- Magallanes formalizará el retiro del 15 de Felix Rodríguez
- Magallanes formaliza el retiro del 23 de Isaías Látigo Chávez
- Magallanes formaliza el retiro del 21 de Camaleón García
- Magallanes formaliza el retiro del 11 de Luis Aparicio
Magallanes formalizará el retiro del 15 de Felix Rodríguez Posted: 07 Dec 2012 12:45 PM PST Este sábado 08-12-12 los Navegantes del Magallanes formalizaran el retiro del 11 de Luis Aparicio, el 21 de Camaleón García, el 23 de Isaías Látigo Chávez y el 15 de Felix Rodríguez. Saludos Alfonso Burlas furtivas. El sol del atardecer brincaba entre las ramas del bucare y la platabanda. La sombra de los cuadernos bajo el brazo y la barbilla doblada hacia delante traspasaba la puerta. De nuevo Esteban empujaba los zapatos de goma hacia el rincón más remoto del patio, donde la penumbra dibujaba bocas apretadas en las hojas de las matas de cambur. Julia intentaba sacarle información. ¿Por qué siempre llegas triste de la escuela? ¿La maestra te pegó? Esteban ladeaba la cabeza hacia un hombro y el otro. ¿Tienes examen mañana? ¿Tuviste algún problema con otro alumno? Esteban metía la mirada entre los tallos esponjosos de las musaceas. Deseaba que hubiese un túnel donde escapar como el Diego de la Vega o Bruno Díaz. Varios rayos de luna descubrieron la punta de un baúl viejo. Entre la luz atenuada abrió la tapa. El olor de papeles amarillos, hizo que se llevara las manos a los ojos. Varios albumes de barajitas de béisbol cubrían máquinas de escribir y pedazos de corcho que alguna vez fueron una cartelera. Julia apretó el pulgar y el índice sobre la nariz. Llegó en puntillas hasta la puerta de caoba. Un eco de grillos acompañado de chicharras atravesaba las hojas de cambur. ¡Muchacho! ¡Ese baúl estaba cerrado desde que Jacinto se fue de la casa! ¡Te vas a enfermar! Luego de un leve forcejeo Julia cerró el baúl y sirvió la cena. Mañana voy a ir a la escuela. No estoy dispuesta a verte así cada tarde. Esteban se balanceó varios minutos en la mecedora. ¿A mi papá le gusta el béisbol y las barajitas? Julia terminó de descolgar una ropa en el tendedero. Si, mucho. A veces tenía que gritarlo dos y tres veces para que me hiciera caso. Sobre todo cuando escuchaba un juego o cuando revisaba las barajitas. Pasaba horas viéndolas. Parecía que estuviese observando unas piedras preciosas. Se iba a otro mundo. Volteó varias veces. La maestra escribía en la pizarra. Varias sonrisas delineaban a los responsables del ardor en sus orejas. El contacto de la punta de una liga roja de liar papeles sacaba lamentos que le ganaban reprimendas de la maestra. Si trataba de explicar lo que ocurría la maestra lo miraba con desaprobación ante la mirada inocente de los alumnos a su alrededor. Sólo la imagen de aquel baúl y los álbumes que sacó en la madrugada amortiguaban las burlas que siguieron en el recreo con empujones y templones que casi arrancaban las mangas del guardapolvo. Julia llamó varias veces. Estebán ¿eres tú? Anda a dormir, es muy tarde. Intentó distinguir los rostros de las barajitas. Se asomó en la ventana hasta que los rayos de la luna descubrieron algunos rasgos y letras de uniformes. Esos uniformes de antes si eran gruesos. Orlando Reyes, Miguel Motolongo, Jesús Aristimuño, Ángel Baez. Trataba de ver a vuelo de pájaro la parte superior de las barajitas. Sabía que si se quedaba mucho tiempo Julia podía sorprenderlo. Un chasquido de suelas sobre el piso rústico del patio lo hizo sacar la mano del baúl. Una barajita se le quedó adherida entre el medio y el anular de la mano izquierda. Un ruido seco del baúl quedó amortiguado bajo el estruendo del corazón. Sólo cuando notó que el ruido provenía del roce de una hoja de cambur contra la pared del patio, respiró profundo y al traspasar la puerta se lanzó en la cama. Las cinco de la tarde hallaron a Julia frunciendo el rostro frente a la maestra. Esteban salió unos minutos más temprano. Vi que se fue en dirección a la plaza. Luego de varios giros y frenazos Julia avanzó hacia un banquito debajo de una acacia. Si quieres saber de tu papá ¿porqué no me preguntas? El no viene por aquí todos los días. Quizás si vienes un jueves o un sábado lo encuentres justo entre la fuente y el caminito que lleva a la iglesia. Bajaba la cabeza. Metía las manos hasta el fondo de los bolsillos traseros del pantalón. La respiración se entrecortaba de la traquea a los pulmones. Los rostros burlones de Tristán y Cornelio lo arrinconaban contra la corteza del apamate. Eres un gallina, ¿a que no te subes hasta el copito de la mata de Araguaney. De sólo mirar entre las ramas todos los metros que subía el árbol, Esteban transpiraba ríos en la palma de las manos. Se turnaban en cuidar la zona y empujaban a Esteban hasta casi derribarlo. Si intentaba tocar el tronco del Araguaney lo templaban desde atrás por el cuello de la camisa. Esteban trataba de resguardarse con los brazos, entonces descargaban toda su furia en puntapiés que llenaban de morados sus canillas. Cuando Julia lo sorprendía sobándose las contusiones le decía que el juego de futbol había estado muy duro. Las voces se escuchaban a varios kilómetros de distancia. Esteban quería traspasar el baúl con la mirada. Cada atardecer iba varias veces al baño. Se quedaba mirando a través de la cortina. El baúl parecía un cofre de piratas. ¡Mira muchacho tengo como media hora llamándote! Jacinto vino a hablar contigo. La camisa de caqui remangada a tres cuartos de brazo. Los pómulos sobresalientes y el mechón de cabellos rubios entremetido en medio de la pollina hicieron sonreir a Esteban. Hacía tiempo que ansiaba conversar con el padre. Tantas preguntas acumuladas ahora tartamudeaban en la garganta. Tranquilo Esteban. Jacinto lo miraba más allá del sudor en la frente y el brillo en los ojos. Sabía que en el fondo del corazón Esteban guardaba unas emociones que ni siquiera se las había podido contar completas a Julia. Estampó las palmas de sus manos en los hombros de Esteban y luego lo abrazó. Las partículas de polvo flotaron en el haz de luz que entraba por los huecos de los bloques de dibujos. Jacinto estornudó y estrujó la nariz sobre el antebrazo. Una esencia de alcanfor templada con matices de alas de cucaracha y el tufillo de miles de papelillos ajustados en un nido de ratón. Al subir la tapa el baúl enseñó muchas telarañas forrando hojas sueltas de libros y revistas. La barajita oscilaba