BEISBOL 007: Ruth salvó el beisbol

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lunes, 18 de enero de 2016

Ruth salvó el beisbol

 Edgard Tijerino



MONSTRUOSO. Fue el accionar del más grande pelotero que se ha visto. Cuando Babe Ruth cerró definitivamente sus ojos en agosto de 1948 a la edad de 53 años, la partida del gran pelotero que dejó cifras imperecederas, ocasionó la congoja del tropel de recuerdos. Esta nota es parte de la historia relatada en el libro “Solo Fieras” que se encuentra circulando.


EL “BAMBINO” REVOLUCIONÓ EL BEISBOL DE LAS GRANDES LIGAS.
 EL “BAMBINO” REVOLUCIONÓ EL BEISBOL DE LAS GRANDES LIGAS


Desde que tuvimos uso de razón el nombre mágico de Babe Ruth alcanzó un gran significado como lo máximo en el beisbol. Después de su muerte, su figura, lejos de perder brillo y esplendor, cobró nuevos y más sutiles destellos. Sus hazañas, derribando cercas frenéticamente, dejaron huellas profundas estableciendo cifras que han impactado por siempre.
En 1919, cuando Ruth descargó 29 cuadrangulares con el uniforme de Boston, la afición estadounidense quedó pasmada. Nadie había pasado de 24 hasta entonces. En 1920, su primer año con los Yanquis, “El Bambino” se convirtió en el mimado del público disparando 54 cañonazos sobre las verjas; y en 1921, se extendió a 59, empujando a los del Bronx y Manhattan a la conquista de su primer banderín. Así comenzó a construirse la grandeza del equipo de la Gran Manzana. Al ritmo de Ruth.
Hay un número que, aunque superado por Hank Aaron con más recorrido y por el cuestionado Barry Bonds, no ha perdido valor en lo referente a medida de consistencia, poder y espectacularidad en el beisbol, y es el 714, su total de jonrones. Doubleday, los hermanos Wright, Cartwright. Usted seguramente ha escuchado mucho sobre ellos. No importa quién haya inventado el beisbol, lo esencial, es ¿quién lo salvó de la debacle? Y ese mérito le corresponde a Babe Ruth, el artillero que popularizó el jonrón, precisamente en un momento en que el deporte estaba herido, sangrando.

SALTANDO AL RESCATE

Después del escándalo de 1919, cuando los Medias Blancas se transformaron en “Medias Negras” por haberle entregado la Serie Mundial a los Rojos, según arreglo con los corredores de apuestas, y el fenomenal Joe “Descalzo” Jackson pasó de héroe a condenado, los jonrones de Ruth y su cabalgata de proezas le permitieron cargar sobre sus hombros con la reivindicación del beisbol mientras apagaba la hoguera de aquel episodio vergonzoso, soplando sus cenizas.
Más allá de su impresionante rendimiento, hay algo indiscutible alrededor de Babe Ruth: ningún otro jugador logró capturar tanto afecto en toda la nación como él lo hizo. Puede discutirse su tendencia hacia el alcohol, su controversial estilo de vida, no ser un modelo de comportamiento como lo fue su compañero de equipo Lou Gehrig, y otro tipo de debilidades frente a las que nuestra naturaleza sucumbe, pero su influencia, su impacto y su significado repercutieron en forma tal, que las nuevas generaciones de peloteros tienen que estarle permanentemente agradecidos.
Nacido en un orfanato de Baltimore, Ruth emergió bruscamente como el superpelotero que el beisbol estaba esperando para glorificarlo. El niño abandonado aprendió a beber cerveza y masticar tabaco desde muy temprano, pero sorprendentemente supo conciliar esas desviaciones con sus extraordinarias facultades para el beisbol.
Cuenta la leyenda que fue el Hermano Matías, su tutor, un apasionado por el beisbol con vocación de scout quien recomendó a Ruth como un potencial valor a Jack Dunn, de los Orioles. El chavalo de 18 años, de andar desgarbado, mirada oculta y terriblemente desconfiado fue firmado como pitcher y en 1914, los Medias Rojas decidieron comprar su contrato.
En los años 1916 y 1917, Ruth fue un ganador de 23 y 24 juegos con promedios impresionantes de 1.75 y 2.02 en efectividad a lo largo de 324 y 326 entradas, y en las Series Mundiales de 1916 y 1918 contra Brooklyn y Chicago, estableció el récord de 29 ceros consecutivos en los Clásicos. Esa marca resistió diferentes embestidas, hasta que el zurdo de los Yanquis Whitey Ford la superó en 1962.

