Por Andrés Pascual
Si el cubano Martín Dihigo hubiera podido jugar en Grandes Ligas, ¿Estuviera en Cooperstown?
Este tipo de aseveración no solo es controversial, sino comprometedora de la capacidad de justicia de quienes vemos cualquier asunto relativo al beisbol, más allá que una respuesta tan fácil como “por supuesto que sí”.
Al circuito sepia del beisbol americano lo clasifican como “liga”, a pesar de que no cumple con el 90 % de los requisitos requeridos como asociación para constituirse en tal.
Comenzando por la organización, incluso la clase profesional administrativa y la deportiva, el beisbol de los negros americanos, más de algún blanco, no admite que se le considere como “ligas” al estilo del Beisbol Organizado.
Hecho para complacer a un público muy diferente al blanco, que respondía al entretenimiento de circo en igual medida que a lo deportivo, pues la actividad lindante con la payasería ocupaba un buen espacio en los intereses de sus fanáticos; de tal forma que, su más importante atracción de taquilla, era capaz de quebrar la seriedad del juego con frecuencia y ordenarle a todo el infield y el outfield del Kansas City Monarchs que se sentaran, mientras le pitcheaba a buenos bateadores y hablo de Satchel Paige. Solo en 1945 lo ensayó dos veces.
Si algo tuvo en cuenta Branch Rickey para elegir a Jackie Robinson como el jugador apropiado para romper el Muro Racial, fue su responsabilidad y su seriedad, de tal forma que se conoce como el único jugador que se negaba a complacer a Paige, provocando que el público le abucheara como respuesta a la desobediencia asumida ante quien se atreven a decir algunos que es “el mejor pitcher de todos los tiempos”.
Así eran las llamadas “ligas” negras, repletas de actos irresponsables y poco serios ante el juego, pero hechas al gusto de un tipo especial de fanático acorde con reglas a la medida de las circunstancias.
Como contribución a ese ambiente se utilizaba la versatilidad de Martín Dihigo, quien era enviado a cubrir una posición sin necesidad ni porque el regular se lesionara, solo para que el público lo viera jugarla.
Según la mayoría de quienes vieron jugar a Dihigo, el cubano era un pelotero de cinco herramientas; sin embargo, coinciden en que su mejor desempeño era como pitcher.
Por el uso indiscriminado como suplente a propósito, a Martín no lo selecciona nadie como miembro de ningún All Star del beisbol sepia, mientras que Cristóbal Torriente, otro cubano de clase extraordinaria, aparece como regular en varios, entre ellos, el de Wendell Smith, para el Pittsburg Courier, a principios de la década de los cincuenta.
Si Martín Dihigo hubiera podido jugar en el Beisbol Organizado desde que comenzó, el acceso al Salón de la Fama se le hubiera hecho más difícil, porque no hubiera podido demostrar su “versatilidad” como hizo en el beisbol sepia.
En Grandes Ligas se juega una posición como regular y el suplente espera en el banco por la oportunidad que, a veces, solo son un par de innings finales; si el pitcher es un buen bateador, lo debe demostrar durante las veces que le toque batear en el encuentro; hoy ni así en el Joven Circuito por el bateador designado.
Cuando la época de Dihigo, un pitcher buen bateador salía a batear de emergente a veces, como sucedía con Wess Ferrell, considerado no solo el mejor bateador como pitcher de todos los tiempos, sino que, cuando se retiró a mediados de los cuarentas, logró ganar la Triple Corona de Bateo en Triple A.
Sin dudas, Dihigo hubiera sido pitcher en Grandes Ligas, pero hubiera necesitado de la clase sostenida y de los números de Dizzie Dean, Carl Hubbell o Lefty Grove para ser seleccionado a Cooperstown.
Hay algo que no se puede dejar de analizar a la hora de considerar lo que ayudó a varios negros en sus propósitos de entrar al Salón de la Fama: se creó un comité de atención solo a ellos y, después que desapareció, el escrutinio continúa a través del Comité de Veteranos.
¿Hubieran merecido la elección a Cooperstown todos los negros que están? Nadie puede asegurarlo, porque las Grandes Ligas eran de calendario más largo que las del beisbol negro y, sin discusión, además de organizadas, atendidas y mejoradas anualmente, mucho más fuerte en lo deportivo.
Varias cosas hay seguras: si nunca se hubiera producido la segregación en el beisbol, tampoco hubieran existido las “ligas” negras, comprobable una vez que abandonaron en estampida, a partir de 1947, no solo ese circuito, sino al mexicano.
Con respecto a Dihigo se pone en igual duda que al resto de peloteros negros su triunfo absoluto en carácter de estrella en Grandes Ligas, así como que nunca hubiera disfrutado de lo que tanto contribuyó a su leyenda: la versatilidad…
Como que las Mayores tienen calendario de verano, se debe creer que Dihigo no hubiera pisado nunca un terreno como jugador ni en México ni en Venezuela ni en Dominicana…porque tampoco hubiera abandonado la Liga Invernal Cubana por algún circuito de temporada en otro país; entonces ese aditamento, que refuerza su leyenda como “inquilino de cuatro Salones de la Fama”, salvo el cubano, tampoco hubiera formado parte del caudal de fantasías hechas a la exagerada medida del Inmortal. Eso, que nadie lo dude.
Un gran pelotero y una duda razonable
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