sobre el borde de un cenicero. Este es Félix Rodríguez, un tremendo primera base y left fielder que ganó más de un juego para el Magallanes y también el título de bateo de la Serie del Caribe de 1977. Aquí tiene barba, después se la quitó y solo tenía chiva y bigote. Era de un pueblo llamado Aricagua, pero luego se mudó a Cumaná. Esteban miraba como Jacinto hablaba casi de memoria, y deseaba haber compartido con él todos esos momentos, ahora sólo tenía la barajita. Zoc. Plac. Tris. La pelota silbó en el pulgar y arrancó la esquina de la barajita. Tristán y Cornelio se agarraban la barriga, las carcajadas llegaban hasta la cerca del patio. Esteban agarró el pedazo de barajita. Estuvo a punto de agarrar un guijarro y lanzárselo a los agresores. La voz de Jacinto hervía en sus orejas. Nunca trates de arreglar una ofensa con violencia. Dos lágrimas rodaron hasta la barajita. Quería perseguir a esos tipos y darle sus puñetazos. Tristán agarró la pelota. Cuando intentó empujar a Esteban se encontró con la mano estoica. La sangre latía en todo su cuerpo. Todavía se preguntaba como estaba haciendo aquello. La esquina de la barajita estaba de vuelta, soportada entre el índice y el pulgar. Mientras más lo zarandeaban contra la pared, Esteban apretaba la esquina de la barajita, en última instancia repartió puntapiés en las canillas que hicieron gritar a los agresores. Las maestras martillaron de taconazos el piso reluciente. Peinaron la pollina rebelde de Esteban. A medida que avanzaban las preguntas los ojos de Tristán y Cornelio traspasaban el tronco del Araguaney. Sólo se veía la punta de sus zapatos y el extremo de sus codos desde el pasillo. ¿Seguro que no te pasa nada? Mira que es muy feo guardarse las penas y los dolores, después duelen mucho y por varios días. Esteban miró entre las solapas del guardapolvo la esquina rota de la barajita. Imaginó a Félix Rodríguez jugando cuadro adentro en primera base o corriendo de espaldas al home en el jardín izquierdo. Cuando los taconazos sólo eran un eco lejano. Tristán y Cornelio salieron detrás del Araguaney. Mas te vale no haber dicho nada, ni decir nada de aquí en adelante. Esteban rechazó el manotazo con un codo que se clavó en la palma de la mano de Cornelio. La risa de Félix Rodríguez le traía imagenes del infield en una mañana luminosa. Bajó los escalones de la plaza Montes, junto a la alcayata de la acera, frente a la ventana de la farmacia se empinó en la punta de sus pies. Dio un salto que casi lo hizo encaramarse sobre el burro que esperaba a su dueño. Atravesó en diagonal el cruce de la calle Sucre con Miranda. Su mirada largó un tropel de zancadas hasta la pared posterior de la iglesia. Justo bajo el almendrón de la escuela Pedro Luis Cedeño, se detuvo al lado de un señor que esperaba que la chicha llegara al vaso desde el cucharón. ¡Esteban! ¿En que andas? El niño bajó la mirada. Murmuró varios monosílabos y sacó la barajita. Jacinto se recostó del almendrón. Quería saber como le iba en la escuela. Como se llevaba con Julia. Esteban bajaba la mirada y estrujaba la barajita. Félix Rodríguez era un corredor lento, sin embargo todavía tiene el record de triples de la liga venezolana. Esteban levantó la mirada y soltó la sonrisa que tanto había aguardado Jacinto. Dio una carrera y saltó hasta la acera de enfrente. ¡Muchacho! ¿Qué te pasó? ¡Esto no se va a quedar así! Julia agarró el rostro de Esteban en sus manos. Revisó al milímetro los raspones de los pómulos y casi se desplomó en lágrimas al tocar la sangre coagulada en la punta de la nariz. ¿Quién te hizo esto? La pregunta se repitió toda la noche. Esteban repetía solo una frase. Me caí persiguiendo un cucarachero. Julia trajo una olla con agua tibia y una caja de gasa. Aplicó un poco de crema para las manos y luego cubrió con gasa. Ignoraba como empezar a dialogar con Esteban. Casi deja correr las más oscuras acusaciones. Luego pasó sus manos por los hombros de Esteban. Está bien. No me digas quién te hizo esto, pero hazme un favor y principalmente a ti. ¡Defiéndete, no dejes que sigan abusando de ti! Levanta los brazos y cuadra las manos frente a tu rostro y verás como se paran en seco. Varias veces saltó sobre la almohada. El chasquido entre metálico y acuático reaparecía cada cinco minutos. Julia se levantó. Un haz de luz atenuado por la cortina abría una caja amarilla en el pasillo del patio. Avanzó entre oraciones y se persignó a dos pasos de la puerta. El estruendo de varias carpetas y libros que Esteban sacaba del baúl hizo respirar hondo a Julia. ¿Por qué hace eso a esta hora? Varias telarañas guindaban de las cejas. Esteban sacó el rostro del fondo del baúl y estornudó. Es que entre las tareas, la comida y todo lo que me dices no me da tiempo venir para acá en el día. Y yo quiero conseguir otra barajita de Félix Rodríguez. Julia limpió el polvo y los pedacitos de papel viejo del rostro de Esteban. ¿Para qué quieres otra barajita del mismo pelotero? Es que la otra se me rompió en una esquina. Y quiero sorprender a mi papá, se emocionó mucho cuando vio esa barajita. El puñetazo se estrelló entre las manos de Esteban. Justo cuando Tristán lo sujetaba por los hombros y Cornelio soltaba la mano, Esteban escuchó las palabras de Jacinto bajo el almendrón. "Nunca dejes de defenderte. Por más que sean más grandes que tú o que sean más que tú, nunca dejes que te pasen por encima. Demuéstrales valor y entereza y verás que van a tener que empezar a respetarte". La mirada del padre levantó sus manos y Esteban resistió los golpes. Tristán intentó empujarlo sobre el piso. Cornelio le asestó dos cachetadas. Su mirada se estrelló en las pupilas de los agresores, con tal intensidad que amenazaba con arañarlas. Tristán metió el pie y Esteban logró estirar la mano bajo su mentón en el preciso instante cuando se encajaba sobre el piso de cemento pulido. El grito helado de una maestra los hizo correr cual avutardas. Un sabor a bicarbonato inundaba el esófago de Esteban. Julia apretaba sus dedos sobre las manos de Esteban. Los cortes atravesaban la palma sobre la línea de la vida. ¿Por qué te empeñas en quedarte callado? Los que te hacen esto merecen castigo, merecen un tratamiento psicológico. Y tú tienes que detener esto. Por tu bien, por tu supervivencia, por tu vida. Jacinto llegó en media hora. Trató de calmarse. Los raspones en la frente de Esteban ardían en su pecho como