LA MALDICIÓN DEL ‘BAMBINO’

En la temporada de 1919, Ruth asomó como una fuerza destructiva descargando 29 jonrones y empujando 112 carreras, opacando su discreto balance de 9-5 en ganados y perdidos. Precisamente en el momento en que se le diagnosticaba un futuro violento como bateador si se alejaba del montículo para concentrar su esfuerzo en la dirección supuestamente correcta, los Medias Rojas realizaron la peor negociación en la historia del beisbol y Ruth, con su poder y sus exuberantes proyecciones, pasó a los Yanquis.  Ese día, el planeta giró al revés.
Desde entonces, los Medias Rojas no ganaron una Serie Mundial hasta que en el 2004 aparecieron Curt Schilling, Pedro Martínez, David Ortiz y Manny Ramírez, para terminar con lo que se llamó por largas y torturantes décadas, “La maldición del Bambino”.
Su debut con los Yanquis en 1920 no pudo ser mas explosivo. Con 54 jonrones --cifra increíble producto de la viveza adquirida por la bola--, 137 carreras empujadas y 376 puntos, Ruth le robó atención al escándalo de los “Medias Negras” y logró una saludable “transfusión de sangre” que tanto necesitaba el beisbol en esos momentos. Y no solo eso, Ruth fue el factor clave para la construcción del Yanqui Stadium.
El 18 de abril de 1923, cuando la majestuosa instalación abrió sus puertas, como por un designio divino, fue Ruth quien conectó el primer jonrón. Apoyándose en la proximidad de la verja del jardín derecho, que le hacía señas a los bateadores zurdos alejada solo 296 pies del plato, Ruth construyó récords fuera de la imaginación, como el de 60 jonrones en 154 juegos durante 1927, cifra que fue por más de medio siglo, el más grande reto para los bateadores de poder.
Durante la administración de Herbert Hoover, cuando Ruth firmó por el salario en ese tiempo insólito de 80,000 dólares, un cronista deportivo le preguntó si no se sentía incómodo al ganar más que el presidente de Estados Unidos por realizar una tarea deportiva, y respondió con la sencillez y contundencia de su swing: “Yo creo haber tenido un mejor año que él”.

LAS CIFRAS HABLAN

Los hechos son testarudos. Ahí están esos 714 jonrones del “Bambino”, el primero en la historia de Juegos de Estrellas en 1933 cuando ya había entrado al ocaso de su carrera, los 15 en Series Mundiales, su porcentaje de .625 en uno de los Clásicos, las 171 carreras empujadas en 1921 y el average de .342 de por vida.
Conectó su jonrón 60 en 1927 como compañero de Lou Gehrig contra Tom Zachry y su número 714 lo consiguió jugando para los Bravos de Boston en 1935. Su cañonazo más significativo pertenece a “la mitología del juego”, fue el bateado en la Serie Mundial de 1932 frente al pitcher de los Cachorros Charlie Root. Cuenta la leyenda que Ruth estuvo señalando hacia las graderías derechas, y con conteo de 2-2 conectó su jonrón 15 en Clásicos de Octubre, precisamente adonde había señalado.
Adolorido, cansado, con poca energía en piernas y brazos, quizás con la vista no clara y los resortes oxidándose, aquel 25 de mayo de 1935, en lo que fue su juego final, Ruth bateó de 4-4 con tres jonrones para los Bravos de Boston contra los Piratas en Pittsburgh, cerrando su carrera. El jonrón 714 fue su último hit en las Mayores y como cifra se mantuvo perdurable hasta la arremetida de Hank Aaron en 1974.
¿Fue Spielberg quien planificó ese final? Ahí estaba Ruth dándole la vuelta al cuadro lentamente mientras la multitud rugía. No, no estaba lo suficientemente desgastado ni su bate tan carcomido, para no ofrecer una despedida estruendosa.

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