Por Ignacio Serrano
Luis Valbuena era un adolescente que adoraba jugar pelota, sin muchas condiciones como receptor y con una enorme ventaja a su favor: su hermano Carlos Chourio trabajaba como trainer en la academia de los Marineros, en la pequeña población de Aguirre.
“Luis no tenía el tamaño, y para entonces, tampoco tenía la fuerza”, recuerda Emilio Carrasquel, coordinador de Operaciones de Seattle en Venezuela.
Aguirre es un poblado ubicado en el centro de este país suramericano, a unos 130 kilómetros de la capital, Caracas. Un implacable sol reseca las montañas vecinas durante buena parte del año en ese valle que recorre los estados Aragua y Carabobo.
Pero no sólo abunda el calor en el eje centro costero. Abundan los campos de beisbol y, sobre todo, una muchachada que sueña con cumplir el anhelo compartido por miles de jóvenes venezolanos: ser los herederos de Luis Aparicio y Miguel Cabrera.
Valbuena era uno de ellos. Nació en el lejano estado Zulia, en Caja Seca, a más de 800 kilómetros de Aguirre. Pero su amor por la pelota tenía un aliado crucial: su hermano Carlos. Con él llegó a la academia de los Marineros y gracias a él le dieron un vistazo.
“No parecía tener las condiciones”, apunta Carrasquel.
Pero esa es la conveniencia de tener un hermano en el lugar correcto, en el momento necesario. Y sobre todo, es la ventaja de contar con una academia que desarrolle peloteros en tu propio país.
Valbuena quiso quedarse en Aguirre y el personal técnico de los Marineros quiso probarlo en otras posiciones.
“Nos llamaba la atención que era zurdo y que tenía un bate alegre”, continúa Carrasquel. “Estuvo un tiempo con nosotros y tuvimos la visión de ponerlo a tomar roletazos. No tenía la velocidad para ser considerado un infielder natural, pero se estabilizó y decidimos darle una oportunidad”.
Valbuena la aprovechó. Han pasado 13 años desde su firma. Después de recorrer las menores, llegar a las Grandes Ligas con Seattle y pasar por varias organizaciones, es hoy el antesalista de los Astros. Sus 10 cuadrangulares son la máxima cifra para un bateador de Houston esta temporada.
“Esa es la ventaja de tener una academia en el país”, subraya Carrasquel. “Puedes hacer seguimiento al pelotero durante 15 o 30 días, sin firmarlo”.
Valbuena, Magglio Ordóñez, incluso José Altuve y muchos otros que no tenían rótulo de futuras estrellas pudieron dar sus primeros pasos en el beisbol profesional gracias a este sistema.
Más de 20 organizaciones de Grandes Ligas habían levantado una base de operaciones en el país para 1999. Formaron un entramado que unió a pequeños poblados como Aguirre, Ciudad Alianza, Guacara o Bejuma. Reunían cada año a centenares de adolescentes venezolanos y otros procedentes de Centroamérica, Colombia e islas del Caribe, como Curazao. Todo un boom.
SENTIRSE EN CASA
Andrés Reiner nació en Hungría y a los 10 años de edad cruzó el Atlántico, junto a sus padres. Atrás dejaba una Europa derruida por la guerra y una cortina de hierro que estaba por cerrarse. También dejaba amigos, lugares conocidos, costumbres. Debió aprender una nueva lengua, vivir en un país sin las cuatro estaciones y comer alimentos impensables.
Reiner se hizo venezolano, joyero de profesión y hombre de trabajo. También se convirtió en un hombre de beisbol.
Durante años, recorrió el país acompañando a scouts y ejecutivos de la MLB, buscando a los nuevos David Concepción, Manny Trillo, Bo Díaz, Tony Armas. Y a medida que más aprendía del negocio, más se convencía de la necesidad de darle un vuelco.
“Venezuela no es una isla pequeña, es un territorio muy grande”, explica. “Había que cambiar la forma de escautear peloteros”.