cohetes siderales. Tienes que defenderte hijo. Sino te pueden dar un mal golpe, te pueden romper un brazo o una pierna, o te pueden romper un ojo. Debes prometerme que lo vas a hacer. Tengo varias anécdotas de mis tiempos cuando escuchaba los juegos de Félix Rodríguez. Los ojos de Esteban crepitaron en éxtasis. Sólo si te defiendes hablaremos de ellas. La carrera casi lo hizo chocar contra el filo de la puerta. Aún quedaban restos de crema antiinflamatoria en el pómulo y el arco superciliar derecho. Restregó el ojo sobre el hombro de la camisa de casitas y barcos. Se lanzó en los brazos de Jacinto. Pasaron un rato chocando manos y antebrazos. Se abrazaron varias veces. Jacinto sacó un sobre de Manila del bolsillo de la camisa. Los ojos de Esteban rodaron como las metras más gran des del patio. ¿De donde sacaste esas barajitas de cartón? ¡Pero ahí no está Félix Rodríguez! Jacinto tomó asiento a un lado de la mesita del porche. Son barajitas de grandes primeras bases venezolanos. Gonzalo Márquez, Andres Galarraga, Oswaldo Blanco. Carlos Terremoto Ascanio, Antonio Bríñez, etc. Todos con grandes habilidades defensivas. Todos con un bate capaz de decidir juegos. Esteban dejó a un lado la barajita de Félix Rodríguez. Jacinto la colocó junto a las otras, paralela, frontal, firme. Así debes pararte ante esos muchachos que te golpean a diario y ante cualquiera que pretenda atropellarte, tienes derecho a un espacio, a que se te respete, a que te dejen respirar, y hablar, y a compartir con tus compañeros. Félix Rodríguez también merece un espacio entre los mejores primera base venezolanos de todos los tiempos porque defendía bien la posición, levantaba piconazos y sabía jugar por detrás del corredor. Con el madero no era segundo de nadie. Podía pegarle la pelota de la cerca al más pintado. Sino que lo digan los mejores pitchers de esa época. Y por si fuera poco cuando llegó el momento fue el líder de su equipo con su ejemplo de persistencia y dedicación. En un mismo juego podía quitarse el mascotín para ponerse el guante de jardinero izquierdo o viceversa sin que eso afectara el nivel de su juego. El dolor abdominal se acrecentaba. Desde mitad de cuadra podía ver que en la esquina Cornelio y Tristán aguardaban detrás del pilar de la escuela. En la escuela los habían amonestado por conducta violenta. Llamaron a sus padres y les hicieron jurar que jamás acosarían a Esteban ni otro niño. Las miradas de Cornelio y Tristán semejaban sables ardientes cada vez que tropezaban el rostro de Esteban. Por más que intentaba desviar la mente el sabor a bicarbonato regresaba a su boca con punzadas de limón. Sabía que en algún momento lo encerrarían. La única salida siempre residía en sacar la barajita. Los tipos se acercaron. Tornillos soldaban las suelas a la acera. Sólo la sonrisa de Félix Rodríguez le daba ánimo y la sugerencia de Julia hizo que Tristán y Cornelio frenaran el avance. Con las manos frente al rostro empezó a girar hasta repeler los puñetazos. Julia marco los números. El teléfono celular resbaló entre sus lágrimas. Con la mano izquierda apretaba una compresa de gasa y árnica sobre los pómulos de Esteban. Aló…¿Jacinto? Vente urgente para la casa…Si es Esteban, te necesita quiere hablar contigo ¡Pero vente ya! Esteban apartó los dedos de Julia de su rostro. Corrió hacia el patio. Los vahos de humedad rebotaban sobre el bombillo incandescente. Una mano estirada descorrió la cortina. ¡Es que hubiera apostado la vida a que venías para acá! ¿Qué tanto buscas aquí hijo? Estos olores no le hacen bien a tus heridas. Esteban casi buceó el fondo del baúl. Sacó tres barajitas y la portada de una revista. Las revisó varias veces y las regresó al baúl. Julia sacó un sobre detrás de la espalda y se lo entregó. Esteban saltó en sus brazos y la besó. Gracias mamá. Ahora no se romperá la barajita de Félix Rodríguez. Alfonso L. Tusa C. |
Magallanes formaliza el retiro del 23 de Isaías Látigo Chávez Posted: 07 Dec 2012 12:40 PM PST Este sábado 08-12-12 los Navegantes del Magallanes formalizaran el retiro del 11 de Luis Aparicio, el 21 de Camaleón García, el 15 de Félix Rodríguez y el 23 de Isaías Látigo Chávez. Saludos Alfonso Pies y cocuyos en el cielo La niña se inclinaba hacia delante. Los zapatos descascarados de cuero blanco juntaban sus puntas sobre una ondulación de la grama japonesa. Giraba la cara mientras miraba un pedazo de pared bajo la ventana. Discutía que no quería hacer ese lanzamiento. Corrió hacia la pared y explicó porque había que lanzar la curva adentro. De vuelta a la ondulación quedó con la pierna a la altura del abdomen. __¡Espérate Margarita! ¿Dónde aprendiste eso? Martín dejó su maletín en medio del porche. Margarita se mordió los labios y puso los brazos en jarra. Refirió que le había interrumpido el wind up que vio en una revista que él tenía en su oficina. El hombre atravesó la puerta de la calle y regresó con la revista Sport Gráfico. Hojeó hasta que apareció la fotografía de un pitcher haciendo los movimientos para lanzar. "Isaías Látigo Chávez". En la oficina Sebastián se ajustaba al lugar más apropiado para observar la pintura que lo enceguecía. Miles de puntos brillantes atravesaban la oscuridad de una noche a través del vidrio y la cañuela. El cuaderno parecía sostenido sobre un pedestal de granito. Martín miraba a Margarita ensayar el movimiento del pitcher y luego en la oficina Sebastián boceteaba los focos embutidos en las ondulaciones nocturna del cuadro. Aquella pintura de Vincent Van Gogh había capturado la atención del niño desde la primera vez que entró a la oficina. Martín disfrutaba mucho los trazos y la profundidad de la pintura de Van Gogh. Sin embargo imaginaba que Sebastián en algún momento se interesaría por el béisbol. Al ver que Margarita llevaba la pierna al nivel de la cintura, la llamó a su cuarto. De allá vino con un pantalón corto bajo el vestido. De inmediato alzó la pierna sobre su cabeza. Los vidrios de la ventana se estremecieron cuando la pelota impactó en la pared. Sebastián permanecía en solitario largos períodos del recreo escolar. Sus compañeros lo veían como un ejemplar raro. En la parte más acalorada de las conversaciones deportivas. Cuando hablaban de Caracas y Magallanes. Del Chico Carrasquel y Camaleón García. De la Vinotinto. De los héroes de Portland. Sebastián desviaba la mirada hacia los contrastes de luz solar sobre las ramas