Por Andrés Pascual
No es posible entender ciertas cosas como dichas por supuestos líderes en el beisbol de Grandes Ligas. El manager de los Marlins de Miami, Ossie Guillén, instó al club a abochornarse, "deberíamos abochornarnos…", eso dijo y no ha salido una sola crítica contra ese desparpajo, rara combinación de derrotismo con complejo de inferioridad prefabricado.
Cuando los Marlins contrataron al paisano de Aparicio fui uno de los pocos, no sé si el único, que me arriesgué, porque lo creí fervorosamente, a considerar el movimiento que trajo al director a Miami como lo mejor de la temporada en el mercado de cambios y adquisiciones del mercenarismo beisbolero o "agencia libre".
En un artículo que titulé "La mejor adquisición ha sido Guillén", expuse las razones por las que creí que el controversial piloto era positivo para la franquicia. Hoy no sé si tuve razón contra el silencio protector de toda la prensa miamense, que se mostró cauta y vigilante. Aunque no es mi estilo conceder contra lo que estimo, sucedieron cosas…
De un manager protector de sus jugadores, de protestas sonadas por incomodidades ante la decisión del magistrado de home o de cualquier base, con un palmarés de "valiente capaz de comer candela y defecar ceniza", se produce la famosa frase política que incomodó al exilio cubano, y Guillén no encontró algo menos indigno que autodestruirse con una petición de perdón que sí fue un verdadero bochorno.
Aquella actitud desvistió un "santo guerrero", le desnudó en medio de la multitud y dejó sin sentido cualquier adjetivo que le tratara de calificar como líder de la novena, necesario obligatoriamente para poder imponer la personalidad que solo provoca el team work, porque el club surfloridano, hasta hoy, carece de liderazgo entre sus jugadores: por diferentes motivos como los egos desmedidos inoportunos, quizás equivocados, en los Marlins no existe el jugador que influya en el resto como debe un verdadero líder y, sin líder no hay trabajo de equipo.
Cuando la derrota continuada comienza a afectar el alma del pelotero empiezan los comentarios, las acusaciones ácidas sobre sospechas entre cada cual, injustas a veces y el equipo se convierte en la célebre "olla de grillos", un par de escalones más abajo del rutinario "tocar fondo".
Lo tradicional en el beisbol es lo histórico, por eso, de igual forma que "detrás de un error viene un hit", cuando a un equipo le falla el bateo no se demora mucho para que se desplomen los 3 departamentos a la vez: el abridor no aguanta 4 entradas, el relevo no puede sacar un out y un elevado manso entre segunda base y jardinero derecho pasa entre ambos rumbo al suelo como "Pedro por su casa", es ley inexplicable del juego y, por lo que se ve, los Marlins están en ese hueco ya.
Pero, la manera como asume el momento el manager Guillén, no es la más adecuada para revitalizar a un club que tiene jugadores de clase suficiente como para responderle a la fanaticada en la postemporada, es una falta de respeto a sí mismo, al club y al público, entre otras cosas, porque tiene un 60% de la responsabilidad ante la catástrofe, si tomamos en cuenta que, "lo malo no es pensar de una forma, políticamente hablando, si no vocearlo por ahí a los cuatro vientos".
De momento, debería pedir la cesantía de su entrenador de bateo, el boricua Eduardo Pérez, que parece que está ahí como figura decorativa pagada y obligada, quién sabe por consideración exagerada a quién.
Fue una expresión derrotista y ajena al propósito ganador
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