Reiner también estaba convencido de que firmar jóvenes jugadores para llevarlos directamente al sistema de ligas menores no era la mejor idea. Padres y madres rechazaban a menudo separarse de sus hijos. La nostalgia por el país lejano hacía que muchos prospectos fracasaran.
“Dejar tu país es un shock cultural, siempre”, asegura Reiner. “Lo sé, porque yo mismo lo viví. Imagínate que tienes 16 años de edad y debes empezar una carrera en otro país, lejos de la gente que amas, con costumbres distintas a las tuyas. Es un shock”.
Reiner diseñó el proyecto para crear una academia de Grandes Ligas en Venezuela, pensando en combatir esa falla en el sistema. Durante casi cinco años trató de convencer a los Gigantes, a los Piratas y a los Astros, sin lograr resultados.
Pero un ejecutivo en Houston vio la ventaja que ofrecía el proyecto.
“Bill Wood era el director de Ligas Menores y le encantó la idea”, recuerda Reiner. “Me dijo: ‘Cuando llegue a una posición donde pueda tomar decisiones, hablaremos’. Y en 1988 lo nombraron presidente y gerente general”.
Así nació la primera academia de las mayores en Venezuela. Una verdadera revolución comenzó así en el deporte de este país.
De la escuela de los Astros surgieron Roberto Petagine, Bob Abreu, Richard Hidalgo, Melvin Mora, Carlos Guillén, Freddy García, Alejandro Freire, Johan Santana, un flujo indetenible de prospectos.
Otras organizaciones se dieron cuenta y decidieron aprovechar el filón. Para 1997 eran tantas, que decidieron crear un circuito donde desarrollar a los nuevos profesionales. Había nacido la Venezuelan Summer League.
AUGE Y DESCENSO
En 1998, 34 venezolanos jugaron en la MLB. En 2014, fueron 98.
Durante ese lapso, Santana y Félix Hernández se combinaron para ganar tres premios Cy Young; Cabrera conquistó la Triple Corona y dos veces fue el Jugador Más Valioso; Ordóñez, Altuve, Cabrera y Carlos González se adueñaron de seis títulos de bateo; García, Santana, Hernández y Aníbal Sánchez han logrado siete campeonatos de efectividad; Francisco Rodríguez trituró el récord de salvados de Bobby Thiegpen.
Ordóñez, Altuve, Valbuena y muchos otros ni siquiera habrían firmado, de no existir las academias.
Pero el auge de las escuelas se detuvo, y ha ido en caída en los últimos tres lustros. Menos de una cuarta parte de las organizaciones originales permanece en el país. La Venezuelan Summer League se disputa ahora con únicamente cuatro equipos: Filis, Tigres, Cachorros y Rays. Una quinta divisa, los Mellizos, mantiene una academia, aunque sin participar en el torneo.
“Estamos expuestos a lo que pasa en Venezuela, como todo el mundo”, indicó un miembro de una de esas organizaciones, pidiendo no ser identificado. “A nosotros también nos afectan la inseguridad y la escasez”.
La tierra de Luis Aparicio sufre del mayor índice de inflación del mundo, superior al 100 por ciento, según economistas independientes (el Banco Central de Venezuela no ha entregado sus registros mensuales desde finales de 2014). La tasa de crímenes, especialmente asesinatos en zonas populares, está entre las más altas del planeta.
Largas filas se forman a diario en los supermercados, con personas que intentan comprar los alimentos básicos, mayormente regulados y escasos. Un rígido control de cambio dificulta la adquisición de productos fabricados en el extranjero y hasta la compra de boletos aéreos. Y el gobierno nacional ha dispuesto que todo ciudadano estadounidense deba contar con una visa especial para entrar al país.
En medio de ese panorama, los Marineros anunciaron la mudanza de sus operaciones a una nueva academia en República Dominicana, moderna y espaciosa.