del araguaney. Sólo cuando mencionaban a un pitcher de hacía mucho tiempo, Sebastián se acercaba al grupo. Querían conocer más del Látigo Chávez. Sabían muy poco de él. Pero las fotografías que habían visto hacían que se emocionaran como si apreciaran las habilidades de Omar Vizquel, Johan Santana o Félix Hernández. Sebastián había escuchado a Martín hablar del Látigo con sus amigos. Lo había visto registrar las hojas de Sport Gráfico hasta encontrar aquellas fotografías y pasaba horas leyendo los textos. Margarita varias veces llegaba llorando de la escuela. Si había concurso de música o pintura, sus compañeras pasaban por su lado y comentaban que interpretar un instrumento o empuñar el pincel si era un arte, no ese juego fastidioso de béisbol que no jugaban las niñas. Martín sacaba el caballete y desempolvaba el lienzo. Margarita miraba la paleta y los colores por un rato, luego fijaba los ojos en el centro del lienzo y hacía el wind up, soltaba un rectazo al medio del plato y gritaba "Strike one". Martín giraba la cabeza de hombro a hombro. Margarita agarraba la caja del violín de las manos de Martín. Argumentaba que montarse en un montículo por nueve innings, tratando de colocar la pelota en el medio del plato sin que los bateadores la conectaran y con el riesgo de que un linietazo le pegara en la cara, tenía que ser un arte tan meritorio como pintar, cantar, escribir o interpretar un instrumento. Martín se la quedó mirando y asintió, quería decir algo pero prefirió secarse el sudor de la frente con la mano. Las luces de aquellas pinturas campestres de Van Gogh animaron de tal manera los trazos sobre el lienzo, que Sebastián completó por primera vez el boceto del patio de la casa visto desde el techo cuando comenzaba el crepúsculo. Martín se quedó paralizado con las transiciones de cobalto a granate que Sebastián había logrado. El timbre de la puerta lo hizo dejar el Sport Gráfico sobre la mesa. Había un pitcher con el pie izquierdo levantado hacia el cielo sobre el montículo de un diamante beisbolero. Sebastián miró la foto desde varios ángulos. Revisó las formas y la profundidad de la luz. Regresó al lienzo y miró el paisaje del patio. Parecía reagrupar los colores y recomponer varias líneas, luego borraba todo en el aire. Siempre regresaba a la fotografía de la revista. Martín intentó agarrar el Sport Gráfico. Sebastián estaba tan adentro de la fotografía. Martín prefirió deleitarse con los trazos plasmados en el lienzo. La noche anterior a su primer juego en la liga local, Margarita habló con Martín de cómo hacían los pitchers para no asustarse en el montículo. El catcher jugaba un papel muy importante. Sus consejos y sugerencias ayudan a relajar a los pitchers. Es una relación tan profunda que el pitcher y el catcher andan juntos mucho tiempo. Comen juntos y hasta se van de pesca. Mientras más se conocen tienen más argumentos para enfrentar las dificultades que se presentan en un juego. Isaías Chávez, el pitcher que viste en la foto de la revista, al comienzo del juego decisivo de un torneo juvenil, llamó varias veces al catcher. La pelota se le resbalaba de las manos por el sudor. El catcher le dijo que él era el que le había escondido los zapatos en el juego anterior. La sorpresa de Isaías fue tal que se olvidó de la tensión y empezó a lanzar puros strikes en las esquinas. Varias veces le pareció a Martín apreciar un rombo verde y anaranjado a un costado de la pintura. Sebastián aseguraba que sólo eran recursos de contrastes para hacer notar más los árboles de su pintura. Luego Martín pasó unos cuantos minutos agachándose frente al lienzo. Decía que veía varios jugadores corriendo detrás de un pitcher que levantaba la pierna izquierda. Sebastíán soltó varias carcajadas, le decía que tenía un ojo muy beisbolero. Martín se alejaba y se acercaba al caballete y cada vez veía nuevos indicios de un campo de béisbol. Se abstuvo de hacer otros comentarios a Sebastián. Solo se rió y cuando regresó al Sport Gráfico entendió perfectamente que los trazos de la pintura reproducían el spike sobre la cabeza del lanzador. Empezó a silbar y ladeó la cabeza. "Menos mal que sólo son recursos de contraste". Margarita intentó varias veces hablar con el receptor del equipo. El niño le daba la espalda y se iba a conversar con los demás compañeros. Se sentía como el patito feo. Cuando dos lagrimones asomaban en sus párpados inferiores, el manager la llamó. Le dio dos palmaditas en la espalda y le dijo que subiera al morrito. Agarró una mascota del banco y se agachó detrás del plato. Gritó con todas sus fuerzas. Quería ver que era lo que tenía en la bola. El primer lanzamiento casi le arranca la gorra al manager. El hombre se levantó y subió al montículo. Margarita lo escuchó hablar de concentración de enfocarse en la zona de strike y olvidarse de todo lo que había alrededor, menos de sus compañeros. La próxima pelota salió de sus manos cuando la punta del pie izquierdo rozaba el suelo. El manager se fue hacia atrás con el impacto de la pelota en la pechera. Por más que intentaba eludir los comentarios de sus compañeros y de enfocar su mirada en la vegetación adyacente o en las montañas lejanas, el murmullo incidía en su capacidad creativa. Todos aquellos comentarios del pitcher que levantaba el pie hacia el cielo, la emoción con que eran referidos, emergían en el lienzo. Sebastián se sorprendía al ver como aparecían montículos de nubes sobre rombos de estrellas. En las sinuosidades más profundas de los azules de notaba el semicírculo de la punta de un zapato. Si intentaba desfigurar los trazos se le venía un vendaval de vértigo semejante al aterrizaje de la pierna izquierda luego del lanzamiento. Se iba varios pasos hacia atrás. Mordía la paleta. Nunca le había pasado eso. Aquellas imágenes se empeñaban en salir solas. Quería desprender el lienzo y empezar otra pintura. Los atardeceres encontraban a Margarita corriendo junto a Sebastián. Se internaban en un solar cubierto de asfalto en el centro. En los costados crecían arbustos, hierbajos y plantas que espesaban la vegetación. La nube de luciérnagas los llevaba a recorrer varias veces el perímetro del solar. Con incursiones en la vegetación donde veían lagartijas y ratones silvestres. A veces tropezaban con piedras grandes y evitaban la caída con las manos por delante. La voz de Martín trepidaba desde el porche. El tercer alarido