dueños, incluso del público y parte de la prensa, pues se ratifica que juegan a matarse el último año del compromiso para cotizarse bien con miras al próximo contrato, por lo que son siempre el primero y el último en los que son capaces de demostrar su valor, alto quizás, pero no para esas montañas irracionales que reciben y que han colocado la perspectiva vocacional infantil hacia el juego de pelota por encima de la Presidencia de la República.
Como que el desinterés y la baja forma deportiva es evidente durante el calendario regular de juego, pues que nadie dude que, como fantasma perjudicial contra el propio pelotero, también “sale en el training”, lo que pudiera formar parte de la sospechosa aparición de lesiones desde el mismo primer día en que se convoca al entrenamiento o durante el juego diario.
El último caso evidente se presenta en los Marlins con el cerrador Heath Bell, de 27 millones por tres años y un mundo de presagios positivos y otro de adulonerías hacia la Organización.
Por lo que “se va a lograr” cuando se anunció su contratación y los resultados hasta hoy, se está tratando con un tipo cuya labor negativa es indigna del salario mínimo en una factoría americana.
¿Qué van a hacer con Bell? Nadie sabe, pero, cuando un pitcher es tan inefectivo con tanto dinero como salario, no puede ni pensarse en un cambio, por lo mismo tampoco puede ser enviado a Triple A y, mucho menos, recetarle el banco que pudiera enfocarlo en el juego ganador.
Tal vez lo único que le quede al responsable por traerlo al club sea esperar que, bajo el fuego enemigo que ha sido incapaz de contener, siga actuando con regularidad hasta ver si puede recuperar la efectividad que le vieron para garantizarle semejante cantidad, imprudentemente, entre tres años.
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