Jeff Zduriencik, gerente general de Seattle, aseguró en un comunicado que la decisión estuvo motivada por razones deportivas y administrativas. Kim Ng, vicepresidente para Operaciones de Beisbol de la MLB, envió un memorando a los 30 clubes, pidiendo evitar toda declaración que pueda ser interpretada políticamente por cualquiera de los bandos enfrentados en Venezuela.
“Nuestra nueva base de operaciones es muy confortable para los peloteros”, reconoce Carrasquel.
Un ex integrante de la academia de los Marineros, sin embargo, dice que la situación socioeconómica influyó.
“Además de la inseguridad”, señala, “se convirtió en un problema conseguir los alimentos más básicos. No es fácil comprar harina por bultos y la cantidad de pollo y carne que se necesitan para poder dar de comer a 35 peloteros, todos los días”.
Una academia que participa en la Venezuelan Summer League debe tener al menos ese número de jugadores, que son atendidos por unos 10 coaches, trainers y empleados del clubhouse. La de los Marineros, además, generaba entre 15 y 20 empleos indirectos, personas que se ocupaban de cocinar, limpiar, arreglar el terreno y otras tareas.
ENTRE LA ESPERANZA Y LA MELANCOLÍA
Las organizaciones supervivientes no dan señales de querer marcharse.
“Siempre hemos creído en Venezuela”, subraya un representante de los Rays que prefiere no ser nombrado. “Seguimos operando igual. Vivimos el día a día, como cualquier venezolano, pero nos adaptamos”.
“Somos un equipo de bajo presupuesto”, agrega. “Dependemos de nuestras ligas menores, y la sucursal en triple A es tan importante como la Summer League. Tener una academia aquí te da ventajas enormes”.
Carrasquel lo admite. Aunque la nueva base de operaciones en Dominicana le causa entusiasmo, siente pesadumbre por haber cerrado las puertas en Venezuela, donde únicamente han quedado los buscadores de talento.
“Fueron 15 años muy exitosos”, apunta. “Entiendo las razones de la organización. Pero cuando veo el talento que sigue surgiendo, pienso que es lamentable haber tenido que cerrar”.
Josman Robles es uno de los instructores en la academia de los Tigres, de donde últimamente ha surgido grandeligas como Ángel Nesbitt, Hernán Pérez y Eugenio Suárez. Él también destaca la determinación que tiene Detroit por seguir con sus operaciones en el país.
“Lo más importante es el aspecto humano”, destaca. “Eso es algo que nos esforzamos por reforzar en las academias. Sí, formamos peloteros, pero también enseñamos disciplina, trabajo en equipo, responsabilidad. Aquel que no pueda triunfar y hacer carrera en el beisbol, tendrá las herramientas para ser un buen ciudadano y ayudar de otros modos en la construcción del país”.
Altuve repartía líneas en campeonatos nacionales, 10 años atrás, pero medía 1,64 metros de estatura y ningún scout quería firmarlo. Únicamente el scout Wolfgang Ramos creyó. Y con él, Pablo Torrealba, Omar López y Alfredo Pedrique.
Los cuatro pertenecían al sistema de desarrollo de peloteros de los Astros y pudieron convencer a sus jefes de darle una oportunidad al diminuto infielder.
La historia es archiconocida. Altuve fue firmado con un bono pequeño, gracias a que Houston podía probar su valía en la academia que tenían en Guacara. Hoy, defiende el título de bateo en la Liga Americana y ocupa la segunda base de los Astros.
Allí comparte un lugar en el lineup con Valbuena. Ambos comenzaron sus carreras con las apuestas en contra y en sitios diferentes, pero hoy brillan gracias a aquella oportunidad recibida.
Las academias que quedan confían en aprovechar la ventaja de tener menos competencia para conseguir peloteros de grandes condiciones y a bajo costo.
“Y hay mucho talento”, subraya Carrasquel. “Demasiado talento”.
Publicado en ESPNdeportes.com, el miércoles 1° de julio de 2015. Revisa aquí el orginal.