los sorprendía saltando la baranda del jardín. Aún sin limpiarse las manos y sin quitarse la ropa cargada de abrojos y manchas de clorofila, Margarita sacaba el Sport Gráfico del escritorio de Martín. Sebastián se quedaba mirando todos los tubos de verdes y azules que había a un lado de la paleta. Dio varios trazos en el aire casi a ras del lienzo. Sebastián salía por momentos al porche y regresaba a la paleta. Apretaba los tubos y dudaba cuanto exprimir de azul y cuanto de verde. Las tonalidades que veía sobre el asfalto, lo enceguecían. Si intentaba acercarse desde el jardín, regresaba inmediatamente volteaba y veía a Martín alerta desde la mecedora del porche. Una percusión en el piso lo hizo correr hasta su cuarto. En el medio de la oficina, Margarita recogía las páginas de Sport Gráfico mientras se levantaba del piso. Se sobó varias veces la espalda. Sebastían escondió la carcajada entre las manos. Dos carraspeos de Martín lo hicieron salir corriendo. Margarita se acercó. Su voz tenía algo de mandolina cargada de humedad. "Papá ¿Cómo hace el Látigo para levantar la pierna tan alta y no caerse?" Martín se volteó hacia la pared para disimular la risa. Margarita iba a empezar a llorar. "Hija, eso es un trabajo. Te aseguro que El Látigo pasó mucho tiempo practicando ese movimiento". El cuaderno de dibujar se resbaló de sus manos. Sebastián soltó los lápices de colorear y atravesó el portón de la escuela. Desde el cemento pulido de la acera trató de acercarse al pedazo de cartón de leche donde un muchachito levantaba la pierna izquierda hasta casi rozar las hojas de jabillo como si nada. Desde una hilera de plantas ornamentales que corría paralela a la línea de tercera base un muchacho le gritó que se quitara de en medio. Sebastián intentó decirle al pitcher que volviera a lanzar. Un manganzón de algunos doce años lo sacó a empellones hasta detrás de la primera base. Allí se quedó mirando la dinámica del lanzador hasta que notó como el muchacho colocaba el talón con respecto a la cabeza. Esbozó varios trazos en la última página del bloc, se fue alejando para tener varios ángulos que reprodujo en otras tantas páginas. Al llegar a la acera de la escuela tropezó con la cerca. El timbre lo hizo correr al salón. Margarita pasó varios minutos riéndose. Le costaba creer que Sebastián le hubiese dedicado parte de su tiempo a otra cosa que no fuera la pintura de algún paisaje de Van Gogh. Sólo después de caerse tres veces por colocar el pie totalmente desalineado de la cabeza, empezó a mirar los dibujos de Sebastián. Al principio intentó cerrar el cuaderno varias veces. Luego notó como Margarita juntó las manos. Nunca la había visto pedir un favor con tanta insistencia. Los primeros ensayos apenas le permitieron concretar el movimiento. El equilibrio era una gelatina que temblaba en sus rodillas. En el cuarto intento Sebastián se acercó y empujó el talón más adentro. Margarita alzó el pie hasta que la planta quedo paralela al techo. Luego llevó la mano detrás del cráneo y soltó la pelota. Un estruendo de tablillas de madera sacó a Martín de su oficina. La pelota llegó hasta el medio de la sala. La voz limpió todas las telarañas del techo. Martín alumbraba las penumbras de la sala con la incandescencia de su nariz. Recriminó la risa de Sebastián. Señaló la puerta del cuarto a Margarita. Cuando ambos niños escondían sus rostros en el esternón, Martín avanzó un paso, luego ensayó un llamado que salió sin rozar las cuerdas vocales. Margarita recogió la pelota y la pasó por los ríos de sus mejillas. Sebastián apretó el bloc debajo del brazo y metió la mano hasta las profundidades del bolsillo. Martín se atravesó delante de la habitación. Levantó la barbilla de Margarita. Agarró la pelota y le mostró como se colocaban los dedos en los distintos lanzamientos. Margarita preguntó si aquellos eran los lanzamientos que hacía el Látigo. Casi todos, lo que pasa es que ahora los han mejorado. Pero en esencia esas eran las maneras como Isaías Chávez agarraba la pelota para lanzar. Los vestigios de lágrimas dieron paso a un arco iris en los ojos de Margarita. Los trazos sobre el papel se hicieron más fiebrosos. El grafito deslizaba una dinámica que disparaba contrastes y perspectivas de una manera que muy pocas veces había experimentado Sebastián. Sólo cuando intentaba seguir las líneas de Van Gogh, o los de esos dos señores que Martín le había mostrado sus pinturas: Arturo Michelena y Armando Reverón. La estancia donde el pitcher llevaba el guante hacia el occipital le traía ensoñaciones de La Siesta de Van Gogh. La imagen donde el lanzador empezaba a levantar la rodilla lo trasladaba hasta los entornos de "La Joven Madre" de Michelena. El momento cuando el pitcher suelta la pelota desde la oreja ilumina todos los ángulos de los "Uveros" de Reverón en medio de un caleidoscopio de incandescencias que hacían a Sebastián soltar el lápiz sobre cada evolución del movimiento en cinética simultanea. El próximo juego, Martín se agarró el crucifijo bajo la camisa y lo apretó contra el pecho. Bajó tres escalones cuando Margarita piso la goma de la caja de lanzar. Logró levantar la pierna izquierda hasta la altura del pecho. Sacó la pelota desde atrás de la oreja y soltó la pelota. Martín bajó hasta la alambrada. La pelota zumbaba cual cigarrón en el mediodía más incandescente del verano. El bateador apenas sacó el bate. Salió un elevado altísimo entre tercera base y el plato. Margarita corrió hacia la raya, hizo señas con los brazos y recibió la pelota en la malla del guante. Martín se restregó los ojos siete veces. Al terminar el juego lo primero que le preguntó a Margarita fue donde había aprendido a fildear esos batazos tan elevados que casi siempre los atrapan los infielders o el catcher. Margarita sonrió y guiñó un ojo. __Una tarde cuando ensayaba a levantar la pierna en el jardín, oí a dos señores que te esperaban en el porche. Primero hablaban de negocios y de esos seguros que tú vendes. Después de la familia. Uno mencionó algo relacionado con el béisbol. Me resbalé y casi me fui de espaldas sobre la grama. Me asomé en puntillas detrás de la pared. Martín de casualidad se comió la luz de un semáforo. El frenazo lo hizo avanzar media cuadra antes de pedirle a Margarita que continuara. __Estaba por regresar a ensayar. Pronunciaron el nombre de "El Látigo". Entonces me soldé a la pared. "Ese muchacho que llaman Látigo Chávez, no solamente es buen pitcher, como fildeador es buenísimo siempre está entre los primeros en outs, asistencias y dobleplays de cualquier liga donde juegue. Una vez lo vi pedir un globo que por lo general lo pide el tercera base o el catcher. Él Látigo corrió hacia la zona de foul entre tercera y el plato, abrió los brazos y agarró la pelota. Martín volteó hacia el asiento trasero, mientras subía la palanca de cambios a "P", se quedó mirando la carcajada de Margarita. El hombre siguió la dirección del dedo índice de la niña. En el fondo del jardín Sebastián afincaba el pie derecho sobre la grama de lochas, cuando el pie izquierdo subía a la altura de las rodillas caía de platanazo sobre la grama. Margarita preguntó de cuando acá quería practicar béisbol, si lo de él era la pintura. Martín apretó las manos sobre las tirillas traseras del pantalón. Entre contento y sorprendido quiso saber el motivo de la metamorfosis. Sebastián volvió a intentar. Esta vez llevó el pie a la altura del cuello. Se quedó paralizado y el pie regresó al piso. Margarita le explicó que tenía que llevar la mano con la pelota hasta detrás de la oreja y luego que tuviera el pie arriba, impulsarse hacia delante y "¡zas!" soltar la pelota. Margarita se sentó en la acera del jardín. Entre las observaciones para que hiciera mejor el lanzamiento, empezó a mezclar preguntas para saber porqué Sebastián quería tanto aprender a lanzar una pelota de béisbol como un pitcher. Al principio se quedaba callado. Margarita insistió, cual gota de agua sobre una roca de pizarra, hasta que Sebastián aflojó que necesitaba perfeccionar sus pinturas de las distintas etapas de un pitcher cuando se prepara para lanzar sobre el montículo. El artista necesita vivir, sentir en carne propia lo que quiere transmitir, sólo así puede hacerse una buena obra de arte. Margarita se quedó mirando fijamente a los ojos a Sebastián y este no pestañeó ni un instante. Luego de hacer varios intentos hasta hacer un lanzamiento aceptable, Sebastián salió corriendo hacia el lienzo. Margarita se fue hasta el pasillo posterior del jardín. Sintió un sonido de papeles retorcidos detrás de una mata de uña de danta. Al agacharse salió corriendo una lagartija. Metió la mano y sacó el Sport Gráfico. Estaba abierta justo en la página donde aparecía el reportaje del Látigo. A pie de página distinguió unas letras: "Si no puedo jugar como tú. Te voy a dibujar mejor que en la fotografía". Alfonso L. Tusa C. |
Magallanes formaliza el retiro del 21 de Camaleón García Posted: 07 Dec 2012 12:36 PM PST Este sábado 08-12-12, los Navegantes del Magallanes formalizarán el retiro del 11 de Luis Aparicio, el 23 de Isaías Látigo Chávez, el 15 de Félix Rodríguez y el 21 de Luis Camaleón García. A continuación un cuento que escribí en homenaje a Camaleón. Saludos Alfonso Un Camaleón en la esquina caliente Bernardo apretó el paso desde la arena frontal a la base. El manager se lo había dicho en las prácticas de la línea izquierda (catcher, tercera base y left fielder). "Una de las principales responsabilidades del antesalista es saber ubicarse de acuerdo al bateador, al pitcher, al terreno y a la situación del juego". Varias veces los bateadores de poder tocan la pelota y si el tercera base está descuidado se le embasan. Esta vez la pelota picó delante del plato y sólo recorrió unos dos metros hacia la línea de tercera. Bernardo la agarró a mano limpia y lanzó fuera de balance. El primera base tuvo que dar varios pasos detrás de la almohadilla para agarrar la pelota. El squeeze play se había ejecutado. Aquella carrera marcó el triunfo de los rivales. Bernardo pasó varios minutos con la cara en el pecho. El manager se sentó a su lado y le dio dos palmadas en el hombro. "Estas cosas pasan. Lo importante es reflexionar donde estuvo el error". A la salida del dugout Josefa lo abrazó y sacudió el polvo de arcilla del pecho del uniforme. Félix la templó. La altisonancia de su voz se estrelló contra la visera de la gorra. Bernardo la giró hasta la posición en que la usan los catchers. Félix casi se le encima, pensaba que se burlaba de sus reclamaciones sobre la manera como había jugado. Josefa intervino e intentó apaciguarlo. Lucila pasó el brazo sobre el hombro de Bernardo hasta que entraron al asiento trasero de la camioneta. El aguacero de Félix siguió todo el trayecto hasta la casa. __¡Te quedaste parado al lado de la base como una estatua! Un tercera base debe estar mosca, debe estar en la jugada. Como Bernardo intentara responder Josefa se llevaba el índice a la boca. Sólo le quedaba el consuelo de la mirada de Lucila. Félix entró al garaje casi sin frenar. __Mi papá siempre me contaba que había un tercera base que no pelaba un toque por su territorio. Se llamaba Luis Camaleón García. Algo en la imaginación de Bernardo atravesó su curiosidad. Buscó la aprobación de Lucila en voz baja y saltó el muro de miedo. __Papá ¿Por qué lo llamaban Camaleón? Félix sacó las llaves del switch y apretó el volante. Josefa abrió la puerta del copiloto con pastillas de alcanfor en los ojos. __Eso no viene al caso. Lo que importa es que el tipo siempre estaba en la jugada y no se quedaba como un tonto al lado de la base. Un tercera base tiene que estar pendiente de cada situación del juego porque cuando menos se lo espere cambian las señas y ¡zas! Te ganan. Lucila estiró su mano izquierda hacia el antebrazo de Bernardo. __Si papá, pero hay que tratar bien a las personas. Eso se puede decir con más consideración. __Usted se calla porque no sabe nada de béisbol. Bernardo bajó de la camioneta y se alejó unos cinco metros. __¡Deja a mi hermana tranquila! Ella sólo quiere que nos llevemos bien. Félix intentó lanzar un manotazo sobre la espalda de Bernardo. Lucila abrazó a su hermano y apuraron el paso hacia el jardín. Josefa lanzaba miradas que se hundían entre las hojas de uña de danta y las ventanas de la casa. __Esta tarde olvídate de ir a remontar papagayos. __Pero Papá, ya me falta poco para que termines de enseñarme como defenderme de las hojillas de los rivales. Félix lanzó las manos a los costados y atravesó la puerta de enfrente cual saeta de Robin Hood. Bernardo se agachó junto a las hojas de uña de danta. Le hizo señas a Lucila para que viera al lagartijo que saltaba entre los tallos. Los zapatos de goma buscaron alivio entre las hojas de grama más periféricas que abrazaban la base de la pared que limitaba al jardín. Giró el cuello y casi emuló el movimiento de 360 grados de los buhos. Removió la mata de uña de danta, estremeció la grama. Lucila sonreía. Levantó la mano de Bernardo y la empujó sobre unos juncos que se levantaban detrás de los rosales. __¡Ese no es un lagartijo! ¡Es demasiado verde y brillante! Nunca había visto uno así. Antes de correr hacia la casa la muchacha casi se tropieza con el escalón de granito. La lengua del saurio se estiró más allá de los juncos y atrapó dos moscas que sobrevolaban las rosas. Lucila tragó dos veces seguidas y atravesó la puerta. Bernardo se tapó la boca mientras trataba de acercarse a los juncos sin que lo viera el lagartijo. Dos voces subían y bajaban en contrapunto, emergían en arco desde la última ventana del segundo piso. La más grave retrocedía a una esquina neutral. La aguda punzaba en todas direcciones en medio de la ópera más dramática. Bernardo obturó sus oídos. Hubo un intento involuntario de tensar el esternocleidomastoideo. Sus pupilas permanecieron rectilíneas sobre las escamas glaucas del glotón de moscas. El verde refulgía cual esmeraldas recién extraídas. Bernardo estuvo a punto de agarrar al lagartijo y jugar con él como un carrito. Josefa avanzó a tientas sobre las dunas de grama japonesa. Cuando su aliento soplaba las orejas de Bernardo tuvo que levantar la voz. Quería susurrarle que Félix lo esperaba para reparar el papagayo. Bernardo levantó la mano derecha abierta hacia atrás. __¡Pero Papá está bravo conmigo! __Ya le pasó hijo. Anda que te está esperando en el patio. Se asomó por el ángulo de la jardinera, sólo se veía la visera de la gorra anaranjada que Félix usaba en la casa. Se levantó un poco y miró a través de la selva de helechos. Olía a engrudo y alcanfor. Félix subió dos varas más o menos largas y las cortó sobre la mesa de carpintería. Soltó la navaja sobre la mesa y se chupó el índice derecho. Varias veces sacudió el dedo entre el medio y el pulgar de la misma mano. Bernardo rodeó el pedazo de jardinera y corrió hacia la mesa. Preguntó si traía rifocina y una curita. Félix giró la cabeza y enseñó el dedo con apenas una línea escarlata sin flujo. __¿Entonces no te cortaste? __Claro que me corté. Pero la saliva es muy buena para cicatrizar cuando las cortadas son superficiales. ¿Me ayudarás con el papagayo? Bernardo bajó la mirada y metió las manos en el pantalón. __¿Y si tú me regañas? Félix cerró los ojos. Dobló la verada hasta que hizo un semicírculo. Le entregó el tarro de engrudo a Bernardo y señaló los pedazos de papel que debía pegar a la verada. __Amarra ese pedazo de pabilo aquí. Bernardo ajustó varios torniquetes sobre las dos puntas de la verada y al final completó con una lazo doble. Félix guiñó el ojo. Alborotó los cabellos de Bernardo y se llevó el hexágono a la mesa. Amarró un extremo del pabilo entre la palmera y la mata de anón- Untó alcanfor sobre el pabilo. __Si jugaras tercera base como apretaste esas veradas seguro que ni Camaleón García fuera mejor que tú, ni siquiera el día cuando sustituyó a Pipita Leal. Bernardo arrugó la cara. Casi revienta el hilo extendido. __¿Quién es Pipita Leal? Félix repasó al alcanfor sobre el pabilo. Palpó el grosor de una mata a la otra. __El tercera base del Magallanes a quién sustituyó Camaleón García. ¿Sabes cuantos juegos seguidos jugó después Camaleón? Félix señaló los hilos tensados en la retaguardia del hexágono. Colocó tres papeles recortados en rombo sobre las palmas de Bernardo. Apuntó el tarro de engrudo. En el momento cuando Bernardo pegaba los rombos a los hilos buscó la aprobación de Félix. __¡Papá! ¡Ni siquiera sé quién es Camaleón! El hombre sopló los rombos y metió un palito entre los hilos y los papeles. Explicó que los papeles debían estar sueltos por lo menos medio centímetro entre el hilo y el punto donde se pegaban. Solo así podían sonar con el viento para saber la dirección de éste. __Quinientos dieciocho juegos seguidos en la esquina caliente. Bernardo se frotó las manos. Quería saber porque llamaban así a la tercera base. Se quedó mirando las manos para ver si tenía alguna quemadura. Félix largó una risotada. __Esa esquina es caliente porque por ahí salen los batazos más duros. Porque hay que venir hacia delante o regresar hacia atrás de acuerdo a como vaya el juego y porque hay que tener los reflejos más infalibles si te batean un linietazo y estás jugando adelantado. Al momento de adherir la cola de gasa al hexágono, Félix repasó la pastilla de alcanfor sobre el pabilo y también sobre los hilos de las papeletas. En cuanto los labios de Bernardo se entreabrieron, Félix terminó de recoger el pabilo y lo colocó a un lado del papagayo sobre la mesa. __El alcanfor hace que el hilo no se empape de agua si llueve, también ayuda a que las hojillas de los otros papagayos resbalen y no puedan cortar el pabilo. Bernardo abrió los ojos y se acercó al bollo de pabilo. __¿Y por qué no le pones hojillas a tu papagayo? __Por ínfimo que parezca es un peso adicional que le quita movilidad al papagayo. La única vez que le puse hojillas a un papagayo se me fue de lado cuando el viento aflojó. Un movimiento sobre las hojas más altas de los helechos templó los ojos de Bernardo hacia la zona intermedia de la jardinera. Le parecieron conocidas las manos que sobrevolaban los helechos. Las bandas de goma rosadas y la sortija de azabache resultaban inconfundibles. Félix se dobló sobre sus rodillas y dejó que las manos casi rozaran el piso. Se inclinó más hasta que el peso del cuerpo descansaba sobre la punta de los píes. Bernardo volteaba hacia la jardinera y también hacia Félix cual muñeco de cabeza flotante. Estaba a punto de correr hacia la jardinera. Al escuchar a Félix hablar de la tercera base, sintió que sus talones se atornillaban al piso. __Esta es la posición del cuerpo de un tercera base cuando juega "cuadro adentro". El reflejo del sol sobre la sortija hizo que Bernardo leyera los labios de Lucila. Félix agarró el papagayo y se dirigió a la puerta de la calle. Estrujó los ojos cuando Bernardo le dijo que saldría después. __Ahorita tengo algo muy importante que hacer. Te alcanzo en el solar de asfalto. Félix intentó escrutar el rostro de Lucila y lo único que encontró fue un rostro indiferente. Sonrió mientras doblaba la cola del papagayo. Tan pronto como Félix salió, Lucila sacó un libro del mueble del comedor y templó a Bernardo. Leyó en voz alta las características del "lagartijo" que habían visto en el jardín. Lo que más les llamó la atención fue la "capacidad de mimetismo" y la longitud de la lengua, que le permitía atrapar insectos a gran distancia. Bernardo apretó el dedo sobre las líneas que hablaban de "grandes ojos". Abrió la boca cuando se enteró que el tamaño de esos reptiles variaba entre unos 15 centímetros hasta 80. __Así que ese es un camaleón. Tengo que verlo todos los días. Lucila ¿tú crees que ese camaleón se quedé en el jardín varios días? La muchacha sonrió y echó hacía atrás su frondoso cabello largo. Se asomó en la ventana y miró hacia el jardín. El camaleón todavía almorzaba moscas y zancudos. __Me parece que si. Podemos llevar varias frutas o restos de comida al jardín para que haya más moscas. Eso hará que el camaleón venga más seguido. Y también podremos comprobar si esos cambios de color son debidos al miedo que siente cuando se acerca un extraño como a los cambios de temperatura. El silbatazo de Félix llegó rectilíneo desde la orilla de unos matorrales del solar de asfalto. Bernardo empezó a estirar los pasos sobre el granito de la sala. Al saltar la baranda registró todos los rosales y la uña de dante sin notar algún relumbrón escamoso. La mañana del juego siguiente Bernardo recibió varios llamados de atención del manager. Se estaba quedando mucho tiempo pasando el pie en abanico sobre la arena de tercera base. Mientras remontaban el papagayo Félix le dijo que así como buscaban el lugar donde el viento favoreciera al papagayo, de la misma manera él tenía que acondicionar los alrededores de la base. "Y nunca dejes de ver al pitcher y de hablar con el short stop. Sobre todo cuando hay corredor en segunda base". En ese momento Félix dio tres pasos y templó al papagayo varios metros a su derecha. Un relumbrón metálico apenas corto el aire. "¿Ves? Si no hubiera estado pendiente me cortan el papagayo". El juego había llegado igualado a dos carreras al cierre del sexto episodio. Bernardo movía el guante sobre su rodilla izquierda. En el segundo inning agarró un roletazo y soltó la pelota en el acto para empezar un dobleplay. Siguió la pelota con la misma intensidad que vió en los ojos del camaleón cuando trepaba las espinas de los rosales. En el cuarto un toque saltarín le recordó cuando Félix templó el rollo de pabilo y se llevó al papagayo fuera del alcance de una corriente de aire. "Por eso es que tienes que estar 'mosca', si te descuidas te quedas sin el saco y sin los cangrejos". Jugaba paralelo a la base y salió un linietazo tremendo que iba cantando triple. Bernardo visualizó las lengüetadas del camaleón para capturar insectos y se lanzó de cabeza sobre la línea de tercera base para atrapar la pelota justo detrás de la base, desde las rodillas metió un riflazo a primera para terminar el episodio. Antes de soltar el brazo Bernardo sacudió el rostro y miró en todas direcciones, cuando estaba a punto de correr hacia el right field corto con los ojos en el pecho, escuchó una voz que atravesó las tribunas, siempre percibía aquellas tonalidades cuando trataba de hacer trampa jugando "carga la burra" o "el zorro y las gallinas", en esas ocasiones aborrecía el grito. "Tienes la pelota en el guante, ¡tira a primera rápido!" Ni siquiera volteó para guiñarle el ojo a Lucíla. Metió la mano en el guante y sintió que el hombro casi se le desprendió. Todos empezaron a saltar. Bernardo arrancó a correr hasta que lo alcanzaron en el centerfield y desde allá regresó en los hombros de sus compañeros. Todo el trayecto estuvo buscando una seña en la tribuna, cuando distinguió a la muchacha asomada sobre el dugout le lanzó su gorra. "¡Te quiero hermanita!". De regreso a casa, Félix ordenó que Bernardo pusiera la visera de la gorra hacia delante. Intentó reclamarle que ha debido jugar más atrás cuando vio que el bateador cambió las manos para batear largo. Josefa levantó la mano y pidió que Félix estacionara el carro bajo un apamate. __¿Que pasa contigo? El muchacho hace la jugada del partido y sigues con el jarabe de lengua. El único que no lo ha felicitado eres tú. Félix llamó a Bernardo. Hablaron un rato. Chocaron las manos. Regresaron abrazados. __¡Estoy muy orgulloso de ti hijo! Alfonso L. Tusa. |
Magallanes formaliza el retiro del 11 de Luis Aparicio Posted: 07 Dec 2012 12:32 PM PST Este sábado 08-12-12, junto al 23 de Isaías Látigo Chávez, el 21 de Luis Camaleón García y el 15 de Felix Rodríguez, los Navegantes del Magallanes formalizarán el retiro del 11 de Luis Aparicio. A continuación reproduzco una nota que escribía hace unos años. Saludos Alfonso L. Tusa. C. Homenaje a Luis Aparicio. El "pequeño Luis", como todavía es conocido en Chicago, fue el catalizador de los Go-Go Sox de los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Aparicio es reconocido como uno de los mejores torpederos de la historia del juego. Novato del Año en 1956. Lider en bases robadas por nueve años seguidos. Diez Juegos de Estrellas. Nueve guantes de oro. Dos Series Mundiales. Pero los nùmeros sòlos no cuentan la historia completa. Bob Vanderberg, historiador de los Medias Blancas, recuerda un momento màgico: "Estoy seguro que fue en 1960. Los Medias Blancas jugaban versus los Atlèticos de Kansas City en el Comiskey Park. Creo que el bateador era "Whitey" Herzog. Conectò un elevado hacia la lìnea del left field que parecìa caer porque "Minnie" Miñoso jugaba cargado hacia el centro. Luis siguió corriendo hasta colocarse debajo del elevado, capturò la pelota con la mano limpia". Johnny Pesky en su libro "Few and Chosen", sobre los mejores cinco jugadores por posición de los Medias Rojas de Boston. "Sé que Aparicio sólo jugó tres temporadas con Boston pero lo tengo que poner de cuarto en mi lista porque fue el mejor shortstop que ví." David Falkner en su libro "Nine sides of the diamond" dedica unos párrafos a Aparicio. "Engrandecía las jugadas porque ejecutaba desde partes del terreno donde los otros shortstops, no llegaban. Le llegaba a pelotas que iban hacia el right field. Hacía jugadas en el "hueco" completamente fuera de balance que otros campocortos ni siquiera soñaban en realizar. Entre sus innovaciones resaltó el estilo sencillo de tomar roletazos con una sola mano que las generaciones siguientes de shortstops han hecho rutina". Alfonso L. Tusa C. |